Dom 16.03.2014
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ENTRE TINIEBLAS

Llegó como una sorpresa: hace dos meses, HBO estrenó una nueva serie, True Detective, cuyo principal atractivo a primera vista eran las dos estrellas protagonistas, Matthew McConaughey –a punto del Oscar– y el gran Woody Harrelson. Pero ni bien salió al aire su primer episodio, se hizo evidente que no era una serie policial más. Era una compleja mezcla de noir, gótico sureño, caza de asesino serial, horror cósmico, estudio de personajes y una puesta en cuestión de la masculinidad. Y además, era diferente formalmente a todas las demás: apenas ocho capítulos, un solo guionista –el escritor Nic Pizzolatto– y un solo director, el ascendente Cary Fukunaga. Entre la literatura y la filosofía, con una estética cuidada e hipnótica, True Detective logró en apenas ocho semanas lo que a Lost le costó cinco años: altísimos niveles de obsesión, análisis minucioso, discusiones en todos los foros posibles y la reverencia de la crítica. Ahora que terminó y está disponible para volver a verla, es el momento para desarmar todas las caras de este fenómeno, el primer gran evento televisivo del año.

› Por Martín Pérez

Una voz. Eso es lo primero que Nic Pizzolatto recuerda haber encontrado. Antes que la trama, antes que el paisaje. Una voz llena de preocupaciones existenciales y metafísicas, contando la historia de una cita fallida, pero también de cómo había descubierto el cuerpo de una joven asesinada el mismo día del cumpleaños de su hija. El futuro creador de True Detective, que por entonces recién acababa de publicar su primera novela, estaba escribiendo aquí y allá cuando se dio cuenta de que esa voz que había aparecido mientras escribía a mano en una Moleskine tenía que estar en su próximo libro. “Un par de meses atrás encontré esa libreta, y me di cuenta de que muchas de aquellas primeras cosas que escribí aquel día llegaron, tres años más tarde, hasta los labios de Matthew McConaughey –reveló Pizzolatto a la revista Hitflix–. Había encontrado un personaje que podía articular muchas de mis obsesiones y, que al mismo tiempo, no tenía nada que ver conmigo.” A continuación, lo primero que hizo fue imaginar otro personaje para contrastar con el inicial, construyendo una novela con dos puntos de vista. Luego la adaptó para un piloto televisivo que defendió con uñas y dientes hasta que encontró un canal dispuesto a dejarlo hacer a su manera, una productora dispuesta a encarar el desafío y –finalmente– actores de primer nivel dispuestos a encarnar esos personajes para dar forma al proyecto y llevarlo a la pantalla chica. Pero en un principio, entonces, fue sólo una voz.

Claro que no se trataba de cualquier voz. Era nada menos que la de Rust Cohle, el intenso protagónico alrededor del cual en apenas ocho semanas –o nueve, si se agrega una en la que no hubo capítulo por el Super Bowl– se fue construyendo el primer mito televisivo del año. Un fenómeno casi instantáneo, sostenido por el prestigio de HBO entre los fanáticos de las series, pero en gran parte responsabilidad de la nueva estrella de McConaughey (junto a su compinche Woody Harrelson), que en el camino de demostrar que nunca fue sólo una cara bonita –una ruta que acaba de depositarlo ante un merecido Oscar por Dallas Buyers Club– puso todo lo necesario para el fenómeno que el domingo pasado colapsó la web de HBO y en cable logró una audiencia de más de diez millones de espectadores. Entre los que se encuentra el presidente Obama, que pidió la temporada completa para encerrarse a mirarla un fin de semana.

Reducida a su mínima expresión, True Detective cuenta la historia de un asesino serial, a partir de los recuerdos de los dos detectives encargados de atraparlo diecisiete años después, y de flashbacks que muestran lo que realmente sucedió en ese momento. Una doble narrativa que, hacia el final, se simplifica y concluye en la actualidad. Polémicas, teorías y lucubraciones no faltaron a la hora de discutir una trama que coqueteó con el ocultismo y lo fantástico hasta despertar un fanatismo como no se había visto desde Lost, con la diferencia de que la obra de J. J. Abrams fue compilando y lustrando misterios durante cinco temporadas, mientras que True Detective lo logró en apenas ocho episodios, con el último –era inevitable– generando defensores y detractores.

