› Por Fito Páez
Era todo nuevo en aquellos días del 85. Vivíamos con Fabi Cantilo en una casona inglesa en Estomba y La Pampa en el límite del barrio de Belgrano R y Villa Urquiza. Creo que el tema “Giros” surgió en un ensayo con la banda que teníamos con Tweety González, Paul Dourge, Fabián Gallardo y Daniel Wirtz. Yo había escrito la letra y ya tenía la melodía y la armonía. Recuerdo cómo todos ellos soportaron pacientemente la construcción de la línea del bajo y la guitarra, que me llevó algunas horas. Hoy esa idea se me hace indivisible del tema.
Tengo una teoría casera: parte del impacto que causó nuestra llegada al festival de Varadero en el 87, invitación de Pablo Milanés, tenía que ver con que era la primera vez que en la isla se escuchaba rock en castellano en vivo y también con otro factor un tanto más sutil y difuso al oído desprevenido. Ese rock en castellano tenía síncopa, tenía el tumbao. Toda esa línea de guitarra y bajo está casi toda sincopada. Esto quiere decir que casi todos los acentos del riff acentúan arriba. Por eso la síncopa. Por eso también la inmediata empatía a través de la música con el pueblo y los músicos cubanos, por su clave africana sincopada. Ese recorrido para mí es así: Mi padre escuchaba Jobim hacia fines de los sesenta, comienzos de los setenta. Jobim viene de Chopin y del jazz pero también del Africa. Ese síncopa africano llega a una casa en Rosario, a través de la bossa nova y ese link nos lleva a Cuba. Imposible olvidar el trabajo delicadísimo de Tweety González en la construcción del solo de OBX con sonido digital de bandoneón (fue el primero del que tenga memoria construido en un teclado electrónico, todo tarea de él).
“Taquicardia” fue un arrebato eléctrico. Influencia directa de Charly que venía de grabar su álbum instrumental Terapia Intensiva y tenía un riff similar en “Chicas muertas”.
La primera persona que escuchó “Alguna vez voy a ser libre” fue Luis Alberto Spinetta en los ensayos del Piano Bar de Charly García, la tarde antes de la primera función en el Luna Park. Creo que le emocionó reconocer su clara influencia. Hay una secuencia de acordes que (al igual que en “Giros”) doblan bajo y guitarra eléctrica a la manera de “Díganle”, última gema de Madre en años luz. También en algunos cortes se escuchan las garras de García parando el ritmo para que todo respire mejor.
“11 y 6” fue escrita una noche de descontrol absoluto en la ciudad de San Justo, en el medio de una gira por la provincia de Santa Fe junto a Juan Carlos Baglietto. Todos iban puestos de todo y a mí se me ocurrió armar un piano en una habitación. Mi colega Ale Avalis y su tropa bajaron diligentemente... ¡el piano, unas cajas de sonido, una consola y una planta de luces! Montaron un pequeño escenario dentro de una habitación, con todos los descalabros que eso implica en un hotel de provincias a altas horas de la madrugada. Todo aquello terminó con un coche chocado frente a un árbol, llamados varios a la policía, colchones en los pasillos y cantidades infinitas de cervezas repartidas por las instalaciones del hotel. Mientras acontecía aquel huracán, yo escribía letra y música de “11 y 6”, encerrado en aquella habitación. Pedro Aznar hizo su inolvidable participación en coros y guitarra MIDI.
“Yo vengo a ofrecer mi corazón” me sigue pareciendo al día de hoy una canción escrita por otra persona. No sé cómo pude escribir aquello a los 22 años. Todavía me sorprende escucharla en boca de cantantes de restaurantes, cabarets, artistas consagrados y callejeros y dentro de un karaoke alrededor del mundo. Allí estaba la influencia del folklore argentino que llevaba en mi ADN. El 6 x 8 con DMX. La electrónica y cierto minimalismo en la totalidad del arreglo le daban un aire de chacarera experimental y a la vez un aire nuevo al folklore, que siempre en sus intentos de renovación se había vinculado con la música erudita y el jazz. Recuerdo el pequeño comedor de la casa de calle Estomba, un mediodía y el primer DX7 que entró a la Argentina. En un par de horas la canción ya estaba terminada.
“Narciso y Quasimodo” se espejaba con “Taquicardia”. Canción rockera con influencias del último Spinetta solista de esos días.
