SERIE > SE ESTRENA EL SHOW DE MICHAEL J. FOX, LA SITCOM DONDE EL CHISTE ES EL PARKINSON
Después de Volver al futuro, Lazos familiares y Spin City, Michael J. Fox era un icono pop y además un comediante exitoso: estaba en el mejor de los mundos. Pero pasó lo más cruel e impensable: le diagnosticaron Parkinson juvenil y se alejó del trabajo y, por un tiempo, de la vida. Sin embargo, desde hace varios años, Fox decidió lidiar con su enfermedad con un optimismo desconcertante –incluido su activismo para la investigación de la cura– que culmina, ahora, en su nueva serie, El show de Michael J. Fox, que se estrena mañana a las 21 en Comedy Central y donde se ríe, con pasmosa brutalidad, de su condición: sin compasión, sin sentimentalismo y sin corrección política.
› Por Mariano Kairuz
El tema de Michael J. Fox es el tiempo. Lo lleva en la cara: las facciones juveniles, aniñadas, que lo caracterizaron siempre, que lo limitaron y también lo convirtieron en una estrella, conviven a los 52 años con las huellas de un padecimiento personal que carga hace más de dos décadas y que lleva en público con extraordinaria gracia. Que su tema es el tiempo –cómo se nos va, cómo se fuga– es una obviedad desde que filmó Volver al futuro, desde que se convirtió en un icono de los ’80, pero también por buena parte del resto de su carrera como actor –la serie Lazos familiares, que lo hizo famoso antes que el cine, se centraba en un choque generacional esencial de la segunda mitad del siglo XX norteamericano– y porque le tocó la rarísima mala suerte de ser diagnosticado a los 30 con una enfermedad que se manifiesta casi exclusivamente después de los 50.
Ahora, trece años después de que decidiera retirarse de la televisión, al menos como protagonista, para darse un descanso en medio de una pelea que se estaba tornando ardua, Michael J. Fox vuelve a protagonizar sitcom propia, reinventándose pero sin dejar de ser el que era. “Creo que puedo interpretar a cualquier personaje en tanto este personaje tenga Parkinson. Podría hacer un Hamlet con Parkinson”, dijo hace poco, haciendo la mímica de sostener-la-calavera, con el humor que lo caracterizó siempre, en el programa Late Night with Jimmy Fallon, a donde fue para promocionar El show de Michael J. Fox, la sitcom que arrancó en septiembre pasado en EE.UU. y que a partir de mañana podrá verse todos los lunes a la noche por Comedy Central.
En The Michael J. Fox Show, Fox interpreta a un presentador de noticiero televisivo con Parkinson, que decide volver al trabajo después de un largo retiro, y consigue hacer algo que encaja perfecta y naturalmente con la imagen pública que forjó desde que contó públicamente acerca de la enfermedad degenerativa y por ahora irreversible que padece: un personaje que lidia con su condición con carisma, humor negro e ingenio, alejándose todo lo posible de cualquier intento de explotación sentimentaloide. El efecto visible de su discinecia (los movimientos involuntarios de su cuerpo, que son a esta altura menos el producto de su enfermedad que de los medicamentos que toma de manera crónica para aplacarla) ya eran conocidos por quienes han visto en sus últimos años sus reiteradas participaciones en series como Scrubs y Rescue Me, y sus especialmente celebradas apariciones en The Good Wife, donde interpretó a un abogado inescrupuloso que busca manipular a jueces y jurados mediante una exposición lastimera de su enfermedad neurológica, y en Curb Your Enthusiasm, la sitcom de Larry David, donde hizo de sí mismo, y es hostigado por el gruñón protagonista por “abusar” de su conocido padecimiento. Es fácil ver en ese episodio –que fue escrito por los guionistas en perfecta afinidad con la actitud pública de Fox sobre el asunto, pero sin consultarlo– el germen de su nueva serie, que está repleta de chistes sobre sus movimientos involuntarios, sobre sus intentos infructuosos en misiones tan sencillas como hacer “choque-esos-cinco”, abrir un frasco de pepinos, o servir con una cuchara un plato de huevos revueltos (“desafío personal” que es recibido con impaciencia por su familia), e inclusive chistes más brutales, como cuando su personaje sale de cámara porque no puede evitar mover la silla con rueditas desde la cual lee las noticias al aire.
Los movimientos no enteramente naturales de su cuerpo están ahí, son evidentes, pero Fox los incorpora al repertorio de tics y gesticulaciones exageradas que siempre formó parte de su estilo como comediante, de Lazos familiares a Spin City. Quizá ya no pueda deslizarse en un skate como en Volver al futuro como cuando tenía 23, pero eso difícilmente pueda atribuirse solo al Parkinson: el hombre ya tiene más de 50, y el tiempo, implacable, les cobra impuestos hasta a los más saludables especímenes de esta tierra.
