En Godard (Seix Barral España, 2005), quizá la primera biografía más o menos sistemática consagrada al autor de Sin aliento, el inglés Colin MacCabe dedica un largo capítulo al papel clave que Anne-Marie Miéville desempeña desde hace treinta años en la vida personal, la obra y la fertilidad artística de Godard. Lo que sigue es un anticipo exclusivo de ese capítulo.
El 1º de diciembre de 1973, Anne-Marie Miéville se convirtió en la representante legal de una empresa llamada Sonimage. El nombre era nuevo, pero la compañía, previamente llamada Anouchka, existía desde noviembre de 1963. Su principal actividad había sido la producción de las películas de Godard, y a partir de 1964 su nombre aparece con frecuencia en los créditos de las películas. Aunque Anouchka produjo cintas de otros directores, en particular los de Bitsch y de Eustachhe, su función principal era asegurarse un mayor beneficio en los éxitos comerciales de los propios filmes de Godard.
En su primera fase de actividad estuvo administrada por Philippe Dussart, quien se ocupó de las finanzas de casi todas las películas de Godard. En este punto la empresa funcionaba como un apéndice de todas las actividades de Godard. En junio de 1968, fecha de la ruptura definitiva de Godard con el cine comercial, Dussart fue sustituido por Anne Wiazemsky [segunda esposa de Godard]. Pero en el período que media entre 1968 y 1973, Anouchka Films (aunque coproductora de Lotte in Italia y de Tout va bien) no desempeñó la función de productora principal de las películas de Godard. Ese papel recayó en Claude Nedjar y en Jean-Pierre Rassam. El cambio de nombre de la empresa y la sustitución de Wiazemsky por Miéville en diciembre de 1973, mostró una nueva decisión de controlar todos los aspectos de la producción. Es la señal más manifiesta del comienzo de la relación más duradera y productiva de Godard.
Anne-Marie Miéville nació el 31 de noviembre de 1945 en Lausana, y cuando asumió el control de Sonimage vivía en París, en el Nº 76 del Boulevard Saint-Michel. En una entrevista que acompañaba la gira norteamericana de sus películas en 2002/2003, se refiere a sus orígenes familiares como “petit-bourgeois”, y describe un hogar en el que los sentimientos no se expresaban con facilidad. La música era la gran excepción a esta norma general, y desempeñó un papel extremadamente importante en la formación de Miéville. Cuando dejó Lausana y se trasladó a París, convertida ya en una joven, incluso disfrutó de una breve carrera como cantante. Godard la conoció en 1970, cuando ella se había convertido en fotógrafa y tenía una hija pequeña. Su estrecha relación se intensificó tras el accidente, cuando, según Goris y otros, se sintió solo y abandonado. Miéville fue un apoyo constante. Fue la encargada de la foto fija de Tout va bien, y al término de la película, si no antes, su deseo de trabajar juntos se habría transformado en decisión.
La asociación ha sido notable tanto por su duración como por su productividad. No ha excluido colaboraciones estrechas con otros (Romain Goupil en Sauve qui peut, por ejemplo, o Peter Sellers en King Lear), ni otras relaciones románticas (la más notable con Myriem Roussel [actriz protagónica de Yo te saludo María]), pero durante más de treinta años el más solitario de los hombres ha formado una unión basada en la más íntima de las alianzas. En las primeras etapas de esta biografía, Miéville me dijo que Godard le había escrito todos los días desde que se conocieron. Especular acerca de su relación sin esta correspondencia sería fútil, pero lo que puedo afirmar con seguridad es que mi propio y breve contacto con ellos dos, así como todo cuanto he aprendido escribiendo este libro, confirma que esta relación ha sido absolutamente capital en la existencia de Godard en los últimos treinta años.
En una de las interminables discusiones sobre cine y cultura cuando trabajaban juntos, Godard le dijo a Gorin que siempre se había considerado un ensayista y que la figura con la que más identificado se sentía, la persona a la que más deseaba emular, era Montaigne. Michel de Montaigne es una de las grandes figuras del Renacimiento europeo, un hombre que se aparta de su mundo coetáneo de conflictos religiosos para producir una nueva forma literaria, el ensayo, en el que los temas generales –la amistad, el Nuevo Mundo, la intolerancia– se tratan desde una perspectiva personal. En la famosa introducción de Montaigne a los ensayos, dice: “Yo mismo soy el tema de mi libro”, y su decisión de someterlo todo a la prueba de su propia experiencia personal, de insistir en que todo debate puede plantearlo en el terreno de su propio ser, deja claro por qué Godard se siente tan próximo a él. “Mostrar y mostrarme a mí mismo mostrando”, una de las formulaciones más sucintas de Godard de su estética fundamental, casi podría ser de Montaigne.
Hay, sin embargo, una gran diferencia. Para llevar adelante su proyecto intelectual, Montaigne construyó en el centro de su castillo una gran biblioteca, un refugio físico del mundo, un lugar adonde pudiera retirarse a pensar, un lugar que él llamó su “trastienda”, su cuarto de atrás. Pero esta trastienda era explícitamente masculina. Se trataba de un sitio del que su esposa y su hija estaban excluidas: “Ni femme ni fille”. A lo largo de los últimos veinticinco años, Godard se ha construido su propia arrière boutique en el pueblecito suizo de Rolle, pero la ha construido con una mujer, y es impensable sin ella. Miéville lo rescató del callejón sin salida político y estético en que se encontraba a comienzos de los ‘70. El uso estratégico de su empresa y su inversión en equipo propio fueron esenciales en aquel rescate. En 1987, Godard invitó a Don Boyd, el productor, a un almuerzo en Rolle para celebrar el final del rodaje de su colaboración en la película Aria, de varios autores. En esa ocasión le dijo a Boyd que él era el único realizador cinematográfico del mundo que podía rodar cualquier día del año, y reconoció que esta increíble libertad creativa se la debía a Miéville.
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