Dom 03.11.2013
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TEATRO > QUERIDO IBSEN, SOY NORA, DE GRISELDA GAMBARO, DIRIGIDA POR SILVIO LANG

Quién hizo a quién

Hace cien años, Henrik Ibsen imaginó lo impensable para Nora, la protagonista de Casa de muñecas: que abandonara a su familia, dando un portazo, para no volver. El genial dramaturgo noruego se preguntaba, entonces, sobre el vínculo social de hombres y mujeres y lo llevaba al extremo. En la pieza de Griselda Gambaro, dirigida por el especialista en su obra Silvio Lang, la pregunta es, ahora, sobre el vínculo autor-personaje: Querido Ibsen, soy Nora plantea que, en el siglo XXI, todo orden y subordinación deben repensarse.

› Por Mercedes Halfon

Mucho se ha dicho ya del portazo de Nora, de ese instante en que una obra de teatro se adelantó no sólo a la realidad de su época, sino también a la imaginación, a lo que era posible pensar en un momento dado. Fue un escritor noruego, Henrik Ibsen, quien en pleno siglo XIX hizo que un personaje fuera más fuerte que los condicionamientos sociales, de género y de verosímil esperables de un drama y de una mujer al terminar su pieza Casa de muñecas con su protagonista abandonando a su familia. Pero, ¿fue realmente él quien lo hizo? Griselda Gambaro, en Querido Ibsen, soy Nora, se permite dudar. Reponiendo el agobiante drama de Nora Elmer, este texto inédito de Gambaro reflexiona sobre todo lo que pasó antes de aquel golpe. Vuelve al proceso mismo de la creación, a ese fragmento de tiempo en que la historia se gestaba y, a la vez que Nora maduraba su tajante decisión, lo hacía Ibsen. Casa de muñecas, la obra teatral, se estrenó el 21 de diciembre de 1879 en el Det Kongelige Teater de Copenhague. Más de 130 años más tarde, Querido Ibsen, soy Nora, con dirección de Silvio Lang, vuelve al Teatro General San Martín. Las cosas han cambiado demasiado y no se trata de sopesar cuánto, sino más bien cómo.

Y todo el teatro de Griselda Gambaro puede pensarse como una pregunta incómoda, audaz y brillante por el cómo. Desde su irrupción en la escena en los años ’60, con una textualidad radicalmente distinta del realismo reflexivo imperante, Gambaro se ha preguntado por los modos en que se construyen ficciones, llevando el sentido a un extremo, porque era de esa manera y no de otra que podía abrirse un camino nuevo, no mimético, para pensar la realidad. Su primera obra, El desatino, se estrenó en el Instituto Di Tella y desató una polémica. En esta huida del naturalismo, la autora sintetizó influencias de las principales corrientes europeas de los años ’50 –el existencialismo, el teatro del absurdo– sin que sus obras puedan ser clasificadas como del todo pertenecientes a estas tendencias. Algo tiene en común esa búsqueda con la de Ibsen. Así como el noruego pasó del romanticismo a un realismo de crítica social para rumbear luego hacia un teatro de corte simbolista, Gambaro nunca se quedó en un lugar cómodo. Viendo la puesta de Silvio Lang no quedan dudas de que su forma sigue siendo contemporánea, sigue hablándole a la época con una voz nítida y providencial, una voz que parece venir desde el futuro.

Hay que decir que Silvio Lang es un experto en la autora: en 2011, escribió el texto preliminar al Teatro reunido de Griselda Gambaro que publicó Ediciones de la Flor, y ha montado en La Pampa –de donde es oriundo– La señora Macbeth y en Córdoba La persistencia. Lang también se dedica a la teoría y a la docencia –montó una pieza de Alain Badiou en la Unsam con la actuación del propio filósofo– y es desde ese lugar que reflexiona y dice sobre la dramaturga: “Soy un amante confeso de su alma y su escritura. Pienso que con Gambaro estamos frente a un impulso teatral de pensamiento del que todavía no comprendemos casi nada. Ella abre un espacio femenino de diferencia en la dramaturgia argentina costumbrista y heteronormativa. Los gestos y diálogos de los personajes de su literatura tienen unas salidas que jamás hubiéramos podido imaginar. Traza cierta diagonal en las situaciones con una discreción que se sustrae de la tentación de totalizar, encasillar y colonizar cualquier cosa rápida y fácilmente. Gambaro es una fábrica locuaz que trabaja en la ambivalencia del sentido. Se divierte quebrando las reglas de las situaciones insufribles y naturalizadas. Esta puesta en uso de la ambivalencia y la potencia del lenguaje no es otra cosa que un disenso del sentido general de los poderes constituidos en la cultura. Ella mira los pedacitos, los fragmentos, lo débil, lo inútil, lo sumergido, lo despreciado... Y desde ahí vemos que es posible reconfigurar las situaciones que nos aprietan”.

Y este impulso del que habla aparece de lleno plasmado en la obra. No desde el aprieto del que, fascinado ante una obra contundente se esconde en las palabras escritas, sino del que justamente por hallarse frente un texto desafiante, desafía. Desde los primeros instantes de la obra nos encontramos con una puesta de sobria sofisticación y de una intensidad plástica inusual en las tablas porteñas. El elenco –encabezado por Belén Blanco, Ezequiel Díaz, Alberto Suárez, Agustín Rittano y Victoria Roland– encarna una actuación de enorme despliegue físico, en el que el aporte de Alina Folini, en el entrenamiento de los actores, es clave. Belén Blanco, como Nora, y Suárez, como Ibsen, dialogan y pelean como perra y gato. En ese debate se dirime buena parte de las cuestiones por las que el teatro y el feminismo vienen desvelándose en el último siglo. ¿Cómo se construyen las identidades? ¿Quién decide lo que es o no posible de ser y hacer para una mujer? Poner al autor de la pieza como personaje en escena es mostrar el hilo de esas costuras, que por realizarse sobre la piel, duelen.

En esa dirección va la puesta de Querido Ibsen, soy Nora. Mostrar la conflictiva construcción de las identidades y de la ficción. Y para eso, alterar, afectar, el modo en que habitualmente funcionan los elementos de una pieza dramática. Vemos en escena el piano donde se ejecuta la disonante música, los vestuarios que las actrices cosen y bordan antes de llevar puestos. Asimismo la impactante iluminación expresionista nos hace ver las sombras de Torvald y Nora monstruosas sobre el fondo pelado del escenario, acorralándolos y agigántánolos a una misma vez.

Así como Ibsen se preguntó sobre el vínculo social hombre-mujer y cómo llevarlo a un extremo, esta obra se interroga por el vínculo autor-personaje. Cien años más tarde toda relación de orden impuesto y subalternidad deben repensarse. “Desde antes, desde mucho antes de que usted intentara hablar por mí, señor Henrik, yo ya me estaba escribiendo. Usted sólo me copió a su modo.” Vibrante y exquisita, la puesta de Silvio Lang es la tercera vuelta de tuerca de esta historia. Asimila la distorsión y la devuelve multiplicada.

Querido Ibsen, soy Nora, con Belén Blanco, Agustín Rittano, Alberto Suárez, Ezequiel Díaz, Leonardo Saggese, Victoria Roland, Pochi Ducasse y Pablo Cécere se puede ver de miércoles a sábados, a las 21, y los domingos a las 20, en el Teatro San Martín, Avenida Corrientes 1530.Entrada: desde $ 40.

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