FOTOGRAFíA > LOS OBJETOS COTIDIANOS EN LAS FOTOS DE CECILIA LENARDóN
En la fachada externa del Centro Cultural San Martín pueden verse unas gigantografías que reproducen un mundo cotidiano, callado y a la vez lleno de una vida secreta. Son los menajes de cocina, chucherías de colección, adornos de vitrina que Cecilia Lenardón supo capturar cuando nadie más mira.
› Por Ana Wajszczuk
Es de noche: la hora en que los objetos cobran vida fuera de la mirada humana. Se escuchan voces, murmullos, ruido de porcelana que se arrastra, dramas que suceden: es la vida íntima de los objetos. Un tópico clásico, lo inanimado que vive cuando el sujeto no mira. Es el mundo de los adornitos de cerámica o los muñecos en las narraciones infantiles, como en el cuento de Hans Christian Andersen donde la pastorcita de porcelana y el deshollinador de su misma especie se escapan a ver “el ancho mundo”, fuera de la mesita de salón donde ambos viven. Objetos que habitan un mundo paralelo, donde el humano sólo puede acercarse si se queda quieto como ellos, si presta atención a su lenguaje mudo: dos cualidades necesarias para acercarse al mundo abigarrado que habitan los menajes de cocina de la fotógrafa rosarina Cecilia Lenardón.
Naturalezas muertas es una serie de fotos analógicas de toma directa que retratan bodegones, un tópico clásico de la pintura que la artista revisitó en esta nueva serie, cada una en la gama de un color: azul marino, verde inglés, blanco nieve. En el centro de cada imagen la fotógrafa apiló en cuidadoso montón de objetos, tanto tazas y platos como latas de té o animalitos de cerámica, armando una escenografía donde forma y fondo se continúan y se confunden. Partió de una serie de pequeño formato, que Lenardón tomó durante 2010 y que ahora, con curaduría de Mariano Soto, acaba de dar el salto a la gigantografía: siete naturalezas muertas de la serie original, cada una llevada a tres metros por tres cincuenta, son exhibidas en la fachada externa, a plena calle, del Centro Cultural San Martín. Y a pesar de su nuevo tamaño, casi publicitario, las fotografías conservan su aura, como si se estuviera espiando la intimidad de esos enseres domésticos a través de una cerradura que magnificara la escena.
Hay una cara oculta en lo familiar de estos objetos fotografiados que tiñe la atmósfera de Naturalezas muertas. En cada fotografía está esa taza, ese adornito, ese empapelado vintage a la manera de Naturaleza muerta con mantel de Henri Matisse, donde mantel y fondo parecen parte del mismo lienzo estampado, ese plato de café con una mezcla bazar chino y vajilla de diseño retro. Son objetos que se reconocen como de uso diario y que a la vez podrían catalogarse de adornitos, chucherías de vitrina. Pero es en lo enrarecido de su disposición donde reside parte del encantamiento que producen al mirarlos. No es casual que Lenardón sea también psicoanalista y formada en Psicología del Arte, y que después de muchos años de atención clínica a pacientes comenzara a fotografiar objetos: “Era como vincularme con la escenografía de las personas, con sus backstages íntimos de entrecasa”, dice. “Fotografío para acercarme a lo que los objetos no nos dicen.”
Y también: “Yo hago naturalezas muertas”. “Me interesa enrolarme en una tradición y que mis ancestros sean los pintores flamencos del siglo XVI como Ambrosius Bosschaert.” Un afán o un enamoramiento que lleva a la fotografía problemática de la pintura clásica: la luz, la composición, el color; problemáticas que Lenardón ahondó luego en El día que nunca aclara (2012), serie de tomas directas a la luz de la luna donde las estatuillas protagonizaban las escenas: ciervitos, papagayos, palomas. O en otras series paralelas, que no tienen título pero sí elocuencia: un gorrión muerto en un cajón, dos hielos derritiéndose en la soledad de un plato. “Me interesa la fotografía porque es uno de los medios más engañosos, al que todavía se le atribuye una creencia de verdad. Partir de ahí hace que intente cada vez más acercar la realidad a lo ficcional, sobre todo en esta última camada de fotos, mucho más oscuras e introspectivas.” Pero más allá del soporte, a Lenardón le gusta pensar que su materia de trabajo es el lenguaje. Junto a la fotógrafa Eugenia Calvo, también rosarina y con la que comparte un aire de familia en el afán de darles voz a los objetos cotidianos, coordina grupos de estudiantes y artistas en proyectos específicos desde el Museo Castagnino en Rosario y también coquetea con la performance, la escritura y la música experimental: canta y toca la guitarra junto a Agustín González en el “dúo musical amateur” Escuche y repita, con un estilo folk a lo Devendra Banhart y apariciones fugaces en canchas de tenis, peluquerías y livings amigos. Pero es en estas Naturalezas muertas donde Lenardón, como dijo el crítico Rafael Cippolini en un ensayo sobre fotografía contemporánea, define un mundo como: “aquello que miramos y redescubrimos mutado cuando volvemos a mirar”.
En la profusión de animalitos de cerámica o bronce que parecen dialogar entre sí con un idioma mudo para quien los mira, las obras de Lenardón tienen un parentesco con el trabajo de artistas como Liliana Porter, si bien Naturalezas muertas se decanta hacia lo kitsch, hacia el empalago del barroco donde no hay blancos, no hay resquicio: sólo los objetos estetizados por la luz, en contraposición al objeto ensalzado en su soledad a lo Porter. La denominación inglesa still life tal vez sea una forma más cercana de nombrar a las fotografías de Cecilia Lenardón que la dureza de la frase “naturaleza muerta”. Still también puede entenderse como la cualidad de algo quieto, suspendido, algo que todavía es aunque no se lo pueda ver. Una vida suspendida en el instante en que la miramos, objetos vivitos y coleando que continuarán con su tarea cuando la mirada impertinente se aparte.
Naturalezas muertas
Cecilia Lenardón
Fachada lateral de la Sala AB,
sobre la Plaza de las Américas,
Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551.
Hasta el 30 de noviembre.
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