Dom 05.01.2014
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CUADROS DENTRO DE CUADROS

CINE Por primera vez se estrena fuera del circuito festivalero una película de Jem Cohen, el cineasta experimental y videoartista neoyorquino que, esta vez, siempre en la frontera porosa entre la ficción y el documental, se dedica en Museum Hours a narrar la amistad entre un guardia de un importante museo de Viena y una visitante. Fascinado por el nivel de detalle de las pinturas de Brueghel, Cohen ensaya un juego visual entre la forma y el movimiento.

› Por Mariano Kairuz

“Tuve mi cuota de ruido, ahora tengo mi cuota de silencio”, dice el hombre, y en la tranquilidad con que lo dice se adivina que supo disfrutar del ruido cuando lo tuvo, y que ahora bien puede disfrutar de la quietud, la contemplación, la claridad.

El hombre se llama Johann y es uno de los guardianes del Kunsthistorisches Art Museum de Viena, escenario principal –y múltiple, por los infinitos escenarios representados en las obras expuestas– de la nueva película del cineasta experimental, documentalista y videoartista Jem Cohen, cuya obra fue vista a lo largo de varias ediciones del Bafici –festival que también le dedicó una retrospectiva y lo tuvo como visitante– y que con Museum Hours finalmente tiene lo más parecido a un estreno comercial que le haya consagrado Buenos Aires. Además de su obra más convencionalmente narrativa, aunque como siempre en las películas de Cohen, las fronteras entre ficción y documental, o entre representación y realidad, son más bien porosas.

El otro de los protagonistas es una mujer mayor, también de modales tranquilos, llamada Anne; una canadiense que está de paso por la capital austríaca para visitar y asistir a una pariente que yace en coma en un hospital de la ciudad. Se trata de una prima, explica en un momento Anne, con la que alguna vez, en su infancia, fueron muy cercanas, pero a las que el tiempo volvió extrañas. Ahora el nombre de Anne apareció anotado en una libreta de la mujer, que está terminal, y la prima viajó hasta allá, sin demasiado dinero ni previsiones, para una estadía que no sabe cuánto habrá de prolongarse. El maravilloso museo vienés de arte e historia se convierte en su refugio, y allí conoce a Johann, que pasa su tiempo –desde hace más de década y media– examinando de más lejos o más cerca, a cada uno de los visitantes. Lo hace como pasatiempo, como verdadera curiosidad, y con cierta natural vocación artística: a veces, los visitantes del museo, los contempladores de las obras, se quedan el tiempo suficiente frente a cada pintura para que, si uno los observa con atención –convirtiéndolos en observadores observados–, terminen por integrarse a un cuadro más grande, que puede ser el cuadro de la pantalla de cine, el plano, según lo encuadra y enmarca con precisión y sensibilidad Cohen, definitivamente creando una obra nueva: la pintura y el que la mira.

La idea original para esta película, según ha explicado Cohen en entrevistas, surgió de observar ciertas pinturas de Brueghel, que es uno de los principales artistas expuestos en el Kunsthistorisches Art Museum. Lo primero que surge al volver a cada uno de los cuadros de Brueghel, dice Cohen, es cierta sorpresa ante todos aquellos detalles que a uno se le habían escapado antes, al punto que parecen inagotables. Además, dice, varios de sus cuadros tienen, en esa pasión por el detalle o la historia lateral, cierta tendencia a descentrarse: uno puede fugar la mirada de la figura central de la pintura para detenerse en lo que pasa arriba, o abajo, o en el fondo, hasta que ya no está tan claro cuál es el centro, cuál es el primer plano y cuál el segundo. “Creo que eso es lo que más me afectó de su pintura, algo claramente intencional, extrañamente moderno y hasta radical”, dice Cohen. “Estaba parado ahí, mirando sus cuadros, sin poder decir exactamente cuál es el centro en cada uno de ellos. Es con eso que sentí la mayor conexión porque cuando estoy filmando documentales en la calle, que es lo que hice durante veinte años, el fondo y el frente tienden a fundirse; todo el tiempo intercambian sus espacios, y el ojo del espectador debe vagar por la imagen, porque no está dirigido hacia un punto en particular. Todo puede salir de atrás y cobrar prominencia y de pronto desaparecer: la luz, la forma de un edificio, una pareja discutiendo, una tormenta, el sonido de una tos, unos pájaros. En la vida todos estos elementos son libres de entreverarse y luego seguir cada uno por su lado. Pero las películas suelen caminar por un sendero mucho más estrecho y previsible. La idea era hacer una película que no intentara decirle a nadie hacia dónde mirar.”

Nacido en 1962, en Kabul (Afganistán), donde su padre estaba trabajando en una agencia norteamericana de información y desarrollo, y criado en una Nueva York que hervía de inquietudes artísticas, Cohen lleva hechas alrededor de 60 películas (entre cortos y largos, destacándose entre estos últimos Chain e Instrument) desde que comenzó a filmar a principios de los ’80, profesando siempre un amor incondicional por el fílmico, en particular súper 8 y 16 mm, aunque mostrándose flexible ante nuevos formatos por obvias necesidades económicas y prácticas. Si bien incorpora mucho del material en 16 mm registrado en las calles de Viena –originalmente como parte de su investigación para la película, luego conservado por la belleza irremplazable de su textura y su luz–, Museum Hours fue hecha en buena medida en HD digital, en particular las escenas en los interiores del museo. Esto le permitió experimentar (y hacer retomas) con escenas que normalmente no abundan en sus películas, como los diálogos entre Johann y Anne, que acá son los actores principales de un inusual relato de amistad entre un hombre y una mujer, uno que no está atravesado en lo más mínimo por ningún tipo de tensión sexual. Cohen la considera su película más accesible, y probablemente lo es por la franqueza y encantadora ligereza con que fluyen sus conversaciones. En parte, el secreto para lograr esta naturalidad en sus personajes fue contar con dos actores no profesionales, pero ligados a otras expresiones artísticas: Mary Margaret O’Hara (Anne) es una cantante canadiense a la que Cohen vio en un escenario hace un cuarto de siglo, y que lo obsesiona desde entonces; Bobby Sommer (Johann) es un vienés que supo tener una consistente carrera en el rock, acompañando en sus tours a varias bandas europeas, y que también tiene su propia banda, detalles biográficos que permean a su personaje, el que dice, reflexivo, que antes gozó del ruido, y hoy abraza el silencio de las salas de arte. La de ellos es sencillamente un historia de amistad. Ella le pide alguna indicación para moverse en una ciudad que no es la suya, y él –tras tomar algún recaudo– le ofrece algo más, su confianza; un pase gratuito para pasar más tiempo frente a Brueghel, y un rostro amable con el cual charlar sobre el pasado. “Es raro que no haya más películas sobre la amistad”, dice Cohen. “El rey en ese sentido fue Cassavetes, cuyas películas eran enteras sobre las amistades, con todas sus luces y sombras, y que también te daban la sensación de que no sabías dónde estaba el centro. Durante el rodaje bromeábamos con que están todas estas películas austríacas sobre lo horrible que pueden ser los seres humanos. ¿Por qué no hacer una película sobre gente buena?”

Museum Hours se da los viernes a las 22 y los domingos a las 18, hasta el 2 de febrero, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.

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