Nacido en Edmonton, Alberta (Canadá), en 1961, cuarto de los cinco hijos de un policía y una empleada administrativa, Michael Andrew Fox (la jota del medio se debe a que ya existía otro Michael Fox actor y funciona a la vez como homenaje a un legendario actor secundario, Michael J. Pollard) suele contar que toda su vida lidió con limitaciones físicas. Desde mucho antes de tener Parkinson, fue un muchacho de físico diminuto: demasiado pequeño para destacarse en su muy canadiense pasión por el hockey sobre hielo, y luego, demasiado enano en la consideración de los productores para convertirse en una estrella de cine. Pero en ocasiones consiguió usar esa desventaja a su favor: su primer papel estable fue en una serie en su país, Leo and Me: tenía 16 pero hacía convincentemente de un chico de 12. Cuando más tarde, y tras reticencias iniciales de la producción, le dieron el personaje que lo hizo famoso en EE.UU, en la sitcom Lazos familiares, los chistes sobre su estatura se incorporaron a los guiones (también era un detalle no menor en Muchacho lobo: el basquetbolista petacón que pasaba de la nada a la gloria). Acaso por esto mismo nunca fue un galán en el sentido en que lo fueron otros poster-boys contemporáneos, como Rob Lowe o Patrick Swayze: a mediados de los ’80 se había convertido más bien en el chico encantador que todas las madres querrían para sus hijas. Pero la popularidad televisiva, decía el siempre agradecido Fox, le había cambiado la vida: “Antes las chicas no me daban ni la hora, y de pronto conseguía sexo a lo loco”.
Aunque no fue una estrella internacional hasta Volver al futuro, en Estados Unidos el estrellato le llegó casi tres años antes con Lazos familiares, una sitcom no muy recordada por acá que capturó la esencia de los años ’80 norteamericanos como casi ningún otro programa. Durante las siete temporadas que duró Family Ties, entre 1982 y 1989, Fox fue Alex P. Keaton, el estudiante perfecto y ambicioso que admiraba a Ronald Reagan y a Nixon y cuyo objetivo en la vida era triunfar en Wall Street. El programa, que su creador Gary David Goldberg le había vendido a la NBC con el escueto concepto “Padres hippies - Hijos conservadores” encontró rápidamente su centro en el carisma de Fox, que encarnó en Alex la gran paradoja del sueño aplastado de la generación previa, la de los padres liberales, militantes pacifistas de los ’60 que ahora vivían cómodos y aburguesados en los suburbios de Ohio. Arrogante y egoísta (aunque demasiado bueno en el fondo), Alex fue uno de los mejores personajes de la televisión norteamericana de su década, al punto que ambos partidos se lo quisieron apropiar como emblema: los neoconservadores por su simpatía, los demócratas por la feroz parodia de aquéllos. En 1997, ocho años después del final de Lazos familiares y después de perder un poco el rumbo en el cine, Fox regresó a la televisión con su segunda sitcom exitosa, Spin City, y un personaje, algo así como el segundo del alcalde de Nueva York, ya del lado inequívoco de los demócratas (Fox ya había interpretado en 1995 un personaje similar en la película Mi querido presidente, de Rob Reiner: ambos fueron claros productos de la más amable era Clinton). En 2008, de cara a las elecciones en las que se presentó Obama, y cuando ya hacía un largo tiempo que Spin City había terminado, Goldberg (que falleció hace un par de años, a los 68, de cáncer) escribió en un editorial para The New York Times que se imaginaba a Alex P. Keaton en la actualidad haciendo trabajo ad honorem por la niñez, o como un independiente al menos, no habiendo podido tolerar los desmanes de los dos períodos de W. En eso, escribió, “disentimos con Michael Fox: él cree que hoy Alex P. Keaton estaría recién saliendo de la cárcel”.
Terminados los ’80, Lazos familiares y la trilogía Volver al futuro, Fox pareció perder el ritmo. Había hecho algunas películas buenas en la última parte de la década, como la subvalorada Pecados de guerra, de Brian De Palma y junto a un muy demasiado intenso Sean Penn, pero lo que le estaban ofreciendo ahora eran comedias bastante menores, y él, que seguía de fiesta en fiesta, empezó a tomar un poco de más. 1991 fue un año especialmente malo: su padre había muerto hacía poco mientras él se encontraba lejos trabajando, de pronto ya no se encontraba en el foco de atención mediático, y aquel extraño temblor en un dedo meñique con que se había levantado un día a fines del ’90, se convertía en su tragedia. Al diagnosticarle su raro Parkinson juvenil, los médicos le advirtieron que, como la enfermedad neurológica degenerativa que era, esto le iba a permitir seguir trabajando como mucho por diez años más. De pronto, estaba tomando acompañado, y también solo, y no podía parar. Hoy el público se sorprende de lo bien, agraciada y divertidamente que lidia con su enfermedad, pero primero fueron siete años de negación y oscuridad. Quien le salvó la vida fue, dice, la mujer con la que se había casado un par de años antes del diagnóstico, Tracy Pollan (la madre de sus cuatro hijos, una actriz que conoció en Lazos familiares), la misma que lo acompaña hasta el día de hoy. De su mano volvió a la televisión con Spin City, y también tomó la decisión de anunciarle al mundo su problema, y dejar un trabajo que lo estaba extenuando, en el año 2000.
