Rescates Desde hace trece años, las diseñadoras Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky tienen su estudio en una oficina del Palacio Barolo, el impactante y misterioso edificio inaugurado en 1923 sobre Avenida de Mayo, con su arquitectura posiblemente inspirada en La Divina Comedia y su faro giratorio cuya ubicación coincide con la Cruz del Sur. Fascinadas y enamoradas, editaron Divino Barolo, un libro exquisito que no sólo incluye fotografías de cada rincón, sino anécdotas y ensayos, en una suerte de aleph de este edificio hipnótico.
› Por Juan Pablo Bertazza
Mientras en los últimos años aumentaron exponencialmente los nervios, gritos, despidos, insultos y denuncias contra los administradores de consorcio, Roberto Campbell se mantiene al frente del Palacio Barolo desde 1997. A partir de su asunción –ese mismo año se lo declaró Monumento Histórico Nacional– el estado general del mítico edificio mejoró notablemente: en 2001 colocaron los paños de vidrio protectores que contribuyeron, y mucho, a detener la invasión de plagas de todo tipo y tamaño que pululaban por las galerías. Poco después, comenzó la reparación de la cúpula, se reemplazó la vieja caldera a petróleo por una a gas, se automatizaron los ascensores, se restauró una decena de arañas de bronce y, acaso lo más importante, se encaró el arreglo del faro giratorio de 300 mil bujías, único en la ciudad de Buenos Aires, y cuya ubicación fue pensada especialmente para coincidir con la constelación de la Cruz del Sur, que se ve alineada con el eje del Barolo en los primeros días de junio, a las 19.45, la hora señalada. El faro, de hecho, era usado para anunciar noticias en tiempos en que no había radio, como sucedió con la mítica pelea entre Dempsey y Firpo de 1923.
Durante la puesta a punto, comenzaron a realizarse, al mismo tiempo, las visitas guiadas para llevar el Barolo a la gente y, entre los festejos del Bicentenario, el 25 de Mayo de 2010, se encendió, luego de cuarenta años de oscuridad, la luz del faro que, como ya veremos, representa nada menos que la luz divina. Así, en apenas diez años, se fue superando y dejando atrás casi cinco décadas de desidia y abandono. Y todo eso sin que ni siquiera aumentasen demasiado las expensas. La decisión de poner a Campbell al frente del Barolo –su gestión fue tan buena que lo premiaron asignándole la administración de otros dos edificios de valor patrimonial de la Avenida de Mayo– no estaba librada al azar: su abuelo, Carlos Jorio, había sido uno de los primeros inquilinos, en 1923, de una oficina que terminó comprando en 1950, por lo que en la administración de Campbell primó, y mucho, el valor afectivo o, dicho más claramente, el amor.
Lo mismo les sucedió a Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky, diseñadoras del prestigioso estudio ZkySky, que ocupan, desde hace varios años, una oficina del piso 15 del Palacio Barolo. “Fue amor a primera vista”, define Julieta su relación con el mítico edificio: “Al Barolo llegamos visitando el estudio de diseño de Daniel Galligani, que ya era un referente del diseño, y su estudio en la torre nos flechó. Un tiempo después, Valeria vio un aviso en el diario y vinimos a verlo, no teníamos nada que perder. Era una oficina medio destruida, pero igual la queríamos. Pedimos ayuda a nuestros viejos y solicitamos un crédito. ¡Nos mandamos!”.
Desde adentro, en esa oficina medio destruida que también fueron refaccionando, Valeria y Julieta planearon la realización de un libro, Divino Barolo, que rindiera justo homenaje a este verdadero emblema porteño. Un proceso que les llevó cuatro años de trabajo y que lograron financiar gracias a Idea.me, la plataforma latinoamericana más importante del crowdfunding, algo así como financiación multitudinaria.
“Idea.me es un sistema eficaz y contemporáneo. Con el financiamiento colectivo el libro encontró su lugar y pudimos imprimirlo con detalles de terminación y todo. Nos sentimos súper agradecidas y reconocidas. Por otro lado, la idea de encarar este libro tuvo que ver con varias cosas. Como tenemos poco tiempo, tuvimos que trabajar con lo que teníamos a mano, y aun así hacerlo nos llevó cuatro años. También veíamos que el edificio iba mejorando, lo empezaron a restaurar y venía cada vez más gente. Eso nos estimuló a tener algo que lo represente, que la gente pueda llevarse. Otro antecedente fue que unos años antes empezamos a colaborar con el edificio con piezas gráficas como unos cartelitos informativos que están en el ascensor, una pauta para señalizar las oficinas y la identidad general del edificio para uniformes y comunicaciones”, cuenta Julieta.
Y no es poca cosa contribuir a la identidad general de este rascacielos porteño de dieciocho pisos y dos subsuelos, que se inauguró el 7 de julio de 1923, y que hasta 1935 fue el edificio más alto de la ciudad, hasta que llegó el Kavanagh que, en cierta forma, también lo desplazó del primer puesto en el imaginario colectivo de los porteños. Sin embargo, el Barolo –relatos de época aseguran que los transeúntes cruzaban la calle por miedo a que la mole de hormigón armado cayera sobre sus cabezas– sigue hablando y contando diversas historias.
