ENTREVISTA > JOSé MARíA MUSCARI, ENTRE LORCA Y LA TELEVISIóN
Si bien José María Muscari es hoy más que conocido por su presencia en la televisión, su trabajo en el teatro lo precedió y, a la vez, sus obras se alimentan del mundo del espectáculo. Audacia, desparpajo, propuestas a veces desconcertantes y un olfato especial para detectar nuevos talentos y recuperar viejas glorias. Aquí Muscari habla de ese ida y vuelta entre escenarios y sets de TV, la experiencia única de dirigir a Norma Pons y de cómo intentó recuperar la veta más popular de La casa de Bernarda Alba.
› Por Juan Pablo Bertazza
José María es María Josefa. Si Muscari fuera uno de los personajes de La casa de Bernarda Alba, la exitosa obra que actualmente tiene en cartel, sería la abuela de las chicas, la anciana y vital madre de Bernarda Alba. Como el propio Muscari, el de María Josefa es un personaje incómodo, fácilmente reconocible, molesto, impredecible, que se caracteriza por ir siempre al grano aun en un ambiente de hipocresía y represión.
José María es, para muchos ortodoxos, un advenedizo con ideas extravagantes y acaso superficiales, pero lo cierto es que tiene en su haber una trayectoria valiosa y singular que incluye la publicación de su teatro completo en la Editorial Colihue y una puesta –una apuesta– en el Teatro San Martín. María Josefa también despierta opiniones encontradas. De todas esas mujeres que, sin piedad y con asco, se sacan el cuero mientras conviven asfixiadas en un ámbito exclusivamente femenino luego de la muerte de un padre al que resulta imposible imaginarlo interactuando con ellas, María Josefa es la que más habla y la que más dice. Por eso Bernarda la encierra y le da comida para perros. Para impedir que haga añicos ese cristal precioso que significa, para ella, la mirada de los otros. María Josefa ostenta un blanco vestido de novia mientras todas las demás cargan el luto y un miedo heredado –lleno de ansiedad– hacia los hombres. Ella es la que tiene la última palabra de la escena.
Pero María Josefa es José María también porque lleva su marca, porque en otras adaptaciones de La casa de Bernarda Alba solía quedar desplazada o incluso eliminada de la escena, y en este caso toma muchísima fuerza, al igual que las hermanas Amelia y Magdalena, por ejemplo, que también incorporan protagonismo. Muscari explicará que buscó compensar la balanza, que “los nueve personajes tuvieran su momento porque sabía que contaba con un elenco bastante estelar y con cierta paridad de nombres”.
La cuestión es que en María Josefa late la quintaesencia de su adaptación libre, a tal punto que creó para ella una escena totalmente propia, la primera nada menos, con la que la abuela se presenta en sociedad, una escena que la actriz que la interpreta, una notable Adriana Aizenberg, la confundió por un momento con la pluma del mismísimo Federico.
“No porque me parezca a Lorca, sino porque el espectáculo fue madurando tantos años en mi cabeza, que se generó una mancomunión con la obra”, aclara desde su impecable casa en San Telmo Muscari, que habla a doscientos kilómetros por hora, y suena exactamente como se la escucharía a María Josefa si la dejaran hablar tranquila.
Si bien cada una de tus obras tiene siempre tu sello, cada obra tuya marca, a su vez, una diferencia dentro de tu carrera.
–Y en este caso eso es muy fuerte porque hay una cuarta pared absoluta, cosa que en mis espectáculos casi nunca sucedió. Si bien se trata de una adaptación muy personal, no deja de ser una obra de Lorca con todo lo que eso implica: no traté de mejorarla sino de adueñarme de ella, darle un tiempo verbal cotidiano de “vos” y no de “tú”, descontextualizarla del franquismo de los años ’30 porque quería acercarla los espectadores.
Muscari lo hizo otra vez. Volvió a lograr lo que se proponía: que todos esos nombres estelares de mujeres sin hombres (Norma Pons, Adriana Aizenberg, Mimí Ardú, Florencia Raggi, Andrea Bonelli, Valentina Bassi, Martina Gusmán, Lucrecia Blanco y Florencia Torrente) construyeran un protagonismo parejo. Pero parejo no quiere decir igual: dentro de esa colmena llena de veneno, la abeja reina es, sin lugar a dudas, Norma Pons, quien encarna nada menos que a Bernarda Alba. Hipnótica, estoica y fálica –el bastón con que se sostiene, la escopeta del final–, Pons parece hacer equilibrio a lo largo de un abismo, y siempre da la impresión de que se va a caer, incluso un instante antes de que estallen los aplausos del cierre. Aplausos que tienen ojos, cada uno de los cuales se dirigen, inexorablemente, a la ex vedette.
