› Por Mariana Enriquez
Un aspecto insoslayable de True Detective es que la serie es un estudio sobre la masculinidad en el cambio de siglo. El intento de subvertir el molde del policial corresponde a esta mirada sobre un mundo de hombres, casi al contrario del policial contemporáneo sueco, con sus protagonistas femeninas que apuntan y acusan al poder masculino. Aquí los acusados se miran y se encuentran culpables; aquí son hombres los que matan y prostituyen y tejen redes institucionales de poder para lograr impunidad.
Pero de los dos personajes, el que carga con el signo masculino es Marty Hart, es decir, Woody Harrelson. El Rust Cohle de Matthew McConaughey está en otro plano: su pesimismo, su deseo de muerte, su aspecto de príncipe y mendigo; es un eremita y un intelectual, un borracho y un cruzado, un depresivo, un hombre que alucina, quizás un iniciado. No es ni de cerca un hombre común. Marty sí. Marty es un mujeriego. Marty desatiende a su esposa, que es inteligente y bella y lo quiere, porque lo persigue una insatisfacción sin nombre que lo lleva a camas de putas jovencísimas y secretarias de tetas grandes que a su vez lo hunden más en la insatisfacción y lo hacen estallar en peleas violentas y tontas. Marty es el que no entiende las diatribas filosóficas de su compañero y quiere mirar el partido y tomar cerveza; el que quiere ser feliz en su casa con sus chicas pero tiene vergüenza de comprar tampones. Pero también es muy leal, inteligente, compasivo; sabe perdonar. Sabe ceder, aunque quizá no a tiempo. Termina solo porque, como dice su esposa, “no sabe quién es”. Es cierto: la búsqueda de Marty en True Detective es tanto la del asesino como la de su identidad, qué hombre es, qué policía es, ¿sirve su protección?, ¿sabe cómo proteger?, ¿debería proteger?
Hay que ser muy valiente como actor para componer este personaje golpeado, ingrato, poco sexy y bastante chato al lado del Huracán Rust, uno de los personajes más notables e incandescentes que haya dado la televisión –con reminiscencias del Chico de la Motocicleta de La ley de la calle– y encima compuesto por el señor Ganador del Oscar que está en el momento más alto de sus poderes expresivos. Hay que poder actuar al lado de ese personaje imbatible y no quedar como un estúpido. Woody Harrelson lo hace. Su Marty es un prodigio. Gracioso, querible, verdadero... cada una de sus caídas es dolorosa, su soledad final es injusta; es imposible no desear que Marty sea mejor. Porque es lo que él desea, desesperadamente, pero no sabe cómo hacerlo.
Todos los ojos quedaron sobre el Rust de McConaughey. Pero Woody Harrelson merece igual reconocimiento. Aquí y en tantos otros personajes que deberían ubicarlo en la primera línea de los actores que de verdad importan. Son muchas sus grandes actuaciones, pero un repaso debe incluir Asesinos por naturaleza de Oliver Stone (1994) o, mejor todavía, Larry Flint de Milos Forman (1996), por la que fue nominado al Oscar como mejor actor –se lo robó Geoffrey Rush por la olvidable Claroscuro–. Cierto, hace mucho que no tiene papeles así, aunque lo que hace en Los juegos del hambre como Haymitch, por ejemplo, es extraordinario.
Su posición un tanto lateral en Hollywood a pesar de su obvio talento y su enorme versatilidad –todavía es recordado por su papel tempranísimo en la sitcom clásica Cheers– tiene que ver con su historia y su personalidad. Woody Harrelson es una persona extraña. Texano como McConaughey (son muy amigos en la vida real), es hijo de Charles Harrelson, un famoso criminal y sicario, responsable del primer asesinato de un juez federal en la historia de Estados Unidos (John H. Wood Jr., en 1979). Incluso se especula con que estuvo involucrado con el crimen del presidente Kennedy que, se sabe, ocurrió en Dallas, Texas. Papá Harrelson no crió a Woody –de verdad era un profesional del crimen– pero ambos mantuvieron contacto y el actor visitó a su padre en la cárcel hasta su muerte, en 2007.
Desde mediados de los ’90, Woody Harrelson es un activista pro legalización de la marihuana hiperactivo; fue arrestado por cultivar y en 1999 narró el documental Grass de Ron Mann. También es ecologista, vegano e intenta seguir una dieta de comida cruda. Y es entusiasta del movimiento 9/11 Truth, que no cree en la historia oficial sobre los ataques terroristas del 11 de septiembre y suele delirarse en teorías conspirativas vergonzosas. Anarquista, compara a Obama con Nixon entre otras incorrecciones y cuando puede inserta discursos antipolíticos, antirreligiosos y anticorporativos. Simpático, con un brillo loco en los ojos, díscolo y supertalentoso, a los 51 años Woody Harrelson es de lo más interesante y excéntrico de Hollywood y cada día es mejor actor.
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