“Hay gente que no se hubiese sentido satisfecha con ningún final, salvo que Rust Cohle emergiese de la televisión y apareciera en su living y les disparase en el pie algún tipo de metadiscurso sobre la magia y el entretenimiento masivo. Y, como saben bien, la tecnología necesaria para llevar a cabo algo así aún no está disponible”, bromeó durante esta semana Pizzolatto, creador y único guionista de True Detective, y –junto al único director, el californiano Cary Joji Fukunaga– responsable artístico de una serie que acaba de terminar, pero ya es uno de los hitos televisivos de un año que, en realidad, aún está comenzando.

HUERFANOS

Antes de True Detective, Nic Pizzolatto había sido un profesor universitario de literatura y escritura que sólo deseaba abandonar su trabajo. Una década atrás, con sus primeros cuentos vendidos a la revista Atlantic Monthly, se había pagado su primer viaje por Europa. Uno de ellos bautiza su único libro de cuentos, Between Here and the Yellow Sea (2006). Pero cuatro años más tarde, luego de la publicación de su primera novela, Galveston (2010), Pizzolatto decidió dar el salto. “Tuve una reunión con unos agentes literarios, y les pregunté qué hacía falta para ser guionista, y ellos me respondieron: ‘escribir guiones’. Cuando me preguntaron si había escrito alguno, y tuve que aceptar que no, me sentí como un principiante que les había hecho perder el tiempo.”

Pero Pizzolatto no perdió el suyo, y se puso a escribir. En un mes tenía seis historias originales, una de las cuales era el piloto de True Detective. Con esos trabajos como muestra, coqueteó con HBO para una serie sobre rodeos que no se concretó y finalmente consiguió su primer trabajo como guionista, como parte del equipo dedicado a adaptar la serie sueca The Killing. “Lo que me llevó a escribir guiones es que estaba desesperado y hambriento por dejar la academia –confesó Pizzolatto–. Siempre quise escribir para la televisión, pero no tenía los contactos para hacerlo. La razón por la que quise escribir para series fue porque había aprendido que, a diferencia de lo que sucede en el cine, en la televisión el guionista sigue siendo el que manda.”

Lejos de ser la línea de llegada, el trabajo en The Killing fue apenas un punto de partida para Pizzolatto. Estuvo ahí para el final de la primera temporada, que decepcionó a sus espectadores al dejar sin resolver el asesinato que da nombre a la serie. Y apenas si duró quince días más para la segunda, antes de renunciar. “The Killing fue mi curso de aprendizaje en series: cuatro meses antes estaba enseñando literatura, y de pronto estaba en un set de filmación –explica–. Pero ahí me di cuenta también de que el que en realidad manda sobre la historia es el que coordina a los guionistas, y que cada vez que un episodio salía al aire, quedaba insatisfecho.” Por eso fue que, cuando empezó a dar vueltas por los estudios con la propuesta de True Detective bajo el brazo, ya tenía decidido no ceder el control sobre las decisiones finales. “Aún no entiendo cómo fue que HBO accedió a darme ese control”, se sorprende todavía hoy Pizzolatto, que reconoce que no había hecho entonces casi nada, pero celebra que le hayan dado vía libre para completar su visión.

“Cada uno de sus personajes es un huérfano, vomitado ya sea por un ser amado como por los paisajes quemados por el sol de Texas y Louisiana”, escribió Dennis Lehane en su reseña sobre Galveston para The New York Times, y la descripción sigue siendo apropiada para cualquiera de las obras de Pizzolatto, que –una vez que la producción estuvo asegurada– decidió escribir los ocho episodios de True Detective él solo, como si se tratase de una novela. “No es que esté en contra de usar un equipo de guionistas, algo que tal vez termine haciendo para la nueva temporada. Pero en ese momento no sabía cómo comunicar lo que deseaba a los que podían eventualmente trabajar conmigo. Por eso es que lo hice yo solo, 750 páginas de guión. No es broma cuando considero que ésta es mi segunda novela.”