“La obra la pensé para ella y le dije si no aceptás, no la hago. Es la tercera vez que trabajamos juntos, sabía que iba a poder hacerlo. Su trabajo es la mejor cristalización de mi teatro. No me gusta hablar de fetiche, porque parece una manera de cosificarla, pero sí te puedo decir que es mi actriz preferida, mi musa inspiradora. A sus setenta años de edad, y con cincuenta años de profesión, no puedo dejar de pensar que fui el primero en reparar en ella para darle el lugar que merece como actriz. Sin ser escandalosa ni polémica, hoy Norma va una hora a lo de Rial y toda la tele se alimenta de eso, o es crítica invitada en TVR y gana la franja horaria. Yo siento que soy mejor creador cuantos más cafés pueda tomar con Norma, cuanto más pueda nutrirme de su enorme experiencia.”
¿Hay algún otro descubrimiento tuyo que puedas poner a la altura del de Norma Pons?
–Sí, y también está en La casa de Bernarda Alba: Flor Torrente es una gran actriz que va a tener una carrera impresionante. La prueba es que debutó en una obra muy compleja donde históricamente trabajaron actrices con una trayectoria impresionante. Flor está a la altura de Norma Pons, de hecho, en la obra se pelea con ella y la enfrenta. No la elegí así nomás: me deslumbró en una obra que vi en el Konex, tiene personalidad, es linda, talento y me gusta mucho cómo lleva el hecho de ser la hija de Araceli.
Suena extraño y al mismo tiempo obvio. Lo que tienen en común Florencia Torrente y Norma Pons es, precisamente, la tele. Tiene sentido: Muscari atribuye su capacidad para “descubrir” a una actriz como Norma Pons a su valorización por actores de otra generación, aquellos hombres y mujeres que entregaban su vida a la televisión resguardándose muy bien de que no saliera a la luz casi nada de su propia vida. Y entonces se remonta a su infancia de hijo único, esas tardes y noches sepias consumiendo televisión a grandes dosis, en una época en la que, según explica, “la tele estaba liderada por la ficción que creaban Romay o Migré, hoy pasa lo mismo, pero con la diferencia de que ahora lo que predomina es la ficción de gente sin talento, como Doman y Evelyn”.
¿No será que la obra de Muscari es algo así como la inversa exacta de aquellos ciclos televisivos que llevaban masivamente el teatro a los hogares? (Una sana costumbre que, dicho sea de paso, vuelve a tomar por estos días la Televisión Pública con las veinte obras originales del mítico ciclo de Teatro Abierto.) O, quizás, el teatro de Muscari esté lejanamente inspirado en aquella tendencia noventosa que hacía que los programas más exitosos de aquella década, como Amigos son los amigos, tuvieran su temporada en el teatro, con una ligera modificación con respecto a su versión televisiva. ¿Se puede pensar, en ese sentido, el teatro de Muscari como una gran maquinaria que despliega un gigantesco y heterogéneo homenaje a la televisión?
“La verdad que nunca lo pensé en esos términos, pero podría ser. Hoy, la televisión es un medio muy desvalorizado, pero sigue siendo popular. Yo no soy un bicho del establishment cultural, hay una condición sine qua non bastante imbécil para pertenecer ahí que es estar reñido con lo popular, y yo estoy declarada y comprometidamente feliz de conseguir popularidad con lo que hago, que el público vaya, y que la tele me dé espacio. Y es verdad que mi teatro intenta metamorfosear la televisión, poetizarla, llevarla a otra estratósfera, sacarla de lo plano y volverla tridimensional. Mis actores tienen las tres dimensiones del teatro, pero también algo de la llegada del zapping, de hecho hay algo zappinesco en mi teatro. Por lo quebrado, por lo fragmentado, por lo contemporáneo. Si bien es un clásico, La casa de Bernarda Alba es contemporánea a partir, por ejemplo, de la música de Michael Nyman, el vestuario de Renata Schussheim y la producción de Javier Faroni, a quien tuve que convencerlo de hacer la obra, pero que tomó decisiones realmente innovadoras. A pesar de que ahí circulo mucho, no es la televisión donde siento que puedo dar lo mejor de mí, y sí en el teatro, sí en el casting de actores y en una comunicación que usufructúa el mundo de la televisión.”
La paradoja que confirma que el teatro de Muscari mira, mima y ama a la TV es que uno de los greatest hits que encuentra en su carrera no ocurrió sobre las tablas sino en un estudio de tele: cuando en ShowMatch decidió ponerle tacos a Marcelo Tinelli, pintarle los labios y decirle en vivo que quería hacer con él la misma utilización que él hizo del cuerpo femenino durante tantos años. “Y que él se lo tomara con tanta gracia, tener tanta acidez en un programa tan estereotipado, y que encima eso diera rating, me parece tremendo”, se relame Muscari.
