UN ESCRITOR ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA: FéLIX BRUZZONE Y TERMINATOR (1984), DE JAMES CAMERON
› Por Félix Bruzzone
Teníamos once años y acabábamos de ver Terminator en VHS. Eramos tres o cuatro y no sé de quién era la casa, pero el cuarto del chico que nos había invitado era angosto, casi un pasillo, y con las persianas bajas la atmósfera copiaba bien a la de la película. O al menos copiaba demasiado bien esa escena donde los niños del futuro miran cómo una llama se consume adentro de un televisor destruido en la guerra contra las máquinas.
Toda la película me resultó estremecedora y desde entonces quedé muy conectado emocionalmente con ese género que uno podría llamar “épica post–apocalíptica cruda”, donde resuena la historia de David y Goliat, pero clavada en los ’80 y sin espectadores ni bandos capaces de comprender o alentar lo que sucede. Una épica secreta, desigual y de recursos mínimos.
Cuando salí de aquel cuarto, no estaba atemorizado por la posible llegada de una guerra vía la barbarie tecnológica sino electrizado frente a la posibilidad de que alguna vez recayera en mí la misión de Kyle Reese. Identificación pura. Entregar la vida por el futuro de todos. Pero había otras cosas que también me habían impactado a los once años.
Caminaba con mi amigo Germán de vuelta a casa y comentábamos cada situación de la película. Estábamos de acuerdo en todo. Y antes de despedirnos (él llegaba a su casa antes que yo, vivía más cerca) nos preguntamos cuál era la mejor parte. Germán dijo, sin dudar: “Cuando garchan”. Y nos matamos de la risa.
Más allá de que aquella escena sea en realidad uno de los motores de la aventura que narra la película, lo cierto era que, sobre todo, había provocado en nosotros un impulso libidinal de intensidad duradera. Germán era peludo y recio, a una edad en la casi todos éramos algo híbridos y lampiños. Y recuerdo que a veces nos juntábamos en su casa a ver revistas porno a escondidas de sus hermanas. Y también recuerdo que por mucho tiempo, cuando con Germán no teníamos nada de qué hablar, alguno de los dos decía, de la nada, “cuando garchan”, y era como salvar el día.
La escena en sí no sé si es gran cosa. Aunque sí lo es el contexto en el que sucede, y su estricta necesidad argumental. Y, desde la trama, también creo que hay algo que la justifica, que es esa otra escena en la que el exterminador mata a la amiga de Sarah Connor y a su novio, a quienes sorprende juntos y semidesnudos después de un rapto de amor como el que veremos consumar luego a la propia Sarah con Kyle. Hay allí un juego de escenas donde el primer momento sexual es un encuentro divertido y pasajero (ella, mientras coge, escucha música en su walkman) y el segundo es uno fundamental, trágico y ensordecedor que implica, como sabremos al final de la película, la salvación de la humanidad.
Igualmente, quizá lo más importante sea la dimensión melodramática de la escena. Antes de la consumación, Kyle confiesa su virginidad y le dice a Sarah que viajó en el tiempo para estar con ella. Luego, la música, tan emotiva, y ellos desnudos, las manos apretadas como en nudos que se atan cada vez más, y más, mientras ella cabalga al viajero del tiempo con su cara de pasión desesperada. De más estaría decir que a mí el melodrama, aun inserto en las peores pesadillas, suele resultarme absolutamente revelador, casi epifánico. Para dar otro ejemplo, algo semejante ocurre en otro gran momento de la saga, que es hacia el final de la cuarta entrega, donde John Connor, el líder máximo de los rebeldes, salva su vida gracias a que el robot diseñado para llevarlo hasta las máquinas que lo asesinarían, frustrado el plan, tras dura lucha, le dona su corazón. El trasplante se hace en una tienda de campaña, casi al aire libre, en las peores condiciones y, a la vez, en las mejores condiciones, que son las que implican que el personaje destinado al mal absoluto, ahora convertido al bien absoluto, le entregue su corazón a Connor, el héroe máximo. Ni Corín Tellado podría haber imaginado algo como eso.
La saga está llena de grandes momentos (incluso en la tercera parte, sin dudas la peor). Pero nada, para mí, como la parte de “cuando garchan”. Esa escena y el recuerdo de aquella frase de mi amigo Germán son ahora una contraseña de aquellos años, de aquel día y de esa gran película que es Terminator. No sé si Germán se acuerda de esto. No volví a verlo. Pero cada vez que la recuerdo, pienso en el Tiki Motel, en el perro que le ladra al exterminador, en la fabricación de bombas caseras y en todo lo demás que Terminator deja desparramado y latiendo sobre el asfalto.
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