› Por Rodrigo Fresán
De acuerdo, el Nobel de este año ya se lo llevó Harold Pinter; pero el Nobel de este año –y del anterior y, de haber justicia, del próximo– tenía y tiene y tendrá que ser de Philip Roth.
Los motivos son sencillos: se trata –sin lugar a dudas– del mejor escritor norteamericano de prestigio en activo (partamos de la base de que todo parece indicar que James Ellroy y Bob Dylan jamás serán agraciados por semejante galardón) y, además, protagonista de un remonte otoñal como pocas veces se ha visto en la historia de la literatura. Remitirse a las pruebas y a los títulos: El teatro de Sabbath (1995), Pastoral americana (1997), Me casé con un comunista (1998), La mancha humana (2000) y El animal moribundo (2001). ¿Quién da más?
Y con La conjura contra América, Roth va todavía más lejos y plantea una novela política para tiempos políticos encuadrada en uno de los géneros más bastardos por el solo placer de enaltecerlo. Como El hombre en el castillo de Philip K. Dick o Fatherland de Robert Harris –por citar dos de los ejemplos más nobles y admirables del asunto–, Roth se apunta al juego de la historia alternativa. Y así, sorpresivamente, propone una de sus novelas protagonizadas por su otro yo (esas que define como “The Roth Books” y que hasta la fecha son Los hechos, Engaño, Patrimonio, Operación Shylock) para reescribir su infancia y, de paso, la historia de todo un país.
La conjura contra América reinventa los días y las noches que van de 1940 a 1942 en unos Estados Unidos donde el aviador antisemita Charles Lindberg vuela y se eleva hasta derrotar a Franklin Roosevelt en las elecciones de 1940, alcanza la presidencia y firma un pacto de no agresión y respeto con Adolf Hitler. Lo que ocurre, claro, es que los judíos comienzan a ser perseguidos en la inequívocamente rothiana Newark y el Sueño Americano deriva en Pesadilla para la familia Roth y en obra maestra –otra– para los lectores de este escritor que cada vez arriesga más y triunfa mejor con una novela donde lo judío es el tema de un escritor que superando las barreras de etnias y religiones y que en más de una ocasión se definió como “estadounidense a secas; no escribo en idish o en hebreo. Escribo en inglés y pienso en inglés; por lo tanto soy un escritor estadounidense”.
Pensado para una Norteamérica –como escribió hace poco en The New York Times– “gobernada por un hombre, George W. Bush, cuyo padre en comparación era un George Washington y del que, se sabe, es incapaz de administrar una ferretería y mucho menos la potencia más poderosa del mundo”, La conjura contra América –que sobre el final da una última pirueta para que todo vuelva a estar más o menos donde estaba históricamente, aunque lo íntimo haya sido alterado para siempre– “no es una distopía sino una ucronía” en la que el periodista chismógrafo Walter Winchell acaba siendo el héroe y la trama –que alterna entre lo doméstico y lo trascendente, entre lo público y lo secreto– se presenta como, acaso, la novela de Roth más “fácil” de ser leída con el vértigo con que se consumen ciertos best-sellers. Y, sin embargo, otra vez, otra obra maestra de quien, cuando se lo piden, explica: “Soy un escritor. ¿Qué otra cosa quiere que sea? ¿Hay otra cosa?”.
Parte de esta nota fue publicada en Radar cuando la novela acababa de ser publicada en Estados Unidos.(Versión para móviles / versión de escritorio)
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