› Por Marcelo Figueras
Cuando necesito un break, entre un tramo y otro de la escritura en que esté embarcado, surfeo por Internet. Me ayuda a despejar la cabeza, a producir sinapsis insospechadas. Es así que encuentro la noticia. World’s Saddest Animal, dice, o sea “El animal más triste del mundo”. Habla de un oso polar de veintinueve años –muy viejo, en términos del promedio de vida de estos plantígrados– que vive en el Zoológico de Mendoza. Se llama Arturo y, según el artículo, está deprimido por la muerte de su pareja Pelusa, ocurrida hace dos años. A lo que hay que sumar las condiciones del cautiverio: Mendoza es calurosa y seca, y Arturo no cuenta con nieve, ni mares helados. Apenas tiene una pileta a la que le echan hielo, para mantener su frescura.
Las fotos de Arturo dan pena, es verdad. La noticia subraya la existencia de una campaña internacional para enviar al oso al frío canadiense. E incluye una foto de Newt Gingrich, mostrando a cámara una imagen de Arturo. Gingrich fue uno de los hombres fuertes del Partido Republicano durante las presidencias de Bush Junior. Y todos sabemos cuán compasivos son estos muchachos. De hecho, Newt se parece un poco a un oso polar. Me digo que el título del artículo y la foto se prestan a confusión, porque alguien puede entender que el más triste no es Arturo sino Gingrich. Que, por cierto, no es el único conservador en mostrar compasión por los animales. También está Griesa, a quien le conmueven los buitres. Me imagino al juez sosteniendo una foto de Paul Singer, adornada con el epígrafe World’s Saddest...
El artículo dice que existe una petición con doscientas mil firmas, que habría sido elevada a la presidenta Kirchner. Según sugieren, hasta ahora no habría obtenido más respuesta que el silencio. Un silencio que indigna a Cher, a juzgar por el mensaje en la cuenta en Twitter que figura bajo su nombre artístico. Cuando Cher se indigna, los tiempos verbales se le encarajinan: “Sus manos están manchadas c/su sangre cuando él muera”, dice. Como le habla directamente a Cristina, me pregunto si Cher es fan de Nelson Castro. Y si escribiría algún mensaje respecto de los pibes que morirían de hambre, en caso de que Cristina cediese a la presión de Paul Singer & Co. Probablemente no. Cher es simpática, pero su arte está más cerca de las pompas de jabón que de Soren Kierkegaard. Y para emitir juicio sobre asuntos de vida o muerte conviene leer algo más que titulares. Preguntarse si Arturo, en su edad provecta, sobreviviría a la anestesia necesaria para emprender un viaje de miles de kilómetros; si tendría energías para adaptarse a un nuevo hábitat. Preguntarse, también, por las consecuencias de aceptar acríticamente un fallo que aun desde un punto de vista legal es defectuoso, en tanto crea más problemas que los que resuelve.
Macri –porque sigo surfeando– es otro de los que insisten en que hay que acatar la superior autoridad de Griesa. Me cuestiono desde dónde habla un tipo que nunca trabajó para comer, cuya familia se hizo rica gracias a los mismos gobiernos que endeudaron al país; qué diría si la alimentación de su hija más pequeña dependiese de la sumisión a ese fallo. Y me pregunto qué es más triste, si el pobre de Arturo o esa claudicación de la inteligencia que supone la falta de empatía, la imposibilidad de imaginarte en el lugar del Otro. Pero, en fin, Mauricio siempre estuvo más cerca de Cher que del padre Mugica. Como soy nuevo en esto de tuitear, me pregunto si podré iniciar una campaña bajo el hashtag #PagalaVosMauricio. Porque si Mauri y sus amigos hiciesen una vaquita y le pagasen a Singer, no en nombre del Estado sino como Empresarios Amigos de Argentina, consideraría por primera vez que su opción por la política tiene algo que ver con el bien común.
Googleo World’s Saddest, así a secas, y aparece un artículo de la edición internacional de Forbes hablando de los países más felices e infelices. La lista de los más felices está llena de países nórdicos. La de los infelices, de africanos. Palestina no figura, aunque califique en muchos sentidos porque, claro, no es un país stricto sensu, lo cual apunta precisamente a la raíz de todas sus tristezas, pasadas y presentes. Como el tema es complejo y se presta a equívocos –hay más gente dedicada a embarrar la cancha que a despejarla–, suelo mirarlo bajo la única luz que a mi juicio no admite réplicas: si mataste a un pibito, tu argumento queda viciado de nulidad de manera automática. Las mejores razones del mundo (históricas, geopolíticas) quedan invalidadas cuando su puesta en práctica resulta en el sufrimiento de inocentes. Un sayo que también le cabe al sistema económico en el que vivimos. Ya que son tan listos, tan capos, vuelvan a sus bunkers, ideen una política que no implique necesariamente torturar, hambrear y matar criaturas, y entonces volveré a escuchar razones. Mientras actúen como enemigos del pueblo, seguiré pensando que son la vergüenza de nuestra especie.
Es tan fácil toparse con ejemplos de banalidad, falta de empatía, crueldad y perversión de la inteligencia para fines aviesos, que para entenderlo no hace falta que Forbes arme un ranking. Sin intención de desmerecer el sufrimiento del pobre Arturo, el puesto número uno del Top Ten es indiscutible: no hay animal más triste en esta Tierra, ni más dedicado a la producción de tristeza, que el ser humano.
Mejor sigo trabajando. Con un poco de suerte, me sale bien. Este mundo necesita toda la belleza que podamos conjurar.
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