SIN PILOTO AUTOMATICO

“Creo que es el ídolo de cada cineasta joven”, es como describió James Franco cinco años atrás a Cary Joji Fukunaga para la revista Interview. Fukunaga acababa de presentar su ópera prima, Sin nombre (2009) en Sundance, y la saga sobre el viaje de una adolescente hondureña –ayudada por un joven pandillero– a bordo del tren que atraviesa México hasta la frontera con los Estados Unidos había deslumbrado a Franco. “Su dedicación y talento como cineasta dieron como resultado un emocionante retrato de algo sobre lo que hasta entonces sólo había leído”, agregaba en su artículo sobre el joven californiano oriundo de Oakland, que había intentado ser snowboardista profesional antes de dedicarse al cine. A pesar de ser hijo de suecos y japoneses, Fukunaga tiene un padrastro mexicano y se crió rodeado de chicanos, por lo que no sorprende que tanto su primer largometraje, como el corto que lo precedió –Victoria para Chino (2004), también premiado en Sundance–, trate sobre inmigrantes ilegales y esté hablado en perfecto castellano.

“La posibilidad de sumarme a True Detective apareció desde el comienzo, porque Pizzolatto y yo trabajamos con el mismo manager. Por un breve lapso, en realidad, Alejandro González Iñárritu lo había tomado a su cargo, pero enseguida volvió a caer en mis manos”, precisa Fukunaga, que dirigió una celebrada adaptación de Jane Eyre (2011) después de su saga mexicana. Según se ha preocupado por aclarar en las entrevistas, lo que a Fukunaga le interesó del proyecto fue la posibilidad de trabajar en un formato narrativo más largo, de comienzo a fin. “Si hubiese tenido que compartir el trabajo con otros directores, no me habría interesado. Me hubiese encargado del piloto, y habría seguido con otra cosa”, explica el cineasta, que a contrapelo de lo que ordenan los directores de marketing de HBO, dice que lo que acaba de hacer en True Detective es una miniserie. “A los del canal les molesta esa terminología, porque detestan tener que empezar de cero cada temporada, prefieren una marca. Pero lo que hicimos tiene ocho capítulos, con un comienzo y un fin. Y para la segunda temporada cambiarán los actores y la trama. Así que es una miniserie.”

La otra razón por la que Fukunaga tomó el trabajo, cuenta, es porque inicialmente estaba ambientado en Arkansas, en la zona de las Ozarks, y le gustó la idea de conocer un lugar donde nunca había ido. Cuando por problemas presupuestarios debieron elegir entre Austin, Carolina del Norte y Nueva Orleáns, esta última fue la mejor opción para el guionista y para el director. Después de todo, Pizzolatto se había criado en Louisiana, mientras que Fukunaga había cortado allí los dientes como operador de cámara trabajando casi sin presupuesto para Benh Zeitlin, el director de La niña del sur salvaje. “Pero es un cambio que suceda en Lafayette, en una zona llamada ‘el corredor’, donde se pueden aprovechar las refinerías, las iglesias y los parques con casas rodantes, y evitar el miserabilismo white trash .”

