RESCATES > LA MUESTRA DEFINITIVA DE RODRIGO ROJAS DE NEGRI, EL FOTóGRAFO ASESINADO POR LA DICTADURA DE PINOCHET
Veintisiete años después de su muerte, acaba de ser rescatado el trabajo de Rodrigo Rojas de Negri, el joven fotorreportero asesinado por la dictadura de Pinochet –quemado vivo durante un paro general– en 1986. Este registro inédito, que hasta hoy era poco más que la leyenda de ese joven que había vuelto de su exilio en Estados Unidos para documentar la resistencia al régimen, por fin puede verse gracias al impulso de un proyecto de su madre, Verónica de Negri, junto al Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de la Universidad de Chile y el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
› Por Romina Resuche
Hasta ahora, los registros del trabajo independiente de Rodrigo Rojas de Negri como fotógrafo sólo eran conocidos por un pequeño círculo de personas allegadas y profesionales del mundo de la foto que compartieron con él su vida o su labor, intentando mostrar lo que pasaba en su país durante la dictadura chilena. De Rodrigo se conocía públicamente la suerte que corrió su existencia y una imagen icónica: la fotografía de su rostro.
Cuando era niño, Rodrigo viajó a Canadá a visitar a su abuela. Mediaban los años ‘70 y, en su ausencia, su madre Verónica de Negri fue secuestrada y torturada por los militares del gobierno golpista chileno. Cuando ella logró el exilio y la supervivencia, casi un año después, se reencontraron en Washington, donde fijaron residencia como refugiados por una década.
A los 14 años, Rodrigo ya dedicaba días enteros a fotografiar, revelar y copiar material propio, mientras colaboraba en el laboratorio de su compatriota, el fotoperiodista Marcelo Montecino, también residente en los Estados Unidos.
A medida que Rodrigo crecía a la distancia, crecía también su interés por las fotos y por las brutales historias de injusticia que sabía se vivían en todo el centro y sur de América, y principalmente en su tierra natal. Con 19 años decidió viajar a Chile para caminar sus calles, para documentar la resistencia de su pueblo de origen ante el régimen que oprimía libertades desde septiembre de 1973. Para mirar.
Al llegar, el joven De Negri hizo contacto con los hermanos Hoppe, ambos fotógrafos, para comenzar a involucrarse en la cobertura de las marchas y movilizaciones de aquellos días. Quería retratarlo todo para luego publicar un libro en Estados Unidos. Solo, pero con sus dos cámaras, recorría las poblaciones, elevaba su voz contra la dictadura y ejercía su labor con osadía durante las manifestaciones, según cuentan los que lo conocieron. Las primeras tomas que hizo en su regreso fueron las del funeral de Ronald Wood, un joven de su misma edad que había sido baleado por las fuerzas militares.
El compromiso de Rodrigo con la resistencia era constante; su registro, en color y blanco y negro. En aquel entonces, la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI) unía a los reporteros gráficos que no tenían espacio en otras asociaciones y, tal como cuenta el documental La Ciudad de los Fotógrafos de Sebastián Moreno, el trabajo en equipo facilitaba el resguardo de sus vidas y del material generado. El mismo documental muestra cómo la soledad del trabajo de Rodrigo fue una sorpresa para los miembros de AFI, al punto de creerlo “sapo” –o servicio– hasta que supieron quién era: un joven vuelto del exilio, con ansias de ver todo lo que pasaba con sus propios ojos.
De Negri caminaba por la calle General Velázquez el 2 de julio de 1986, junto a Carmen Gloria Quintana. Iban preparados a presenciar los sucesos y aguantar las posibles represiones del primer día de paro nacional contra el gobierno de facto. Caminaron juntos hasta que una patrulla militar los detuvo. Los golpearon, los rociaron con combustible y los quemaron vivos. Quintana logró sobrevivir luego del ataque, pero Rodrigo no. Después del fuego, lo encontraron tirado en una zona rural, envuelto en una frazada. Y tras una asistencia médica insuficiente, murió cuatro días más tarde.
