Dom 23.02.2014
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VIVIR AFUERA

› Por Micaela Ortelli

Apenas terminaba San Valentín cuando aparecieron los primeros titulares: “Ellen Page: ‘Soy gay’”, “Ellen Page salió del closet”, “Ellen Page se declara lesbiana”, rezaban desde The Huffington Post a Infobae. Esa noche la actriz canadiense de 26 años –reconocida desde su fabuloso protagónico en La joven vida de Juno (2007)– habló en el lanzamiento del programa Time to Thrive de la Human Rights Campaign –una de las organizaciones por los derechos LGBT más grandes del mundo con más un millón y medio de miembros– y, entre otras cosas mucho más importantes, dijo que es gay. El video ya va por las cientos de miles de reproducciones: ahí está, tan menudita que dan ganas de abrazarla, los nervios le entrecortan la voz y hacen que mueva mucho un brazo; tan sencilla como siempre: apenas maquillada, pelo al natural, jeans holgados, remera manga corta. El plano no muestra las zapatillas pero sin duda las lleva; en pocas ocasiones –como en la entrega de los Oscar 2008 que no le dieron– se la vio de vestido y zapatos. Sobre eso mismo hace referencia en su intervención: “Me gusta estar cómoda”, señala en respuesta a un periodista que en un artículo sobre ella se pregunta: “¿Por qué esta pequeña belleza insiste en vestirse como un hombre gordo?”. Ese mismo año fue anfitriona de Saturday Night Live y en uno de los sketches se burlaba –y al mismo tiempo confirmaba– el rumor: hacía de una chica, vestida de negro, zapatillas, chupines, remera de Melissa Etheridge que volvía de un festival de bandas de mujeres totalmente loca de amor por las chicas al mismo tiempo que le negaba a su novio haberse “vuelto lesbiana” –y ése era el chiste, que negara lo hermosamente obvio–.

A esta altura del partido –cuando todos los jugadores están cada vez más felizmente indefinidos–, semejante confesión parece obsoleta, innecesaria. Si no lo es en este caso es porque, como bien precisó Ellen, estaba ahí en representación de una industria “que impone estándares demoledores sobre todos nosotros, de belleza, de buena vida, de éxito; estándares que, odio admitir, me han afectado. Te meten ideas en la cabeza que nunca habías tenido antes sobre cómo debes actuar, vestirte y quién debes ser”. Ya se sabe: Hollywood es conservador, pacato, machista y, también, una de las industrias más rentables e influyentes del mundo; Hollywood todavía obliga a este tipo de reacciones por parte de los que, precisamente, no se sienten parte de toda la maquinaria (Jodie Foster y Cynthia Nixon son otras que en su momento reconocieron públicamente su lesbianismo). “He intentado mantenerme al margen, ser auténtica, seguir mi corazón, pero es difícil”, sigue Ellen.

La joven vida de Juno, que también resultó la carta de presentación de su director y guionista Jason Reitman y Diablo Cody, es una de esas películas mágicas que logran ser comerciales y de culto a la vez. Es la historia de Juno, de 16 años, que queda embarazada de su amigo Paulie, interpretado por Michael Cera y todo lo de adolescente inmaduro que con esa cara y esa voz puede dar. Sin pensarlo, Juno saca turno para abortar, pero se arrepiente y decide tener el bebé y darlo en adopción. De todas las peripecias que eso implica está hecha la película, acompañada de punta a punta por una banda de sonido perfecta (Kimya Dawson puede ser cansadora, pero su voz acá es ideal). Tanta exquisitez no pasó desapercibida y así llegó la adorable Ellen Page a hacerse conocida en todo el mundo (su versión de Shadowcat en X-Men no había dado para tanto). Tiempo después, entre otras actuaciones, participó en Chicas sin freno (2009), el muy lindo debut como directora de Drew Barrymore, El Origen (2010), el rebuscado thriller de ciencia ficción de Christopher Nolan con Leonardo DiCaprio, y hasta tuvo su momento Woody Allen en A Roma con amor (2012), no precisamente la más memorable de su cinematografía.

Pero nada, ninguna megaproducción se compara con sus protagónicos en pequeños –y jugadísimos– dramas donde ella es el foco y sostén de la historia. Ella: su piel de Blancanieves, su nariz dibujada, su rostro atemporal. De tan sencilla Ellen despliega una presencia imponente; su voz es dulce, muy femenina, pero si se enoja y grita da miedo. Es muy buena actriz, por sobre todo. En Hard Candy (David Slade, 2005) es Hayley, una adolescente de 14 años que tortura a un supuesto pedófilo (lo interpreta Patrick Wilson) hasta hacerlo suicidar. En Mouth to Mouth (Alison Murray, mismo año) es Sherry, una adolescente conflictuada que se fue de la casa y vive con un grupo de jóvenes en extrema situación de calle. En la extraña The Tracey Fragments (Bruce McDonald, 2007) es Tracey, 15 años, loca, hija de padres crueles, hermana de un niño que cree que es un perro. Por eso: Juno la llevó a las grandes ligas y además hace justicia a su enorme talento. Se agradece. Pero a Ellen Page le sobra pasta para defenestrar la ideología hollywoodense, declararse gay (que, obviamente, no es lo mismo que lo haga un hombre) y aguantar la que se venga.

“Estoy acá hoy porque soy gay”, dijo hacia la mitad del discurso, que duró ocho minutos y medio. Era muy poco lo que se sabía o inventaba de ella hasta ahora: sus conocimientos de permacultura, un supuesto romance con Alexander Skarsgård, compañero de elenco en The East (2013), prácticamente nada. Ahora se sabe por qué: “Estoy cansada de esconderme, estoy cansada de mentir por omisión. Sufrí durante años porque me daba miedo decirlo; sufrían mi espíritu, mi salud mental, mis vínculos”. En ese momento, al tiempo que estallan los aplausos, a Ellen se le quiebra la voz. Parece mentira que todavía hagan falta este tipo de confesiones. Parece mentira que sea precisamente ahora cuando más se esté hablando de una actriz tan valiosa como Ellen Page que, dicho sea de paso, ya firmó contrato para la adaptación cinematográfica de Freeheld (2007), el documental que narra la historia de Laurel Hester, una policía de Nueva Jersey enferma terminal en lucha contra el gobierno porque le impide transferir su pensión a su pareja porque es mujer.

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