MUSICA Hace tiempo que, juntas y separadas, Marina Fages y Lucy Patané son las artistas ubicuas del indie criollo: fundadoras de disquerías, de centros neurálgicos de producción y acción como la Mansión Bolívar, de colectivos artísticos; músicas en bandas como La Cosa Mostra o Las Taradas. Marina Fages además es pintora, Lucy integra la banda de Diego Frenkel. Unidas son una síntesis delicada, excéntrica y también imparable: acaban de editar El poder oculto, un disco donde vuelven a su gusto por instrumentos como charangos, pinkullo, arpa, clarinete, y que están presentando en Buenos Aires poco antes de una nueva gira por Europa.
› Por Micaela Ortelli
Marina Fages y Lucy Patané recuerdan el verano en que se conocieron, en 2004, en alguna ciudad de la costa.
–Yo pensaba que le caía mal porque siempre tenía cara de culo.
–Fueron muchos años de terapia para que mi cara refleje lo que tengo adentro, no es fácil.
–Me chateaba buena onda, pero después nos saludábamos y no me hablaba.
–Bueno, vos también eras re rara.
Lucy estaba de gira con su banda hardcore punk Panda Tweak, tenía 19 años y era la única chica en el furgón que compartían con otros dos grupos. Para Marina era “la nueva”; ella tenía 21 y se movía en la misma escena como cantante de bandas itinerantes, a la vez que llevaba adelante recis.com.ar, un precursor portal de música con agenda y reseñas de shows, sacaba fotos e incursionaba en la dirección de videoclips.
Las dos eran tímidas a su manera: a Lucy le costaba socializar, por eso la seriedad –que sigue ahí pero no se lee como frialdad–, a Marina hacerse amigos nunca le costó, pero la aterrorizaba el escenario, lo que solucionaba emborrachándose lo suficiente. Todas esas desgracias de la temprana juventud desaparecieron con el tiempo, y ellas, además, se hicieron muy amigas. Poco a poco, siguiendo el camino de músicos que hicieron un viraje similar, fueron abandonando la dureza del punk por las melodías de las guitarras criollas, por las sutilezas de todo lo que, de las voces a las percusiones, encierra el género folk.
Marina compone desde los 13 años, pero sólo se animaba a mostrar a sus amigos, hasta que Lucy empezó a insistirle para que salieran a tocar sus canciones. Ese fue el inicio de El Tronador, la banda que formaron junto a los marplatenses Mene Savasta Alsina, Martín de Lassaletta y Santiago Martínez. Ahí Marina canta y toca la guitarra nylon; Lucy la de doce cuerdas y el banjo. El resto se reparten melódica, contrabajo y sintetizador, resultando todo en un novedoso y delicado collage que registraron en el disco Viento, Fuerza, Tronador (2011). El regreso de dos de los músicos a su ciudad natal forzó separación, aunque la banda se reúne ocasionalmente y cada vez es uno de esos pequeños grandes acontecimientos que sólo el under puede dar.
Las chicas siguieron adelante juntas y separadas: fundaron la disquería Mercurio, Lucy toca en La Cosa Mostra, la banda liderada por Paula Maffia, y en la orquesta femenina Las Taradas, que también integra Maffia; acompaña a Diego Frenkel en su versión solista y compone para audiovisuales. Marina participa de los proyectos –por el momento suspendidos– R353 y Los Hermanos Turdera, hizo una suplencia en bajo en Los Hermanos McKenzie y el año pasado debutó como solista con Madera Metal, un disco íntimo y emocionante que logró una bellísima edición japonesa. Además, da clases de dibujo y pinta fabulosamente (en los clubes culturales Matienzo y Ladran Sancho hay nuevos murales suyos).
Ahora una nueva razón las reúne a conversar frente a un abundante desayuno veraniego en Mansión Bolívar, como llama Marina a su casa de San Telmo: en un plazo de meses compusieron, grabaron, costearon edición y giraron un sorprendente álbum en conjunto. Se llama El poder oculto y es prueba, antes que nada, del poder de la autogestión –en eso las chicas siguen fieles al punk–. Todo empezó, otra vez, con un viaje. Marina, que tiene amigos en muchas partes del mundo, quería irse de gira pero no sola, así que pensó en Lucy, que también es fanática de la ruta y no conocía Europa. Podrían haber ido a tocar las canciones de Madera Metal –Lucy participa del disco–, pero mucho mejor era –pensaron– llevar material nuevo, algo que fuera de las dos.
El manos a la obra fue literal: querían tener y llevar el disco en formato físico y eso cuesta dinero, había que conseguirlo. Marina se había mudado hacía poco a Mansión Bolívar, una casona de altos ventanales, pisos de museo, baño que podría ser el de la película Los Soñadores, terraza; habitada por ella, sus mágicas pinturas, plantas, gatas, ramas desparramadas de todos los tamaños –les dice varitas y las va recolectando en sus viajes–, el lugar es un suspiro. Perfecto para organizar shows, cobrar una entrada sensata, vender algo de comida; perfecto también para usar de estudio de grabación. “Fue como un momento, no hubo un proceso, no es que ensayamos, esperamos a sonar bien, fuimos a un estudio. Todo pasó al mismo tiempo; el disco es como una colección de momentos que fueron pasando en la casa”, cuenta Lucy.
El poder oculto incluye temas de las dos y otros que cada cual tenía en su cuaderno o disco rígido. A “Botánico”, la apertura, la compusieron durante una sesión de fotos en el Jardín Botánico; es un hipnótico dúo de charangos, sin letra –una especie de grito indio se escucha hacia la mitad–, con percusión mínima, que dispone todo el clima del disco: atardecer de un día cálido, corre una brisa fresca. También firman las dos “La Isla Alberdi” –uno de los más lo-fi, con letra ininteligible, texturas y calimba– y “La Combi a Clorinda” –una hermosa composición en guitarra acompañada de pinkullo, una flauta de barro que es emoción pura, y balbuceos estilo Juana Molina–. Ambos remiten a un viaje que hicieron a Formosa y Asunción, lugares seguramente ruidosos y calurosos que ellas recuerdan con alegría.