“Cable a tierra” fue “la canción dedicada a Charly”. La fuerza del rumor es inquebrantable. Para hacer honor a la verdad, “todos” (todo el grupete García-Páez) estábamos o habíamos atravesados momentos de peligrosos excesos por aquellos años, y la canción invitaba a reflexionar al respecto. Yo allí escucho influencias directas de Paul, de Stevie y de Litto. El Mono Fontana arregló la parte del medio con esa línea categórica de OBX que se mueve entre las interminables modulaciones.
“Decisiones apresuradas” fue una canción urgente. De las tripas. Sonaban muy correctas todas las ideas que circulaban en aquel momento sobre la causa de la guerra de Malvinas. Al menos en el ámbito de la música popular. Así fue que se abrió aquella canción desesperada con aires lennonianos.
“D.L.G.” es una baguala electrónica. Compuesta en Villa Gesell en el verano del 85. La cercanía de mi amiga Liliana Herrero y su pareja de ese momento, Raúl Sepúlveda, fueron fundamentales para mi acercamiento al folklore de vanguardia. De ese caluroso enero con ellos junto a Fernando Noy, Fabi Cantilo y Ale Avalis me traje esa canción que versa de una hipotética revolución que llevarían a cabo unos extraños sujetos apodados “grones”. Así el críptico título: “Día de los grones”. En el país que parió al peronismo esas ideas están en transformación y ebullición permanente. No hace falta más que mirar alrededor.
Gracias a Mariano López el sonido de ese álbum será inolvidable. Mariano fue el hombre que puso a nacer el sonido de una época y tuve la suerte de poder grabar y mezclar álbumes con él en muchas oportunidades por aquellos años. Todavía lo hacemos.
No quiero dejar de mencionar el trabajo artesanal de los músicos que participaron en el álbum. El amor y dedicación de Fabián Gallardo. La astucia de Tweety González, indicando cuál era el teclado y la máquina de ritmos que iban a comandar las colores del álbum. La precisión y caballerosidad de Paul Dourge y la impresionante máquina de golpear la batería que fue el querido Tuerto Wirtz. El genio rítmico de Osvaldo Fattorusso, que puso a volar “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, “Alguna vez voy a ser libre” y “Narciso y Quasimodo”, y un eterno gracias para quien aún hoy es mi compañero de aventuras y gran amigo: Ale Avalis.
Mención aparte para mi amada Fabiana Cantilo, musa eterna y artista en estado de revuelta. Sin ella nada hubiera sido, siquiera. Alguna vez habrá que escribir en detalle sobre su poderosa influencia y filmar una comedia que seguramente no será para toda la familia.
Fue maravilloso hacer este álbum. Nadie sería quien es sin su pasado a cuestas. Estoy muy orgulloso de él. Sobre todo de sus errores. Y de sus contactos inconscientes o atávicos con ideas y canciones que marcaron un norte que no era mío sino de un grupo grande de gente. Nadie compone o hace SU música. La herencia te toma, decía un filósofo francés hace apenas unos años. No se decide tener contacto con ella. Sin Enrique Santos Discépolo y su genial “Yira, yira”, este álbum jamás hubiera surgido. Y no me quiero privar de contar la anécdota con don Atahualpa Yupanqui. Por aquel año, 1985, el Consulado Francés le hace un homenaje en un edificio que tenían frente a la plaza San Martín. En un momento, aburrido del protocolo y la solemnidad de aquel ágape, cruzamos miradas con Don Ata y, con picardía y complicidad, terminamos en una pequeña habitación con una copa de vino cada uno. Monologó durante una hora, aproximadamente. Me contó cómo había sido guitarrista de Agustín Magaldi y guardaespaldas de Carlos Gardel. De sus viajes a caballo por la Argentina. De su llegada a París, y de tantas cosas divertidas y jugosas. Cuando entró su mujer a buscarnos para decirnos, casi retarnos, que hacía una hora que nadie sabía nada del homenajeado, Yupanqui se me acerca al oído y suavemente me hace una pregunta cuya respuesta él ya sabía: “¿Esta canción es suya?” Me canta al oído las primeras dos líneas de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” y agrega antes de volver a la reunión: “Muy bien, m’hijo... muy bien”. Dejó tronando esas palabras en mis oídos, y desde allí hasta el día de hoy he vivido con ese sonido dentro mío, que me recuerda que la parte mas difícil en un artista es ser el irresponsable riguroso de la tribu.
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