Lejos de la miserable compasión que temía encontrar, obtuvo una afectuosa respuesta de prensa y público, y empezó una nueva carrera, creando una fundación para la investigación para la cura del Parkinson. En www.michaeljfox.org, página oficial de la Michael J. Fox Foundation, pueden leerse fragmentos de los tres libros que lleva publicados hasta el momento: Hombre de suerte: una memoria; Always Looking Up (un juego típico de Fox, que bromea con que siempre miró hacia arriba porque es muy bajo, y a la vez recordando que siempre mantuvo la cabeza en alto), subtitulado “Las aventuras de un optimista incurable”, y Algo gracioso ocurrió camino al futuro: giros y lecciones aprendidas, sobre cómo lidia con su condición día a día, sobre los avances en la investigación, y sobre la clara conciencia que tiene de la posición privilegiada en que le tocó afrontar su problema: “Siempre tengo presente que hay otra gente que no se siente bien y que no tiene las mismas posibilidades que tengo yo de expresarse. No es un factor menor en la manera en que he podido lidiar con esto”, dice Fox.
La fundación es un éxito, con recaudaciones millonarias y mucha publicidad, y hasta la oposición política al incentivo de investigaciones con células madre le dio un involuntario empujón. Típicamente la derecha republicana, y en particular el influyente comentarista Rush Limbaugh, que se burló de una de esas apariciones públicas que Fox solía hacer sin tomar su medicación, para concientizar sobre su enfermedad y ayudar a desestigmatizar a quienes la padecen. “Tiene que ver con la percepción –explica Fox en entrevistas–. Muchas veces cuando tenés una discapacidad, tenés que lidiar con la percepción de otra gente acerca de cómo es esa discapacidad. Para mí esto no tiene nada de horrible. Es mi realidad. Es mi vida. Una mano que tiembla no tiene nada de horrible, y tampoco lo tiene decir: estoy cansado de esta mano que tiembla.” Fox suele ser muy bien recibido por su franqueza desprovista de vanidad, la misma que nutre a su nueva sitcom.
Y es probable que ese episodio de Curb Your Enthusiasm en el que Fox, un poco enojado con Larry David, le entrega una botella de gaseosa agitada, enchastrándolo y echándole la culpa no del todo convincentemente a su Parkinson, haya influido en su decisión de volver a ponerse al frente de un programa de TV. La crítica norteamericana recibió El show de Michael J. Fox como su actor querría: sin condescendencia. Y por lo tanto, criticaron que, por fuera del tema del protagonista con Parkinson, se transforme en muchos momentos en una sitcom familiar bastante convencional. Pero bueno: tiene algunas grandes actuaciones secundarias, en especial las de Betsy Brandt (recién salida de Breaking Bad) como su esposa, y la de Wendell Pierce (de Treme y The Wire) como su jefe, y los chistes sobre el temblequeo de su protagonista son real y morbosamente muy buenos. “Papá, te estás moviendo demasiado y te me vas de foco”, le dice la hija, tratando de filmarlo (y explotar su enfermedad) para un proyecto escolar. “Qué bueno que no te tomaste tu medicación todavía, así no voy a tener que hacer todo el trabajo yo”, le dice su esposa en el prólogo de un encuentro sexual. Mientras tanto, en la ficción, la cadena NBC promociona el regreso de su periodista estrella con Parkinson con un spot hecho de imágenes en cámara lenta y Enrique Iglesias cantando “Héroe” de fondo. Y el propio Fox le saca partido groseramente a su condición de “personaje más inspirador” en un partido de golf caritativo en el que compite con un jugador no vidente.
Buena parte de las notas y entrevistas publicadas en los últimos años y ahora, en los últimos meses, con motivo del regreso televisivo de Fox, se han empeñado en describir los detalles de la enfermedad, pero Fox está mucho más allá de eso. “¿A quién carajo le importa cómo me veo? –dice–. Me veo como soy. Esto no es algo que me pasa, es mi vida. Tengo días que son peores que otros, pero todo el mundo tiene que lidiar con alguna mierda en su vida. Yo tengo a mi familia, sigo trabajando. ¿Qué es lo que perdí realmente?”
Su tema es el tiempo –cada vez menos el pasado y más el presente– y por ahora viene ganando la carrera.
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