Dom 30.01.2005
radar

TODO LO QUE USTED SIEMPRE QUISO SABER SOBRE EINSTEIN Y NUNCA ENTENDIó.

En el prostíbulo de Mme. Bachelard

“Si mi teoría resulta cierta, los alemanes dirán que soy un alemán, y los franceses que soy un alemán expulsado de su patria. Si mi teoría resulta falsa, los franceses dirán que soy un alemán, y los alemanes dirán que soy un judío.”
Albert Einstein

› Por Leonardo Moledo

Tanto los habitués como las trabajadoras del prostíbulo de Mme. Bachelard no sólo aman la literatura y las artes plásticas en general, sino también la física y por eso los retratos de Einstein y Newton se encuentran al lado del de Shakespeare y los cuadros de Rououault. No es raro, por lo tanto, que organizaran un gran festejo para celebrar el centenario del annus mirabilis de Albert Einstein. La misma Mme. Bachelard, una mujercita vivaz y picarona, descendiente de una antigua familia de aristócratas, literalmente descabezada por la Revolución Francesa, dejó de lado sus escrúpulos y cocinó con sus propias manos pastas francesas con mignons y petit foulards, con champignons à la dolette y faisanes horneados según la receta que Mme. Dubarry impuso en el rito de las damas más sofisticadas de la corte de Luis XV. De más está decir que Mme. Bachelard era fervientemente monárquica. Mientras, disfrutaban de las cremas que adornaban los abundantes platos de paté de foie. Un indiscreto micrófono permite a Radar reproducir algunos fragmentos de la conversación.

–Einstein es la vera imagen del monstruo intelectual –dijo Fanny la pelirroja–, el ícono del genio, de la culminación de la inteligencia humana, del siglo XX problemático y febril. Pero a veces me pregunto si se lo admira por lo que hizo o por el mito construido sobre él.

–Por lo que escucho de mis clientes –dijo Elina, que estudiaba francés en la Alianza–, me inclino por la segunda opción. Uno de ellos estaba convencido de que la Teoría de la Relatividad sostenía que todo es relativo. Me cansé de explicarle que no es así: más bien, la Teoría de la Relatividad es una teoría del absoluto; al fin y al cabo, lo que sostiene es que la velocidad de la luz y las leyes de la física son absolutas (iguales estando quietos o corriendo, las mire quien las mire), y lo que son relativos son las distancias y los períodos de tiempo.

–Bueno –dijo Ruth, la dominicana–. Reconozcamos que se trata de una revolución conceptual y ésa es la razón por la cual se piensa eso, del mismo modo que en el caso de Copérnico se retiene que sostuvo que la Tierra giraba alrededor del Sol. Es que romper con el espacio absoluto y el tiempo absolutos de Newton no es poca cosa. Pero hay otro mito, y es el que sostiene que Einstein mostró que la teoría de Newton estaba mal y la desbancó. Eso, desde ya, es falso. Simplemente, la teoría de Einstein es una descripción del mundo más amplia, una aproximación a la naturaleza más precisa que la de Newton. Es como si le hubiera sacado un decimal más a la realidad. Pero para viajar a Saturno, como acaba de hacer la sonda Cassini, se puede perfectamente hacer à la Newton; los efectos relativistas sólo se hacen visibles a velocidades cercanas a la de la luz, o cuando hay masas muy grandes –una galaxia, por caso– capaces de desviar rayos de luz y esas cosas.

El general Lagaña, que estaba escribiendo un tratado sobre la metafísica de la guerra, y era asiduo concurrente, se creyó en la necesidad de intervenir:

–Pero hay que agregar que la Teoría de la Relatividad no sólo no reemplaza a la de Newton, sino que es una teoría del mismo tipo que la de Newton; esto es, una teoría clásica, con las pautas de objetividad, medición, refutación y relación entre lo teórico y lo empírico similares alas de todas las grandes teorías desde la revolución científica. Es verdaderamente clásica, cosa que no ocurre con la física cuántica desde ya.

