PLáSTICA > SILVIA GURFEIN PRESENTA LO INTRATABLE EN FUNDACIóN KLEMM
Desde 1996, año en que decidió “enseñarse” a pintar, la refinada y polifacética artista Silvia Gurfein viene construyendo una obra plástica enigmática, preocupada por los procedimientos y los experimentos sensoriales. Lo intratable, su nueva muestra, es una instalación cuyo discurso habla de la pintura, sus elementos, sus medios. Y, entre estos documentos de la acción de pintar, está la pintura misma, en su soporte tradicional.
› Por Leticia Obeid
No es sencilla la situación de la pintura en el arte contemporáneo, se le exigen siempre demasiadas explicaciones, quizá por su sospechosa longevidad en la historia o, quizá, porque su muerte tantas veces declarada obliga a chequear, cada tanto, su estado actual. Y tal vez sea por eso que los pintores saben, en algún lugar de su conciencia, que tarde o temprano deberán enfrentarse a los embates de una crisis que, aunque se manifieste como un episodio individual, en realidad da cuenta de las relaciones entre la pintura y el arte de la época. Todo pintor vive, en carne propia y de manera comprimida, la historia y devenir de su medio, y los más valientes aceptan el reto de ponerlo a disposición del arte contemporáneo, sabiendo que es una empresa compleja y llena de peligros. Silvia Gurfein pertenece a esta estirpe y su muestra individual en la Fundación Klemm da cuenta de eso.
Artista polifacética y refinada, cuenta que un día de 1996 decidió aprender (enseñarse a sí misma, para hablar con mayor propiedad) a pintar y se dedicó concentradamente a eso durante cuatro años. Desplazados quedaron el teatro y la música y un universo nuevo se abrió frente a sus ojos y sus manos. En un tiempo relativamente corto, Gurfein se convirtió en una artista con un lugar propio en el medio local por su obra intensa, delicada y precisa, con un estilo que no se deja encasillar y donde se mezclan algunos rasgos de la abstracción a secas, con fases o líneas más cercanas a una figuración de corte metafísico, donde la geometría genera estructuras para albergar flores, pájaros, paisajes y cabezas que nos pueden hacer pensar en el simbolismo. En un medio que mira con celo los cambios estilísticos de cada autor, los pasos deben darse con cautela, y por eso resulta estimulante ver que nuestra heroína (palabra que Gurfein usó como título de una serie de obras hechas entre 2009 y 2010) dio un salto enorme en esta última obra. Al visitante que llegue a esta muestra le sorprenderá ver en la primer sala un conjunto de catorce pequeños cuadros hermanando textos e imágenes, que funcionan como una obra en sí misma y actúan como una especie de filtro desacelerador: nos proponen una detención y nos impregnan de un vocabulario en relación con la mirada, la pintura misma y la filosofía que nos prepara para lo que viene. Los nombres de sus autores están aparte, para no interrumpir ni condicionar la lectura, como si se tratara de un solo libro hecho de esos fragmentos cuidadosamente elegidos y montados. Las imágenes intercaladas son monocopias que presentan el motivo de una pupila, que luego veremos repetirse en algunas de las pinturas. En una especie de pequeña mesa, un lienzo mediano, casi flotante, nos mira desde su posición horizontal, con un ojo único. Este trozo de tela puede remitirnos a un sudario, por la manera en que está dispuesto, como si recogiera el rastro de un cuerpo ausente.
Una vez dentro de la sala mayor, veremos esta figura del sudario repetirse en unas pequeñas telas que cuelgan en sus cajas de vidrio, como reliquias expuestas al derecho y al revés; en otra mesa reposan unos retazos rectangulares que ostentan manchas de colores y que, en un pestañeo apurado pueden llegar a revelarse como una miríada de ojos que nos observan desde su posición horizontal. Estos pedacitos de lienzo han sido usados a la manera de una venda que, una vez saturada de pintura, deja pasar el color por su tejido cual si fuera la sangre de una herida.
Entre estos documentos de la acción de pintar, está la pintura misma, en su soporte tradicional: tela y bastidor. Imágenes que parecen pasillos, umbrales, túneles excavados en la pintura misma. Uno de los textos, escrito por la pintora, nos señala: “Excavar es simultáneamente levantar un montículo semejante, que en el ir y venir de la herramienta, siempre acepta una pérdida”. Esta vez no hay líneas rectas dentro de la imagen, no hay bordes netos sino tenues pasajes entre un color y otro, a la manera de Rothko, por saturación de la materia pacientemente aplicada sin dejar rastros gestuales. Los colores se aclaran hacia el centro, donde la luz parece acumularse.
Leemos, en el título, que la exposición está al cuidado de Gastón Pérsico y Cecilia Szalkowicz. Si bien la frase busca esquivar la palabra curaduría, es difícil encontrar otra palabra por la manera en que trabajaron la instalación –en el sentido más primario de la palabra: la puesta en el espacio– de toda esta obra, en continuada conversación con la artista. Sin duda, las decisiones espaciales, el uso del texto, la iluminación que intensifica el efecto de cosa encendida que tienen algunas de estas pinturas, fortalecen la narrativa interna de la muestra y generan el efecto general de encontrarnos dentro de una instalación cuyo discurso habla de la pintura, sus elementos, sus medios, sus herramientas y procedimientos. Es decir, estamos frente a una muestra de pintura pero también estamos en una república con sus propias especies habitantes y reglas de convivencia, con una constitución que reposa en un conjunto de textos literarios y filosóficos. El cuidado, en este caso, consiste en haber sabido leer y respetar la propuesta de la obra, algo que la curaduría no siempre consigue.
¿Qué es lo intratable, entonces, en esta obra, a qué se refiere?
Consultada al respeto, la artista elude toda explicación, y describe en cambio el extraño misterio de la desaparición de la materia entre dos telas, que se da cuando el óleo pasa por el tejido del lienzo usado como filtro sobre el lienzo usado como soporte, un hallazgo casi accidental que inspiró inicialmente este proceso. No parece importar cuánta cantidad se le aplique a la tela, ésta deja pasar sólo unos ínfimos puntos, como una constelación o una frase escrita en Braille. La relación entre la pintura aplicada y lo que queda en la tela no tiene, al parecer, mucha lógica. Gurfein ha hecho una obra basada en este y otros enigmas, intentando hacer visible ese espacio vacío que nos distancia de lo intocable, lo intolerable, lo que no puede ser dicho, ni representado, ni reducido a metáforas. Las obras, en su manera de estar en el espacio, recrean partes de un viaje punteado por sobresaltos y pruebas espirituales, preguntas en torno de la materia, ensayos de medición de la distancia entre la mirada y el tacto, y otros experimentos. El visitante que se quede un tiempo recorriendo este lugar puede llegar a sentir una luminosidad táctil, algo que no se sabe bien de dónde viene, pero está ahí, quizás en el reverso de sus ojos, tan cercano como inalcanzable.
Lo intratable
Silvia Gurfein
Fundación Klemm
M. T. de Alvear 626
Lunes a viernes de 11 a 20
Noviembre 2013
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