Confiesa también que, cuando Matthew McConaughey se subió al proyecto, tardó en imaginárselo en la piel de Cohle. “No había visto las nuevas películas que había hecho, y para mí era el buen norteamericano, ideal para el personaje que terminó haciendo Woody Harrelson, la contraparte de Cohle –explica Fukunaga, que sabía que Cohle era oscuro e inteligente, y tenía sus vicios y una manera cáustica de comunicarse con los demás, pero su voz, su ritmo al hablar y su actitud, todo eso vino de la mano de Matthew–. Estaba tan comprometido, que un día hicimos casi treinta páginas de guión en una sola jornada. Eran tomas de los interrogatorios. Estaba en llamas, y no quería parar.” Por su parte, Harrelson –cuenta Fukunaga– fue fundamental a la hora de sumarle un toque de humor a las escenas entre ambos. “No había mucho humor originalmente en el guión, y Woody empezó a buscar el que surgía naturalmente en los diálogos con Matthew, esas pausas significativas, las miradas, cosas así. Algo que terminó siendo importante para la serie y que no estaba explícito en el guión.”

Responsable del plano secuencia de acción con el que termina el fascinante cuarto capítulo, y lamentando aún haber tenido que reducir al promedio de 60 los 90 minutos de su corte ideal para el capítulo quinto, Fukunaga se toma con humor las polémicas que han aparecido alrededor del final de la serie, que dejó sin cerrar las puertas abiertas de posibles conspiraciones, y simplemente clausuró la saga del asesino serial de la manera más convencional posible. Confirma que las espirales que aparecen aquí y allá en la serie fueron buscadas, pero los demás supuestos homenajes y referencias que los fanáticos han rastreado son simple casualidad. Cuando, por ejemplo, el periodista Marlow Sterne, editor de la web The Daily Beast, le preguntó si la escena de sexo de Matthew con Michelle Monahan –que interpreta a la mujer del personaje Harrelson– en el capítulo seis era un guiño a la que tenía en Killer Joe, donde también lo hacía por detrás, Fukunaga dobló la apuesta, con mucho humor: “Ahora que lo pienso, hace lo mismo en Dallas Buyers Club, en el rodeo. Puede ser la manera en que Matthew prefiere hacerlo, por detrás. Debe ser su estilo, a lo perrito, como un pitbull”.

LAS COSAS QUE LLEVABAN

“Con el castigo de algunos de los culpables, mientras otros, los que viven en la sombra del poder, permanecen impunes.” Así es como el mexicano Sergio González Rodríguez, autor de Huesos en el desierto, la mejor crónica sobre los asesinatos de mujeres en Juárez, respondió cuando se le preguntó cómo terminaría su libro, si en vez de ser una investigación fuese una novela policial. Y así es como efectivamente termina, rigurosamente policial, la primera temporada de True Detective.

En la revista The Vulture, el periodista Matt Zoller Seitz señala que, a pesar de lo convencional de su capítulo final, True Detective atraviesa con todo éxito lo que a su juicio son las dos grandes pruebas del gran arte popular. Uno, caminar por esa fina línea que separa la sinceridad de la autoparodia. “Eso que hace que el público se pregunte: ¿Están bromeando? Y la respuesta usualmente es, al mismo tiempo, sí y no.” Y dos, ante la pregunta de qué trata realmente la serie, todas las respuestas son posibles.

En realidad, lo que a la miniserie de Pizzolatto y Fukunaga le interesa contar es el arco de la vida de sus dos protagonistas, esos dos hombres atrapados en las historias que se han narrado a sí mismos; dos hombres que terminan solos, persiguiendo a un fantasma en honor a una suerte de imagen masculina del heroísmo, uno pretendiendo mirar a los ojos aquello en lo que se ha convertido su vida, y el otro no queriendo verlo. “Lo que intentamos deconstruir son los arquetipos de la masculinidad de la posguerra –intenta explicar Pizzolatto sobre el viaje de sus dos personajes hacia su particular corazón de las tinieblas–. Son los hijos de Vietnam, criados por padres que fueron a esa guerra, y ésa es la narrativa que vive en ellos, lo sepan o no.”

¿Y los guiños fantásticos? ¿Misántropos? ¿Religiosos? La respuesta más directa que su autor ha enunciado ante semejante pregunta es la que le dio a Jeff Jensen, del semanario Entertainment Weekly, al discutir el capítulo final: “True Detective no es una serie antirreligiosa ni antinada. Sólo es una serie que está en contra de no pensar”.

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