MúSICA > COCOROSIE VUELVE A BUENOS AIRES
Son hermanas, hijas de padres excéntricos –un granjero que se hizo chamán, una pintora especialista en pedagogía alternativa– y desde que empezaron a hacer música juntas en 2003 se convirtieron en el dúo más destacado de la escena de los “nuevos raros” de Estados Unidos, con sus canciones inspiradas, libres, creadas como si se tratara de juegos infantiles. En una semana, las CocoRosie estarán en Buenos Aires presentando el tenebroso y exótico Tales of a GrassWidow, su mejor disco, tan íntimo y audaz como ellas mismas.
› Por Micaela Ortelli
El comienzo es tan pintoresco que sería una picardía no empezar por ahí. Un día del verano de 2003 sonó el timbre en el pequeño departamento de Montmartre, París, donde vivía Sierra Casady. Era su hermana Bianca, que había salido a dar vueltas por el mundo y pasó a visitar de sorpresa. Hacía diez años que no se veían. Sierra, que entonces tenía 24, estudiaba canto lírico; Bianca, dos años menor, estaba radicada en Nueva York y se inclinaba por las artes plásticas, la poesía, el teatro y la moda. Por primera vez pasaban verdadero tiempo a solas, lejos de sus hermanos –dos enteros, muchos medios–, de su padre ausente, granjero devenido chamán; de su madre, pintora y maestra Waldorf (el método sin libros ni exámenes, enfocado especialmente en las artes y manualidades), autora de sus apodos: Coco (Bianca) y Rosie (Sierra).
En los meses que siguieron al reencuentro, las chicas –que nacieron una en Iowa, otra en Hawai, y se criaron en distintas ciudades de Estados Unidos– salieron poco y nada a la calle, y socializaron menos. Se les iba el tiempo en anécdotas, disparatados sueños a futuro, cuentos de terror y juegos de disfraces. También en otro de sus pasatiempos de la niñez: inventar canciones. Bianca viajaba con una grabadora muy rudimentaria, y Sierra tenía una guitarra y un baño con buena acústica, donde se encerraban durante horas a registrar esos pimpollos deformes que surgían de sus voces de otro planeta, mínimas melodías folk, juguetes sonoros, bijouterie tintineando y cacharros varios. De todo eso está compuesto La Maison de Mon Rêve, lo que resultó el primer disco de CocoRosie, como bautizaron las hermanas al flamante proyecto.
En la tapa están abrazadas, con las caras muy cerca y las bocas en forma de beso. No hay pruebas de que Sierra –que heredó los rasgos sirios de su madre– y Bianca –de aspecto varonil y cara de loca– hayan vuelto a separarse. En adelante hicieron base en Brooklyn, Nueva York, donde fueron embutidas en la escena New Weird America (“los nuevos raros”), la misma de Devendra Banhart, Joanna Newsom, Antony Hegarty y otros. De Devendra y Antony se hicieron íntimas; los dos cantan en Noah’s Ark, el segundo álbum, que salió en 2005. Los cuatro, además, protagonizan el documental The Eternal Children (David Kleijwegt, 2006), que explora ese movimiento –-todo consistiría en crear de forma libre y espontánea, como juegan los niños– y retrata también a los músicos de culto Vashti Bunyan y William Basinski.
“Nos criamos en un entorno muy creativo, excéntrico. Nunca nos dijeron que teníamos que ir a la escuela o seguir un camino hacia una vida segura. Estábamos por fuera de la sociedad. Así que la idea de una vida normal nos resulta muy antinatural”, cuenta Bianca en el film. Sobre su método creativo dice: “Luchamos contra la vergüenza. Creo que en general es un buen ejercicio intentar vencerla. Honramos la niñez, la desinhibición; tratamos de estar puramente en el presente y artísticamente predispuestas en cada momento. Creo que a medida que crecen, las personas abandonan esa parte de sí mismas”.
Es con The Adventures of Ghosthorse and Stillborn (2007) que la música de CocoRosie se vuelve de verdad inquietante (y para gran parte de la prensa estadounidense, directamente insoportable). Ya con las dos cantando en una misma canción –el soprano de Sierra, que se adapta a la ópera tanto como al club de jazz; la voz resquebrajada de Bianca, que todos comparan con la de Billie Holiday– basta para crear paisajes suficientemente insólitos; pero sus voces en este álbum suenan más incoherentes aún, sobre bases de beatbox, sintetizadores indescifrables, ruidos de ferias de diversiones a lo Payaso It, más juguetes sonoros, o la nada misma. Son canciones incomprensibles y retorcidas. En Europa, el disco gustó mucho más que en América; allá las rarezas no lo son tanto y a las Casady las adoptaron como propias.
Acá, a Buenos Aires, vinieron por primera vez a presentar ese disco. Tenían dos días libres después del show en el Personal Fest; estaban inspiradas, llenas de ideas y querían grabar. Así llegaron a los estudios Panda, con el ingeniero en sonido Nicolás Kalwill, que las trató intuitivamente, con naturalidad, bah. Y a ellas, que son de lo más selectivas a la hora de elegir con quien trabajar –que son, lo que se dice, “especiales”–, él les cayó muy bien. Suspendieron un show y se quedaron más días de lo planeado; quisieron que Nicolás produjera su siguiente disco, que grabaron en huecos de la gira, entre Buenos Aires, Nueva York, Berlín y París. Se llamó Grey Oceans (2010), y es tan melancólico que, dependiendo del oído, puede ser incluso menos amigable que el anterior. Aunque sin duda es menos estrambótico; los instrumentos (arpa, sitar, piano) se distinguen, y eso lo hace más orgánico. Pero sigue siendo extrañísimo, empezando por los atuendos de las hermanas en la tapa: los sombreros de franela azules y la barba, que les queda tan fea.
Bien lejos de la ciudad, en la zona de La Camarga, al sur de Francia, hay una granja donde Sierra y Bianca suelen ir a trabajar. Una de esas granjas de película, desolada, con graneros, tractores y –de noche– búhos. Esos paisajes, esos ruidos, les sacuden el imaginario y les dictan historias de fantasmas, tumbas, cavadores de tumbas, ángeles y hadas, niños solos, sufrientes, muertos. Tales of a GrassWidow, que salió a mitad de año, es un disco tenebroso, ideal para escuchar con auriculares en una caminata nocturna. Rítmico, exótico, bellamente perturbador, definitivamente su mejor trabajo hasta ahora. Distinto a todos y, a la vez, una síntesis de lo que fueron esas primeras –íntimas y emocionantes– perlas folk, y las polémicas audacias que vinieron después. Lo grabaron en sólo dos semanas, volvió a participar Antony y lo produjo Valgeir Sigurðsson (Björk). Cuando lo terminaron, Sierra y Bianca lo llamaron a su amigo Nicolás. Así fue que el hipnótico Tales of a GrassWidow terminó mezclándose a bajo presupuesto en un living porteño.
CocoRosie se presenta el domingo 17 de noviembre, a las 21, en Niceto (Niceto Vega 5510). Entradas: $ 300.
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