Si es que los grandes actores se mueren, Alejandro Urdapilleta se fue a los 59 años el 1º de diciembre de 2013. Había nacido en Uruguay, de padres argentinos exiliados, y llegó al país a los seis años. Con apenas esa edad logró publicar su primer poema, titulado “Palabra de un niño a su madre fallecida” (“una cursilería horrible”, la definió. “Y además escrita de ‘tú’. ‘Madre, ahora que no estás’. Mi madre lloraba como una loca cuando se lo leía. Y después hice otras. Una se llamaba ‘Carta de un soldado a su padre al entrar en la colimba’”).
El también tuvo su temporada de distancia del país. Entre otros oficios impensados, fue mayordomo en Inglaterra y pasó un breve tiempo en España. Apenas tres años después de su regreso, en 1981, se lanzó a toda esa serie de inclasificables andanzas junto con Batato y Humberto Tortonese.
Un paradigma del artista absoluto, Urdapilleta fue, además de poeta, autor, intérprete, cantante –una faceta poco conocida– y tantas otras cosas. Al igual que de la conmovedora poeta brasileña Adelia Prado, de Alejandro Urdapilleta se podría afirmar que su árbol genealógico le transmitió una hidalguía sin fronteras.
Hay que dejarlo hablar: “Yo quiero crecer como todos los actores, como todos los artistas, seguir evolucionando y haciendo cosas. Si me hubiese quedado haciendo ese tipo de cosas, sería como el niño poeta maldito Rimbaud. Habría sido un tonto viejo en vez de un poeta genial joven. Me comparo con Rimbaud porque quedar haciendo siempre lo mismo te envejece”.
“Era lo que había”, hablando de los primeros tiempos en el Parakultural. “Era un espacio ideal para expresar lo que nos pasaba. Creo que el under estaba cargado de ideología porque era un espacio para ejercer la libertad, no solamente nosotros los actores sino el público también. Lo que hacíamos estaba lleno de contenido y novedoso talento. Hubo una enorme cantidad de gente muy talentosa, toda junta en un lugar, no solamente actores sino también plásticos, escritores. Y de allí salieron cosas muy valiosas, se empezó a estudiar el teatro, aparecieron investigadores teatrales, se crearon centros culturales como el Rojas, promoviendo cosas que hasta entonces no existían, hechas por gente con ideas y con cabeza, que sabía lo que estaba haciendo. Había que ejercer la libertad, y eso fue lo que hicimos.”
Como en todo ritual, hace falta un templo, aunque asuma la forma de un efímero santuario. Los hubo en los tiempos sacrílegos de los ’80, por eso está bueno hablar de catedrales para referirse a esos bastiones y reductos donde artistas y personajes lograron reinventar la década, armados de urgencia, talento y creatividad. La bohemia, como un oasis largamente esperado, volvía a renacer después de medianoche hasta el amanecer.
¿Cómo no empezar con Cemento, la catedral más longeva, que se mantuvo abierta casi 25 años en el barrio de Constitución?. De afuera era sólo pared interrumpida por un ancho portón de chapa oscura. Adentro ocurría todo lo imaginable, y un poco más. Fue el lugar de inicio de muchas bandas e incluso algunas, como Attaque 77, deben su nombre a una convocatoria urgente del dueño del local, Omar Chabán. Otros que anduvieron por ahí fueron Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Riff, Sumo, Viejas Locas, y hasta bandas internacionales como Molotov y Control Machete.
Katja Alemann se puso el proyecto al hombro –le prestó dinero a Chabán, que por entonces era su pareja– y el día de la inauguración entró al lugar vestida de valquiria a bordo de una carroza tirada por caballos. Para ella, “eran espacios donde la gente sentía que podía disfrutar de la libertad y de la libre expresión, que es tan necesaria porque para los pueblos la cultura es el alimento del espíritu”.
Humberto Tortonese anduvo mirando y haciendo de las suyas en aquellos lugares. “El under surge de que la gente que realmente quería hacer otra cosa y no encontraba un lugar de pronto se encontraba en un sótano. Allí sentían que podían expresarse como quisieran, usar la ropa que les gustara. De todo ese hacer lo que a uno se le canta salen las mejores cosas.”
