ARTE Entre la performance y la pintura, el jovencísimo Iván Form asoma en la escena del arte local como un participante incómodo e inquietante, tanto cuando se viste de mameluco naranja para escribir mensajes durante horas en cinco mil hojas o cuando su pintura virtuosa y sencilla propone una particular especie de Kamasutra superpoblado.
› Por Leopoldo Estol
¿Quién es él? La pregunta exhalada con estupor y algo de saliva se estrella incómodamente contra el rostro atento del interlocutor que, de todos modos, no sabe qué responder. El ritual identificatorio, un nombre y apellido o alguna pista de dónde proviene el sujeto en cuestión. Un apellido dicho con lentitud y si hiciera falta deletreado, letra por letra. Iván Form, nombre insignia de estirpe rusa y apellido juguetón, F-O-R-M, levemente marketinero. Edad: veintisiete. Formación: es egresado de la escuela de Cerámica Fernando Arranz, dibuja cómodamente, es licenciado en Crítica de Artes por el Instituto Universitario Nacional del Arte. El rito de presentación concluye aquí.
La primera obra de su autoría que nos convoca lleva como título un número: 2570. Cifra que rima tanto con Bolaño como con Wong Kar-Wai o Arthur C. Clarke: hay cierto aire enrarecido en el futuro que impregna las creaciones con un poco de sci-fi. La obra de Form es una performance desarrollada un viernes por la noche en el horario pico del Patio del Liceo, lugar cuya concentración de inauguraciones por metro cuadrado solo se ve superada una vez al año por Arteba. El artista aparece aquí diferenciado del resto por un mameluco naranja que lo propone a la vez como obrero y como performer al mejor estilo Marta Minujín. Un pilón de 5000 hojas lo espera apoyado sobre un tablón y dos caballetes. Lo que sigue es un frenesí en el cual Form escribirá mensajes en continuado por horas, mezcla de escritor serial y ciudadano anónimo o alienado crónico que no habla. Alguien, una persona, que no ha podido reconstruir su sociabilidad después de una última y abigarrada pelea de pareja y que por ende, se dedica a despilfarrar su lucidez. Form escribe hojas, centenares de hojas donde modula mensajes con un fibrón negro y los deja por ahí, para que alguien los lea y en el mejor de los casos se los lleve.
El carácter bruto y desproporcionado de la performance se esconde detrás de la aparente “cuidada” puesta en escena: la estética de oficina, el mameluco y su barba prolijamente recortada. Lo que se revela en los papeles son dudas, pensamientos, deseos, así como cierto morbo, que forman un magma de bordes difusos que se desparrama a través de la inauguración como los restos de un naufragio. Son mensajes públicos a la vez que privados: “No dejes que tu cerebro te muestre imágenes tristes”, “Así cualquiera es la cuna de la civilización”, “Era hermoso verla preparar granola, pero el pasado debe quedar atrás” o “Me chupa un huevo la contrariedad de esta acción”. La perspectiva ¿viral? en la que se fuga, se multiplica y se expande Form a través de la multitud bohemia y huérfana de programa que suele ser afín a las inauguraciones del Liceo es conmovedora aunque tiene sus límites. El artista no forja ningún acero, no es un revolucionario, apenas se limita a permanecer fiel a una postura creativa. Las hojas que deja ir serán puestas en circulación como souvenirs. ¡Permanecer! ¡Aumentar su valor en el mercado! ¡Más prestigio! Todas incógnitas que serán resueltas por un montón de hojas abandonadas, carentes de la inmortalidad IRAM de las obras de arte consagradas... De hecho, el portero del Patio del Liceo se enoja con Form y lo acusa de haber ensuciado todo el Patio con sus pensamientos. A lo cual, la galerista que lo había invitado –cuyo nombre nos reservamos– no hace ni dice nada. Form se defendió diciendo que su trabajo, si bien tenía un aspecto sucio había logrado encarnar una serie de cuestiones complejas inherentes a su generación y por ende, era una obra con un sustrato ecológico, en resumidas cuentas, es saludable “si ayuda a mis congéneres a ver en lo que nos estamos convirtiendo”.
En el Centro Cultural Borges, el inminente, el incómodo, el inquieto Form vuelve a las andanzas. Una serie de pinturas sobre tela y dibujos enmarcados detrás de elocuentes vidrios envuelven la parafernalia con tranquilidad, todo está en su lugar. Pero el instinto vuelve a despertarse desesperado y nuevamente, activa la mano mediante un suave cosquilleo y ésta a su vez arranca el trabajo, una línea que se yergue creando primero una curva después una pierna, un vientre, un torso, un cuello, una quijada y por último una cabeza que mira para algún lado como Frankenstein. Pronto otras figuras se empiezan a consolidar, de lo abstracto a lo antropomórfico hasta aplastar o al menos apretar al primer Frankenstein. El dibujo que realiza Iván es virtuoso por sencillo, goza de cierta liviandad que lo asemeja a cierto pasatiempo picassiano y por su insistencia, por su rítmica repetición también se podría señalar una continuidad militante a lo León Ferrari. Mientras nosotros miramos, siguen brotando líneas en zonas aledañas que consolidan figuras cariñosas, calenturientas a un ritmo cada vez más agitado donde las protuberancias pesan más y se excitan, ¡son órganos sexuales!, los personajes lloran desconsoladamente pero no están solos, se acompañan diezmando la tela a seguir recibiendo más y más seres. Tienen sexo como lo hacen los perros, delante de la vista de todos, en el medio de la calle, en el epicentro de la vida cotidiana, como un acto mágico. ¿Un kamasutra multiorgásmico o un manual de sexo tántrico para los gourmets? Dicho esto, el tono de orgía que había segundos atrás se disuelve y vuelve Dubuffet, vuelve ¿¡Soldi!? y Yuyo Noé, que es uno de los curadores de la exposición (junto a Eduardo Stupia) ponen orden y nos recuerdan que esto es arte. Son cuadros colgados en una pared. Suspiramos aliviados.
Y vuelta al shopping center, vuelta a la calle. Constatamos que el orden sigue igual. Gente esperando en las paradas de colectivos, gente que camina ligero, que presiona sus pertenencias contra sus cuerpos si la muchedumbre se condensa, obligándolos a apretarse un poco. A diferencia de los dibujos, el amor, el instinto, la pulsión permanecen escondidos en la calle.
Para no dejar dudas, lo que diferencia a Form de un equipo notable de impostores que se hacen llamar “artistas” es que Form pone el cuerpo, ofrece lo más lindo y también lo más turbio de su mente, se podría afirmar que está disponible. O como celebró la performer serbia –consagrada hasta el hartazgo– Marina Abramovic: el artista está presente. ¿Qué significa que el artista esté presente? Significa que no es un genio, que no es cierto que sus inventos valgan miles de dólares. Pero su sensibilidad transforma el mundo con paciencia, con libertad y valentía.
Relaciones & forms de Iván Form se puede ver en el Centro Cultural Borges, Viamonte esquina San Martín, de lunes a sábados de 10 a 21 y los domingos de 12 a 21 hasta comienzos de julio.
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