Fotografía Gran parte de su breve vida Michael Cooper la dedicó a retratar a los Rolling Stones, lo que prácticamente lo convirtió en un miembro más de esa gran familia bella y maldita. En el marco de la celebración por los 50 (sí: 50) años de carrera Stone, se puede ver en el Centro Cultural Borges una muestra de cien fotografías, muchas de ellas inéditas, que documentan, además de la banda, el momento más altamente glamoroso de los años ’60.
› Por Mariana Enriquez
Michael Cooper llegó al círculo más íntimo de los Rolling Stones de la mano de Robert Fraser, en el otoño de 1966. Fraser era dueño de la galería de arte moderno más importante de Londres, un punto de encuentro de todas las celebridades del momento, desde Dennis Hopper y William Burroughs hasta los Beatles y los Rolling Stones. Y Michael Cooper, fotógrafo ambicioso y carismático, era uno de sus mejores amigos y socios y cómplices. Juntos diseñaron la tapa de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de The Beatles –Cooper sacó la foto–, quizá la tapa de un disco más famosa de todos los tiempos, por ejemplo.
Pero, extrañamente, Cooper es mucho más célebre por su registro testigo de los Rolling Stones. Estuvo ahí en los mejores y más intensos años: cuando grabaron los discos mitológicos –Beggar’s Banquet, Let it Bleed, Sticky Fingers, Exile on Main St.–; cuando viajaron a Tánger, cuando Brian Jones murió, cuando tocaron por primera vez en Hyde Park, cuando se mudaron al sur de Francia, cuando Mick Jagger y Anita Pallenberg rodaron Performance, una de las películas más influyentes de la década. Estuvo ahí tan cerca que ver la muestra Stones 50, las cien fotografías, muchas inéditas, que se exhiben hasta febrero en el Centro Cultural Borges, es un poco como ver un álbum de familia, pero de una familia excepcionalmente glamorosa y algo maldita, una colección entre la demonología y el encuentro con jóvenes dioses arrogantes, reyes y reinas en el más dorado exilio. Estuvo tan cerca que inclusive fue preso con ellos en la célebre razzia a Redlands, la casa de Keith Richards, en 1967: estaban escuchando Blonde on Blonde de Bob Dylan cuando cayó la policía –justo después de que se fuera George Harrison: los Beatles contaban con una protección implícita– y los registró de arriba abajo. Mick Jagger fue acusado de posesión de estimulantes, Robert Fraser de heroína, Richards de permitir el uso de drogas en su casa y Marianne Faithfull de nada, pero los diarios pasaron meses contando que tenía un bombón en la vagina, que los presentes chupaban (una mentira: Marianne solamente estaba desnuda, eso sí, envuelta en un acolchado de piel). Esa razzia, que llevó a Jagger y Richards a la cárcel y a un juicio escandaloso, se considera el principio del fin de los swingin’ sixties en Inglaterra. Michael Cooper no tomó fotos esa noche. Pero tampoco se asustó: se quedó con la banda, siguió siendo el amigo sofisticado y sensible, que estaba cerca pero nunca demasiado. Viajaba con Keith, Anita y Gram Parsons a California y los fotografiaba en el Joshua Tree, todos drogados buscando ovnis; Keith posaba para él tomando cocaína en el desierto. O los llevaba hasta Stonehenge, el círculo sagrado de piedras en el sur de Inglaterra, escuchando a Otis Redding y ahí están con frazadas y ponchos, un Mick Jagger trompudo, a lo mejor malhumorado. Fotografió a Anita Pallenberg, primero novia de Brian Jones, después pareja y madre de los hijos de Keith Richards, la rubia algo turbia con fama de bruja. Los fotografió en Tánger y para la tapa de Sus Majestades Satánicas; de esa sesión salió la famosa Once Manos, donde la banda, ataviada como aristócratas decadentes, aparece abrazada y mostrando todas las manos –pero si se cuentan, no hay diez, dos manos por Stone, sino once: hay una mano fantasma–. Y ninguno de los vivos recuerda quién puso esa mano ahí, si un asistente, si alguien que pasaba, si alguna chica. Los fotografió jodiendo y grabando, de gira por Estados Unidos y por Europa del Este, los inmortalizó en imágenes publicitarias y también de gran intimidad, las caricias de Anita a su hijo Marlon en la Costa Azul, los juegos de Mick Jagger con Nicholas, el hijo de su novia Marianne, en imágenes pastorales tomadas en Oxfordshire, cuando se refugiaron de la prensa en una casa de campo.
“Michael estaba allí, pero nunca presumía ni se aprovechaba, nunca se interponía en tu camino. El sabía cuándo mantenerse apartado, entonces sacarnos fotos era un hecho natural en su relación”, escribía Keith Richards en 1992, cuando se publicó por primera vez Early Stones, el más completo libro de Cooper sobre los Stones, que reeditó Planeta en 2011. “Jamás te fastidiaba poniéndote una cámara en la cara ni haciéndote consciente de que la lente estaba ahí. Estar cerca nuestro y ser además la única persona que yo soportaba allí era algo natural para él. Lo hacía tan bien y tan sigilosamente que la mayor parte del tiempo nadie notaba que nos estaba fotografiando.”
Cooper y Richards fueron muy amigos, inseparables hasta 1971 –cuando los Stones dejaron Inglaterra– y eso es evidente al recorrer esta muestra, estas cien fotografías. Le enseñó a mirar, dice Keith, que lo recuerda con la cámara siempre sobre el pecho, “como si fuera un mutante”. Tenía planes con ellos, además: con Terry Southern escribió un guión sobre La naranja mecánica de Anthony Burguess, que pensaba dirigir, con Mick Jagger como Alex y el resto de los Stones como los drugos. La película no se hizo, pero Southern persistió y años después le recomendó el libro a su amigo Stanley Kubrick –que finalmente concretó el proyecto–.
De todos los fotógrafos que retrataron a los Rolling Stones –entre los que se cuentan Cecil Beaton, Michael Ochs y Robert Frank– fue Michael Cooper quien los registró cuando eran realmente importantes y se acercó un poco demasiado al fuego –en 1973, consumido por su adicción a la heroína, murió de una sobredosis–. Tenía 32 años, la misma edad que sus amigos, a quienes no vio envejecer.
Michael Cooper-Stones 50 se puede ver en la sala 21 del Centro Cultural Borges (Viamonte esquina San Martín) hasta el 9 de marzo. Entrada $ 40, descuento a estudiantes y jubilados $ 30.
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