El espacio de Cemento era de una rara complejidad. Había muchas actividades que sucedían en simultáneo. Mientras bailaba gente en la pista, otros esperaban en los camarines preparando un número. De pronto se cortaba la música y todo arrancaba. Claudio Caldini contó que mientras él rompía televisores a cascotazos había un número de El Clú del Claun o “si no era Omar Viola en medio de un espectáculo que se llamaba El sub bizarro show, que es de donde después salieron Las Gambas al Ajillo. Estaban Batato Barea y Fernando Noy haciendo espectáculos improvisados o leyendo textos, poesías. Con el público en la zona de la barra había danza. Katja y Omar hacían un espectáculo de danza experimental y entre los tres inventábamos una puesta de luces improvisada”.
Omar Chabán aportó detalles de lo que sucedía en aquella catedral (hoy convertida en un estacionamiento) donde no regía la palabra “límite”. “Katja hizo unas performances muy, muy deliradas. Un día entró con un carro tirado por un caballo, desnuda, entre la gente. Todos la querían tocar. Gabriel Chamé y Batato Barea estaban vestidos de indios y eran como su guardia imperial.”
Katja completa el relato: “Yo iba cantando el Ave María y les decía por lo bajo a Gabriel y a Batato –ellos llevaban antorchas– que me sacaran a la gente de encima. De pronto sonó el Himno, todo estaba iluminado por el fuego. Y al son de ‘Oíd, mortales’, se me cayeron las cadenas y quedé más desnuda de lo que estaba. Fue un momento de emoción en el que realmente nos atravesaba un sentimiento patriótico. Como anunciando la nueva Argentina, que estábamos a las puertas de un mundo mejor, que era posible estar ahí todos juntos y sentir esa emoción nacional. Es curioso, porque me pasó algo medio abstracto en ese momento. Fue muy emocionante, me acuerdo. Silencio, silencio y el fuego y el Himno. Y todo el mundo allí parado”.
Una noche llovía, yo estaba en la puerta esperando un taxi, solo y aparece Alejandro Urdapilleta con un vaso de whisky, mira la lluvia, me mira a mí, me pregunta qué estaba haciendo, le respondo, se pone a hacer un pequeño recitado sobre la lluvia, que termina en la palabra mierda. Y para mí eso era la magia, para mí eso era el arte. Luego obviamente están los libros y la Historia Universal del Arte.
“Los ’80 fueron hijos directos de los ’60, de los ’70, donde creo que había argumentos de unión, de revolución, de cambios sociales. La muerte estaba muy instalada a principios de los ’80, se luchó en contra de eso. Cuando se abrieron las puertas, uno manifestó sobre un escenario a través del humor, a través de la pintura, a través de la tragedia. El artista era comunitario. El odio no estaba instalado, el mirar al otro con malos ojos. La competencia no estaba instalada, sabías que podías competir, pero era sano todo. Ahora no, ahora todo es una gran mierda.
Admiro el lenguaje que se utilizaba en esta época. admiro la locura que tenía por ejemplo Alejandro Urdapilleta, que te hacía vibrar, admiraba de Batato esa dulzura que tenía y esa bondad, era un ser bueno, todo el mundo lo quería, lo siguen queriendo...
Aunque no me crean, me gusta mucho la tragedia, un Shakespeare, por ejemplo, pero modernizado. A veces me cargan mis amigos porque les digo que estaba trabajando en un texto de Roberto Cossa. Ahora veo que todo está muy divorciado y todo puesto en cajitas otra vez, y eso no queda bien. El intelectual quiere separarse del actor popular, los ricos de los pobres, el negro del blanco, el machista del gay, y adentro en cada gueto también hay diferencias, es espantoso, es como un trabalenguas... si me meto en esa ensalada, termino en el terapeuta o internado. Si pasaba eso en los ’80, uno lo rechazaba inmediatamente. Es una estupidez realmente, que la hagan los estúpidos. Hay gente que llega tarde a las cosas. Bueno, problema de ellos porque no piensan que hay más cosas. En este país critican todo el tiempo y eso te quita energía, cansa. En aquellos tiempos había mucha energía, mucha inteligencia, muchas ganas de conquistar lugares. La Argentina real, la que se prende las velas alrededor y se quema cuando no tiene luz. Buenos Aires es una partecita nada más. Pero, bueno, yo me sigo maquillando.”
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