El arquitecto italiano Mario Palanti lo construyó a pedido del empresario italiano Luis Barolo, que llegó a la Argentina en 1890, cuando comenzó a instalar las primeras hilanderías de lana peinada del país, y cuyos casimires, en poco tiempo, se convirtieron en los más requeridos del Río de la Plata. Con esa pingüe ganancia, compró terrenos en la provincia de Chaco para dedicarse de lleno al cultivo de algodón. Cabe destacar que Barolo murió el 14 de junio de 1922, a los cincuenta y tres años, es decir, antes de la inauguración oficial del Palacio. Los tanos se conocieron en 1910, en el contexto del Centenario, y Palanti también diseñó a su hermano mellizo uruguayo, el Palacio Salvo, ubicado en la ciudad de Montevideo.
“Es muy impactante, está emplazado en una esquina, por lo que la perspectiva para apreciarlo es mejor, se ve más grande y se ve más entero que el Barolo, que tiene un edificio muy alto al lado, y las medianeras están tapadas. El Palacio Salvo tiene una recova con un tamaño de columnas descomunal, sería hermoso viajar y hacer el libro Divino Salvo”, se ilusiona Julieta.
Si bien no existe documentación que lo demuestre, resulta evidente que el Palacio Barolo es una especie de gran cita arquitectónica a la Divina Comedia, de Dante Alighieri. Algunos, inclusive, aseguran que el verdadero objetivo de la colosal construcción era servir de mausoleo para albergar las cenizas del poeta, tal vez en peligro por el estado de guerra permanente que asolaba al Viejo Continente. La falta de pruebas, de hecho, podría ser la prueba más importante, porque se habría tratado de un objetivo secreto, teniendo en cuenta que tanto Barolo como Palanti pertenecían a una logia vinculada con la masonería. Las evidencias de que el Palacio Barolo es una reescritura del libro son muchas: la estructura tríptica que va desde el Infierno hasta el Paraíso (encumbrado por la luz divina del faro), pasando por el Purgatorio, la hegemonía de círculos y el predominio del número nueve, las inscripciones en latín de las bóvedas del acceso, que pertenecen a nueve obras distintas, manteniendo el número que se repite a lo largo de la Divina Comedia: Operis peracti nullus strictor iudex autore (“Ningún juez más justo que el autor de la obra”), Ars, homo additus naturae (“El arte es el ser humano agregado a la naturaleza”), Omnis pulchritudins forma unitas est (“La unidad es el molde de toda obra de arte”), Corpus animun tegit et detegit (“El cuerpo a veces oculta el alma, otras la revela”). Y, por supuesto, la prueba más rotunda de todo esto tiene que ver con la propia ubicación del Barolo, en Avenida de Mayo al 1300, que coincide con el siglo en que Dante escribió la Divina Comedia. “Seguramente Palanti estaba más obsesionado con Dante que Barolo”, dice Julieta. El convenció a Barolo de hacer el edificio... y en general era un divulgador de la causa. Siempre tuvo proyectos con mística. Los que concluyó y los que no. En la mente de Palanti era un hecho que fuera el mausoleo de Dante. En la realidad, no sabemos.”
El hecho de que el subtítulo de Divino Barolo sea “Una mirada sobre el edificio más extravagante de Buenos Aires” no puede ser tomado sino como una ironía. En este libro hay fotos panorámicas, fotos detalle, fotos que, como las cosas, parecen tener movimiento y fotos que se plantan con más firmeza que una postal. Múltiples fotos que, además, están sacadas de todas las perspectivas, incluyendo las imposibles. También hay distintos análisis y comentarios sobre la ingeniería y la historia de este edificio, incluyendo valiosos testimonios de Carlos Hilger, profesor de historia de la arquitectura y autor de dos serios ensayos que vinculan al Barolo con La Divina Comedia, y quien opina que el Barolo tiene para Buenos Aires el mismo valor que la Sagrada Familia (la catedral diseñada por Gaudí en Barcelona) tiene para Cata- luña. También se incluyen anécdotas y anécdotas de conserjes, ascensoristas, del propio administrador del edificio, de los guías de las dos visitas que se realizan a la semana, y algunas de las cuales son usadas para pedir matrimonio desde lo más alto del mirador, en tiempos en que el matrimonio está en decadencia. Por otra parte, se trata de un libro generoso en tanto reconoce a todos aquellos que se molestaron por indagar en este lugar hipnótico, como es el caso de Sebastián Schindel, director de El rascacielos latino, un documental que descolló en el Bafici 2012. Todo lo que sucedió, y también lo que va a suceder, como una especie de aleph del Barolo, parece estar en este libro, cuya realización sólo podía festejarse tirando el palacio por la ventana: “Después de presentarlo, hubo una fiesta de fin de año del edificio. En veinte años que estamos acá, nunca hubo algo parecido: nos juntamos en una terraza del piso 13 y ¡la pasamos bomba!”.
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