Una semana antes, el fotógrafo había llamado por teléfono a su mamá y le había dicho que ahora podía entenderla. También le avisó que le había enviado por correo veintidós rollos fotográficos para revelar. Esos carretes nunca llegaron a destino y a Rodrigo lo mataron, pero su archivo –de unas 1400 imágenes– sobrevivió.
La historia de su vida se conoció de boca en boca, en algunos medios, y a lo largo de los años su trabajo se reconoció al punto de existir desde 2006 el premio de fotografía Rodrigo Rojas de Negri –creado por el Consejo de la Cultura del gobierno chileno–; pero las fotografías que realizó desde su infancia hasta su temprana partida debieron esperar un poco más.
Desde el pasado viernes puede verse simultáneamente en la sede Quinta Normal del MAC y en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos una minuciosa selección de su producción fotográfica. La exhibición Un exilio sin retorno fue promovida por Verónica de Negri, madre de Rodrigo, y realizada por Montserrat Rojas Corradi –curadora de la sala de Fotografía Emergente del MAC–, quien junto a los investigadores Jaime Cuevas y Lucy Quezada llevó adelante el plan de redescubrir estas imágenes y exponerlas, en el marco de la programación especial conmemorativa A 40 años del Golpe, organizada por el museo.
Hoy son visibles en las dos salas santiaguinas un total de 40 copias fotográficas y 30 diapositivas que, en palabras de los organizadores, “cristalizan la mirada de Rodrigo Rojas” sobre las protestas ciudadanas, la vida cotidiana en las ciudades que recorrió y la familia exiliada: retratos de sus primos –tomados con apenas 13 años–, fotografías de las protestas contra el apartheid en Estados Unidos y una cobertura cálida y directa de la vida diaria del Chile post-golpe, repartido entre encuentros sociales de fuerte unión y corridas represivas.
El registro de Rodrigo incluía fotografías color, lujo que en esos tiempos los fotorreporteros no podían darse en Chile para contar con inmediatez el relato. El imaginario de la dictadura, forjado en imágenes, quedó limitado casi en su totalidad al blanco y negro: laboratorio accesible para el revelado sin riesgos de todo aquello que captaran las cámaras, aún a mediados de los años ‘80. Las fotografías con el sello de De Negri pudieron develar la existencia de color en la monocromía de ese tiempo.
Una ínfima parte del material curado para Un exilio sin retorno tuvo exposición previa. Primero, en 1987, la Galería Bucci de Santiago propuso una muestra colectiva con fotos de los miembros de AFI y algunas imágenes hechas por De Negri. Luego tres individuales póstumas, una en Montreal el mismo año, y dos en Washington en 1988 y 1989, también lo hicieron. Pero con esta muestra más completa, el trabajo del joven fotógrafo consigue un pie territorial, pedido quizá por la necesidad colectiva de saber quién fue él, además de una figura representante de ausencias en la memoria histórica y política de su país.
La investigación de Verónica de Negri –su madre–, un acto de esclarecimiento y justicia, incluye el desarrollo de un documental a cargo de los realizadores Tarix Sepúlveda, Michael Gómez Muñoz y Mariano Díaz Miranda. Su amigo fotógrafo del exilio, Montecino, es quien se ocupó de escanear los negativos del trabajo de Rodrigo para la muestra, y tendrá también su espacio en la programación especial del MAC con la retrospectiva Prueba de Vida 1973/1990 –en la sede Parque Forestal–.
Como rastros de su militancia, las visiones íntimas y públicas de Rodrigo Rojas mantienen una línea autoral. Son imágenes que responden tanto al tiempo en el que se muestran como a aquel en el que fueron generadas. Fotogramas que ensayan un espíritu resistente en una actualidad donde las movilizaciones estudiantiles exponen también la sed sobreviviente de Rojas. Su archivo traduce algo más que el paso de una época y sus sucesos, reforzando una mirada que lo construye persona casi tres décadas después de la muerte de su cuerpo.
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