PERSONAJES Hace ya tres décadas que Sergio Pángaro deambula por el ambiente artístico local. Inmortalizado como actor en películas atípicas como El artista o Moacir, quiso ser director de orquesta, fue modelo de desnudos para Marcia Schvartz, encarnó una modernidad kitsch al frente de los olvidados San Martín Vampire y celebra los quince años al frente de Baccarat, la orquesta del show de una vida deambulada siempre de impecable traje y moño.
› Por Micaela Ortelli
Cuando pase el tiempo suficiente, a la escena del geriátrico de la película El artista se le reconocerá su valor histórico, cultural y emotivo. Allí aparecen Fogwill, León Ferrari, Horacio González y Alberto Laiseca como cuatro abuelos de entrecasa absorbidos por la televisión. Bueno, salvo Laiseca, que se queda dormido y es retirado por su enfermero. Lo que hay que decir es que a esa imagen que será eterna la completa Sergio Pángaro. Tal la dupla protagónica de la perla creada por Mariano Cohn y Gastón Duprat, que retratan con sensibilidad implacable el entorno social del arte cuando se vuelve lugar de privilegio u objeto de deseo.
Pángaro nunca se lo propuso pero ahí está, en “el ambiente”, desde hace tres décadas. Después de habitar su opuesto –el personaje de Jorge Ramírez, un paracaidista que entre hablar y callarse opta por lo segundo, y así, por parco y misterioso, se gana el respeto de los “colegas”– lo conoce con otra profundidad: “Me identifico plenamente con él porque tiene un amor natural por la plástica, por eso junta los rollitos con dibujos de un enfermo mental. No le importa de quién son, no tiene una teoría que diga ‘esto es arte’”.
Tiempo después encarnó al personaje antagónico de Ramírez, y otro revés histórico de sí mismo, en el documental ficcionado Moacir (2012), de Tomás Lipgot. Ahí es el productor musical del disco por grabar de Moacir Dos Santos, un artista brasileño que hace 30 años emigró a la Argentina escapando del hambre y pasó 10 internado en el Borda. “Yo para Moacir era la figura hostil. El artista generalmente no toma al productor como un aliado, y el productor, a la vez, tiene que tomar una postura adulta, hacerle creer al artista todo lo que quiera para que esté cómodo y sacarle lo mejor.”
Pángaro hizo de todo y lo que no hizo lo inventó, como sus viajes por una Europa esplendorosa, de vacaciones en un crucero y Campari de aperitivo –cuando no estaba de moda– con la que fantaseaba en Baccarat por el mundo (2001), el primer disco de su orquesta que este año festeja los 15. La más atípica de Buenos Aires, podría decirse, Baccarat no era una orquesta ni tan elegante cuando arrancó, pero adoptó esa forma –él va de traje y moño, sus voces femeninas de vestido bobo brillante– para todo lo que se propone, como lanzar un “¡Canten, putos!” en medio de unas refinadas melodías de piano: “Es violento en el contexto de una banda vestida de traje que hace jazz, es como si el Papa dijera ‘Oren, putos’”.
Normalmente no viste moño, prefiere corbata: tiene cientos y las combina con camisas inmaculadas en trajes de cualquier década excepto la menemista. Puede o no llevar el pelo engominado, el bigote prolijamente recortado es parte inamovible de su look neutro y distinguido que le ahorra tener que saber qué está de moda. Vive frente a El Rosedal, uno de los tantos hoteles del carnavalesco barrio de Constitución, donde en un departamento sin ventana en planta baja puede extenderse una conversación hasta llegar a escenas así:
Caleta Olivia, Santa Cruz, un niño en el asiento del acompañante de un jeep que le corre una picada a un auto. La conductora está en su temprana juventud; es la madre de Sergio, el niño que va de copiloto, y ésa –llevarse al hijo y al jeep una tarde entera– es una de sus travesuras cuando discute con su marido, un señor varios años mayor, adusto, que gusta pasar el rato escuchando ópera y música clásica. Ella, que opta por los Beatles, lo hace rezongar pero suele salirse con la suya: en la habitación matrimonial hay colgado un poster del Che.
Cuando llegó a Buenos Aires –en 1974, el día en que velaban a Perón–, Sergio Pángaro tenía ocho años y una madre convencida de que era un genio. Pasó los años de dictadura en un internado ucraniano de Villa Elisa, La Plata. Ahí aprendió a tocar la mandolina y la guitarra, que se colgaba al final de los actos después de cumplir con los formalismos de abanderado. También era el musicalizador oficial de la hora del té de las “figuras severas” del colegio: “Me llamaban para que les toque las polkas que aprendíamos en clase, y yo veía que se emocionaban, se volvían como adolescentes. Ese fue el apogeo de mi carrera”.
Una carrera que siguió con el intento de recibirse de director de orquesta, hasta que se hizo amigos más grandes y abandonó. “Descubrí el Dadá, el surrealismo, Artaud, Baudelaire, Rimbaud, Pina Bausch, todo junto.” En su deambular por “ámbitos de vernissage” conoció a Marcia Schvartz, una “proto Almodóvar” que un día le propuso posar: sólo tendría que quedarse quieto y cantar boleros. Entre todos los artistas que pintaron a Pángaro desnudo están Adriana Vázquez y María Ezquiaga, primeras cantantes de Baccarat. Antes tuvo una banda funk y después San Martín Vampire, junto a Rudie Martínez y Fabio Rey, grupo que, para él, era “el lenguaje normal que tenía que escuchar la cultura argentina: algo que sonara a que está de moda, pero con elementos de los Pasteles Verdes”. En 1999, SMV lanzó su único disco, Debut y Despedida, que merece ser escuchado otra vez.
Respecto de Baccarat, sabía lo que quería cuando la creó: “Un show maricón, con música hawaiana, bolero, dos chicas bailando y un sampler”. Después fueron apareciendo músicos y Baccarat pudo dejar el sampler. Hoy va por el quinto disco y en su formación hay batería, piano, guitarra y contrabajo. “Arte: ¡basta de emocionarme!/ Sin el arte vivo aburrido y distante”, canta Pángaro, que finalmente conoció Europa gracias al cine. “Sólo es voluntad de creer y el cielo se abrirá a tus pies/ Pregúntale al mirar con sinceridad y el arte te responderá.” Al menos con él siempre lo ha hecho, y en todos sus lenguajes.
Sergio Pángaro & Baccarat se presentan
el sábado 24 en Bebop Jazz Club, Moreno 364.
A las 23.30.
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