Dom 03.07.2016
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MUJERCITAS MILITANTES

Aquella muestra fue una de las primeras dedicadas a Héctor Germán Oesterheld, y se llevó a cabo en el Palais de Glace. El curador y responsable del diseño de imagen fue su nieto Martín, que había fotografiado la figura de un Eternauta en diversos paisajes de la ciudad de Buenos Aires, para utilizar esas imágenes como iconografía original del evento. La que mostraba al Eternauta en las tribunas del estadio de River ilustraba la portada del catálogo de una muestra bautizada como Héroes colectivos, una definición que –corría el año 2002– todavía era familiar sólo para los fanáticos de la obra del guionista de El Eternauta, Ernie Pike y tantos personajes memorables. Sin embargo, la imagen que terminó siendo imposible de olvidar para quienes visitaron el Palais de Glace por aquellas fechas fue una vieja foto familiar en blanco y negro que mostraba a Elsa y Héctor junto a sus cuatro hijas, aún pequeñas. En una suerte de mundo al revés, los dos adultos estaban sentados dentro de una enorme cuna, y las niñas estaban paradas del otro lado de los barrotes, con sus miradas algo incrédulas por la travesura. Había sido reproducida en tamaño gigante, y estaba expuesta en medio de la sala del primer piso: una inmensa postal familiar que, sin embargo, impresionaba por omisión. Porque una imagen que debía invocar ternura terminaba funcionando como silencioso prólogo del horror, ya que tanto Oesterheld como sus hijas habían sido desaparecidos y asesinados por la dictadura. De los protagonistas de la foto, sólo Elsa había sobrevivido. ¿Qué había pasado con esa familia? ¿Cómo es que la historia se había ensañado tanto con ellos? Miles de preguntas se agolpaban en la cabeza del ocasional visitante de la muestra, y continuaban sin respuesta incluso mucho tiempo después de haberla recorrido. “Una bomba en medio de la Familia Ingalls”, escribió de manera contundente Juan Sasturain en el prólogo de El aventurador, el libro que reúne sus artículos sobre Oesterheld, al hablar del destino trágico de la familia. Y también agregaba una confesión: “Nunca he podido he podido terminar de digerir la tragedia”. Nada casualmente, es aquella misma foto la que domina la tapa de Los Oesterheld, un libro que justamente recorre y amplía todas las preguntas que genera esa imagen de la familia feliz que supo ser y también que dejó de ser de manera tan contundente, ya que la criminal ferocidad de la historia argentina les dejó caer esa bomba tan difícil de digerir incluso para aquellos que conocían su historia personal, que incluye –además de Oesterheld y sus hijas– la desaparición de sus tres yernos y dos de sus cuatro nietos. Son cuatrocientas páginas subdidividas en apenas siete enormes capítulos, uno para cada año reconstruido de la década del setenta, que desarrollan las vidas de cada uno de los protagonistas agrupados en el título, así como las de decenas de personajes secundarios que van acompañando e iluminando su camino. Según aclaran sus autoras, las periodistas Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami, lo que las acercó a la historia del guionista y sus allegados no fue su obra –que conocieron en profundidad y aprendieron a admirar en el transcurso de los heroicos cinco años de investigación que les demandó el libro– sino los aspectos conmovedores de la desintegración de una familia cuya historia les permitió reconstruir muchas otras historias, desde las propias del núcleo más cercano hasta la de la organización a la que pertenecían y también las particularidades del país en el que estaban inmersos. “Esta biografía coral muestra cómo, con el plan de aniquilación que incluyó a Héctor y sus hijas, la represión buscó destruir también la brillante vida cultural y política del país”, se puede leer en la contratapa del libro, y la definición es más que ajustada. Hay en Los Oesterheld un cuidadoso y admirable trabajo de reconstrucción histórica y personal, que permite responder todas las preguntas posibles disparadas por aquella foto de la familia antes de la bomba, y también muchas más. En sus páginas, Estela, Beatriz, Diana y Marina –las hijas de Oesterheld y Elsa– dejan de ser los nombres que completan la tragedia familiar para cobrar cuerpo, y protagonizar una vida que las muestra culturalmente activas, y abriéndose camino hacia un trabajo militante que terminará absorbiéndolas, y junto con ellas también su padre abrazará una causa que consideraban y se presenta como legítima, al menos de origen. A partir de una estructura que hábilmente deja de lado los inevitables pero casi siempre aburridos capítulos iniciales de las biografías para meterse inmediatamente en la trama, recurriendo a una serie de flashbacks para completar la indispensable cronología sin perder dinamismo, el libro de Nicolini y Beltrami termina siendo una especie de Mujercitas militante, donde hay vida cultural, sentimental, sexual y política, en una historia que en realidad si siempre ha sido difícil de digerir es por la inevitabilidad de su tragedia. El trabajo de Los Oesterheld completa por fin un destino referido en susurros y sobreentendidos, dándole voz a quienes ya no están para contarlo, y recuperando recuerdos de sobrevivientes que nunca antes los habían recordado. De la misma manera, también construye un retrato del Oesterheld menos conocido, el militante de base y luego clandestino, al que recupera en plena entusiasta actividad y luego vía crucis, y cuyas autoras describen imaginando guiones hasta último momento. Con un ojo en Vida y destino, de Vasili Grossman, Los Oesterheld está estructurado a partir de esos siete extensos capítulos/años, pero al mismo tiempo está subdividido en pequeños capítulos, donde se mezclan las vidas de cada uno de los integrantes de la familia a partir de quienes los recuerdan y los narran (y también aparecen sus propias voces, en innumerables cartas recuperadas y cedidas generosamente por su familia), y que retorna permanentemente a la voz de la única sobreviviente, Elsa, cuyo extenso testimonio dialoga con el desarrollo de la historia y de alguna manera también estructura todo el libro. Que nada casualmente lleva como epígrafe una de las líneas de diálogo más desoladoras que haya escrito Oesterheld alguna vez, en la voz de Ernie Pike –un personaje que Hugo Pratt dibujó con los inequívocos rasgos del guionista– al terminar de contar la tragedia de dos soldados muertos de manera heroica pero también absurda: “Tiene que haber un lugar donde estas tragedias hechas de coraje y desencuentros se anoten a favor de la especie humana... tiene que haberlo”.

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