Lucy es autora de “José de San Martín”, “Mercado 4” y “K”. La primera la hacen en charango y clarinete –que toca Marina sin conocer las notas–, empieza con la dulzura de Yann Tiersen en Amélie y termina con la tensión de Santaolalla en Babel. Las otras son el esplendor mismo de la guitarra –de 12 cuerdas y de nylon–; es evidente la conexión de Lucy con el instrumento, la misma que se percibe al escuchar a monstruas como Valeria Cini: absoluta destreza, sensibilidad y respeto.
Oriunda de Bernal, Lucy nació en una casa de músicos: sus padres tenían una banda llamada Volar; él tocaba la batería y ella el piano y la flauta traversa. Su única hermana integró la banda Sugar Tampaxxx. El padre tuvo un estudio de grabación donde también aprendió a producir. “Medio que no tuve mucha opción, era despertarse y ver guitarras, bajo, batería. Empecé a tocar desde muy muy chiquita.” Tanto que a los nueve tuvo su primera banda, Sangre Azul, que pasó por algún programa de televisión de la época. Tuvo una pequeña crisis a los 13 –”me harté, quería salir”–, pero a los 15 estaba de vuelta en el sendero familiar, que en adelante fue el propio. Devota de El Otro Yo, Cristian Aldana fue el primero en presentarle músicos, todos siempre más grandes que ella. Diego Frenkel la conoció a través de La Cosa Mostra, y cuando se separó La Portuaria la convocó para que lo acompañara en su proyecto solista. Lucy llegó a integrar siete bandas distintas.
“Yo también me pregunto por qué no me puedo dedicar a pintar y ya, pintar y dar clases”, reconoce Marina, que no puede con su genio de arengadora cultural (es fundadora de Marder, un colectivo artístico que el año pasado juntó a más de 200 artistas de distintas disciplinas en un festival de improvisación que duró doce horas). Tranquilamente podría hacerlo –dedicarse sólo a la pintura– porque es realmente muy buena. Tiene un estilo personal que varió con el tiempo; antes usaba colores más oscuros y estridentes, las escenas eran caóticas y los dibujos más cercanos al comic. Ahora pinta paisajes más diurnos y apacibles; su fuerte son los grandes bosques invernales y los animales.
Marina es porteña de nacimiento pero vivió en Mendoza y Tierra del Fuego, donde solía pasar los veranos. En su casa no había músicos pero sí instrumentos: un teclado Yamaha y una vieja guitarra que aprendió a tocar sola y en el coro de la iglesia. Dibuja desde la primaria –“mi mamá me puso el lápiz en la mano”– y siempre lo hizo bien, sólo que el papel le fue quedando cada vez más chico –trabajó como storybordista, ahora se extiende todo lo que puede en telas y murales–. “Todos esperaban que hiciera Bellas artes o Diseño gráfico, pero yo quería ver si podía hacer otras cosas”, dice. La música, en principio, no era una opción profesional: “La música siempre estuvo conectada con algo espiritual, como una celebración y una conexión con otros planos y con todo el mundo”. Marina es bastante mística, pareciera que su espíritu la desborda. Como letrista y cantante es como un niño: hay dulzura, picardía, fantasía, simpleza: “Una estrella en el estanque es un portal acuático. Vienen amigos a festejar, llegan nuestros amigos a festejar”, es todo lo que canta en “Canción del estanque”, el delicado cierre del disco al son de la guitarra y el banjo.
Algo en relación al sueño compone el aura de El poder oculto. Una siesta que las chicas durmieron bajo un árbol en la ciudad bonaerense de Mercedes donde fueron a pasar el día por el cumpleaños de Marina; una canción que puede surgir de la nada al despertar, un poder oculto. Siestas Botánicas se llamó el ciclo que Lucy y Marina organizaron en Mansión Bolívar para costear la edición del disco (casi casi lo logran, las terminó de ayudar el sello Concepto Cero). Fueron siete fechas y tocaron, entre otros, Fernando Kabusacki, Santiago Motorizado y Nacho Czornogas, además de ellas. “Marina hacía un guiso, vendíamos las entradas, las bebidas y después era ‘ah, bueno, tenemos que tocar’”, recuerda Lucy.
La tapa, ideada por Marina, es una foto de sus madres (el parecido es asombroso) en un sofisticado picnic bajo un árbol de Júpiter. “Estuve pensando en algo que no le conté todavía a Lucy”, sigue Marina, que acaba de dar cierre a otro ciclo, Al Filo de la Montaña, ahora para comprar un lavarropas: “Estoy leyendo un libro de Jodorowsky que se llama Manual de Psicomagia, y yo creo que en esa tapa nos hicimos hermanas. Esa tapa es la foto de un recuerdo de nuestras madres de jóvenes; podrían ser pareja y nosotras somos las hijas. Creamos un pasado genético”.
Marina Fages y Lucy Patané presentan El poder oculto el próximo sábado 11 en Café Vinilo, Gorriti 3780. Entrada: $ 50. El disco se puede escuchar en http://patanefages.bandcamp.com/album/el-poder-oculto. Y se puede comprar, junto con Madera Metal en sus dos versiones (la japonesa incluye impresiones de las pinturas de Marina), además de los de todas las bandas mencionadas acá, en Mercurio (Galería Patio del Liceo, Av. Santa Fe 2729).
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