–Y por eso Einstein se opuso siempre a la mecánica cuántica –dijo Jezabel, la de los pies de marfil–. Era una paradoja, ya que fue él quien la inició, con su famoso trabajo sobre el efecto fotoeléctrico, pero le resultaba increíble una teoría sobre el mundo donde interviniera el azar; su famosa frase “Dios no juega a los dados” apunta en esa dirección. Einstein creía que la mecánica cuántica no sería más que un aproximación imperfecta a una “verdadera” teoría clásica, que diera cuenta de los fenómenos atómicos, y en la que no interviniera el azar. Traté de explicárselo a un cliente, hoy mismo, pero no pude convencerlo.

–Estaría interesado en otras cosas –dijo la dominicana Ruth, como si fuera sorprendente.

–Tal vez –dijo Jezabel, pensativa–, pero es difícil entender por qué a tanta gente el sexo le interesa más que la física.

–Y que la filosofía –dijo el general Lagaña, solemnemente.

–Desde ya, es incomprensible, mes chéries –dijo Mme Bachelard, con una sonrisa de colegiala–, pero prueben estos champignons.

–Deliciosos, verdaderamente –reconoció Ingrid, que venía de estar con seis clientes a la vez y parecía cansada –pero a mí lo que me indigna es que se lo vincule con la bomba atómica. Y mal.

–Desde ya, querida –dijo Madame Bachelard–, es el obstáculo epistemológico.

–Porque es cierto que el fenómeno que hace a las bombas atómicas y a las de hidrógeno tan temibles es la equivalencia entre masa y energía, e=mc2, descubierto por Einstein, y agregado en un apéndice a su trabajo de 1905, pero haber descubierto el fenómeno no lo responsabiliza por la explosión ni por la bomba, que él no fabricó.

–Pero mandó una carta a Roosevelt para que la fabricara –dijo Jezabel.

–Se estaba ante la posibilidad de que la hicieran los nazis –dijo Ingrid.

–Es verdad –dijo Jezabel–, y estoy de acuerdo con lo que hizo, pero simplemente explico por qué es esa la imagen que queda.

–Pero la imagen que queda no es ésa –protestó Ruth–. La imagen de Einstein que flota en la imaginación colectiva es la de un genio, desde ya, un científico comprensiblemente distraído, un viejo bondadoso que saca la lengua, un eterno pacifista, defensor de causas justas.

–A veces me pregunto si Einstein no se fabricó esa imagen deliberadamente, si no estaba construyendo su propio mito –dijo Jezabel. –Leí algo sobre el asunto en el New York Review of Books –por supuesto, el prostíbulo de Mme. Bachelard estaba suscripto, por supuesto, a la extraordinaria revista de literatura.

–Puede ser –dijo Ruth– pero no cualquiera puede construir su propio mito.

–Yo creo que hay dos Einsteins –dijo el general Lagaña–, del mismo modo que hay varios Picassos. Un primer Einstein que produce los famosos trabajos de 1905, y que inmediatamente se dedica a la Teoría de la Relatividad General, que produce en 1915. Es un personaje juvenil, mujeriego, dudoso. Y hay un Einstein posterior –siguió el general–, el que no sigue la física de su tiempo (cuando Szilard y Teller fueron a pedirle que firmar la carta famosa, tuvieron que explicarle en qué estaban) y que se dedica a la Teoría del campo unificado, que ahora llamaríamos Teoría del Todo, sin éxito, y que saca la lengua en las fotos.

–Es que Einstein cumple con el principio relativista: no es el mismo para todos los observadores –dijo Ruth– su conducta, su nacionalidad, y los juicios que se puedan hacer son relativos, pero él es absoluto. –¡Y sólo tenía 26 años! –suspiró Jezabel–. El otro día le dije a un clientito de 24: te quedan dos años para hacer algo que valga la pena.

–No es que me haya molestado –dijo el general Lagaña–, pero ahora debo irme, porque tengo una batalla a las nueve y media y no querría llegar tarde.

El general se fue, y al salir pisó inadvertidamente el micrófono, por lo cual Radar se perdió el resto de la fiesta.

Nota madre

Subnotas

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  • En el prostíbulo de Mme. Bachelard
    › Por Leonardo Moledo

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