Una relación de amor y odio, quizás histérica pero muy fructífera es la que mantienen Muscari y la televisión. Simbólica, imaginaria y real. De hecho, ya va por la segunda temporada de Muy Muscari, su programa en Ciudad Abierta, que se caracteriza básicamente por el diálogo entre dos personas presuntamente opuestas como, por ejemplo, la condesa de Chikoff y Silvia Süller, es decir, una charla imposible. “No me gusta cagar más alto de lo que me da el culo, hago lo que creo que puedo hacer en la televisión de hoy, y es precisamente aportando esa idea: juntar a dos personas antagónicas para que charlen, algo que nunca antes vi en la tele”, redondea Muscari.
Y el círculo cierra hoy mismo, con el éxito disparado de Los Grimaldi, donde Muscari actúa de marido de Nazarena Vélez, y vaya paradoja, tuvo tanto, pero tanto éxito con desdoblamiento de elencos y omnipresencia en Carlos Paz y Mar del Plata que ahora parecen hacer la gran Muscari, y el teatro de esa familia tan normal comandada por el Tano Ranni con guión de Atilio Veronelli desembarca, sí, en la televisión. “Si hubiera tenido algún prejuicio me habría perdido un suceso, lo más exitoso que hice en mi vida, el primer fenómeno que trasciende la barrera del teatro para convertirse en un programa de televisión.”
Claro que el primer beso (intenso, inolvidable, inoxidable) de ese vínculo fue sin lugar a dudas la experiencia de Escoria y Póstumos –este último volverá a estar en cartel desde el próximo 1o de noviembre en el Teatro de la Ribera– donde actores de televisión olvidados, o que no habían podido acceder a esos sitios donde se dan por superadas las barreras entre lo popular, lo plebeyo y lo serio –como por ejemplo Noemí Alan, Héctor Fernández Rubio, Osvaldo Guidi, Julieta Magaña, Willy Ruano, Gogó Rojo, Cristina Tejedor, Max Berliner, Nelly Prince, Tito Mendoza, Ricardo Bauleo, Luisa Albinoni– desahogaban sus angustias y traumas sobre las tablas. Lágrimas de verdad con brillo catódico que iban a parar a las bocas de cocodrilo de los espectadores. Ambos espectáculos tuvieron un éxito espectacular pero duradero. Algo paradójico, teniendo en cuenta el síndrome de los cinco minutos de fama que sufrieron muchos de ellos.
“He agarrado actores muy golpeados, pero la angustia de Escoria era liberadora porque tenían que actuar justamente de eso. Lo mismo en Póstumos, donde actores populares que nunca estuvieron en el establishment desembarcaron en el San Martín con vestuario de Renata Schussheim. Es decir, la obra contenía su propia falencia”, describe Muscari y enseguida sobreviene el recuerdo de uno de ellos, Osvaldo Guidi, quien se suicidó en octubre de 2011 en su escuela de teatro.
“Imaginate lo fuerte que fue para mí eso, porque él hablaba de esa angustia en la obra, todo el tiempo decía que el medio era injusto con él, que el Martín Fierro que había ganado a mejor actor de reparto en 1994 por su participación en una novela de Andrea del Boca le trajo mala suerte. Al menos pienso que durante esos tres años que la obra estuvo en cartel, él se sintió feliz. Pero, claro, la obra terminó y a los seis meses se suicidó. Algo similar le pasó a Noemí Alan, que también estaba divina en la obra, y la otra vez la encontraron llorando en la puerta de la casa, totalmente deprimida y desconsolada. Yo salí en Infama hablando de su arte, de su capacidad como actriz.”
¿Es realmente tan cruel el ambiente de la televisión? Vos trabajás mucho con la empatía, ¿te pusiste en su lugar de esos actores? ¿Sos consciente de que, alguna vez, el éxito se puede terminar?
–Si no sos lo suficientemente hábil, la tele es un medio que te pasa por arriba. Y siempre tengo en cuenta que a mí me puede pasar lo mismo. Por eso nunca me olvido de ciertas ideas, como que el éxito para mí no es llenar el Teatro Regina, más allá de que me encante, sino hacer obras que me llenen a mí, incluyendo cosas fuera del trabajo como pasar los domingos en familia o escribir en mi blog que, aprovecho, es mundomuscari.blogspot.com.ar. Y, a su vez, antes de hacer esta entrevista con ustedes hice una nota en FM Patricios, porque tengo que hacer lo que hice siempre. Además, yo nunca espero que me suene el teléfono. Yo hago sonar el teléfono de los demás.
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