20 años no es nada
La vuelta de Tony Visconti, el hombre detrás de Bowie.
Con Heathen, David Bowie vuelve a demostrar que por algo es uno de los inventores del negocio, así como uno de sus creadores más atrevidos e inquietos, algo así como el Miles Davis de la música pop. Y, sin dudas, gran parte del mérito de esto se lo debe a su viejo compinche, Tony Visconti, nuevamente reclutado por la Bowie Corp luego de más de 20 años. Su última colaboración (dejando de lado algunos coqueteos para algunas reediciones en los últimos años) había sido Scary Monsters en 1980, álbum que no figura como parte de la mítica trilogía realizada junto a Brian Eno (Low, Heroes, de 1977 y Lodger de 1979) por la sencilla razón de que las trilogías comprenden 3 discos y no 4.
Es curioso cómo se suele olvidar el crédito de Visconti, personaje fundamental en la creación de los soundtracks más gloriosos y recordados de Bowie: sus discos de la década del setenta. Exceptuando Hunky Dory (1971), Visconti participó, a veces como productor, otras como arreglador y otras como instrumentista, a darles forma a discos que hoy en día son considerados como los más influyentes de la historia del pop. En su primera colaboración –The Man who Sold the World, 1971–, Visconti demostró que, si había fracasado como songwriter, estaba dispuesto a aprovechar su talento y su energía para hacer que sus artistas elegidos brillaran en el firmamento musical. Poco antes de juntarse con David Bowie para darle forma a Heathen, Visconti, chateando con algunos fans ansiosos por entender la relación entre él y Bowie, confesaba que sólo producía a “gente interesante”: “Yo hago posible que conviertan sus sueños más salvajes en una grabación. Y no es fácil”. Entre los privilegiados, el ejemplo más actual es el de Bowie, pero el más importante es, sin lugar a dudas, Marc Bolan, el Pequeño Gran Héroe del Glam-Rock, legendario compositor, rocker, modelo y poeta que inspiró en gran medida la creación más recordada de Bowie: Ziggy Stardust. Desde The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spider from Mars (1972), Visconti supo acompañar los sueños y las vigilias de Bowie, conformando una pareja de diseñadores musicales por la que todos, directa o indirectamente, terminan influenciados e inspirados. Dice Tony Visconti: “Nunca sé a qué país vamos a ir, con que músicos vamos a tocar, qué música vamos a hacer o qué exóticos conceptos van a marcar cada proyecto. Sólo sé que cada trabajo está pensado como si fuera el último”.
Como copiloto de las metamorfosis del Zelig del rock, Visconti les permitió en su momento a los Spiders from Mars convertirse en una versión más ambiciosa de T. Rex y llevar a la juventud inglesa a un estado de delirio colectivo. Con sus bajos gordos y sensuales, sus grooves infecciosos, sus orquestaciones cinematográficas y espaciales, Bowie pudo desplegar a su estrella de plástico y contar su historia. Si para David Bowie cada disco es un soundtrack, y cada proyecto siempre fue planteado como una superproducción, un collage de ideas que siempre tiene sus personajes, sus referencias estéticas, su vestuario (siendo inglés, el teatro ha sido siempre un aspecto clave en cada una de sus creaciones), Tony Visconti ha sido en esos trabajos su colaborador más estrecho: el mérito es, entonces, compartido. Otro productor hubiera quedado en el camino al primer cambio de género musical: luego del glam-rock llegarían los coqueteos cada vez más intensos con el soul y la música americana, un apasionado revival del R & B y el beat inglés de los sesenta, la fascinación por Kraftwerk en la época de la trilogía (Visconti comenta que, cuando Bowie lo llamó, le propuso “perder un mes de su vida” trabajando con los experimentos que estaban haciendo junto a Brian Eno), las colaboraciones-tributos con otros de sus maestros como Lou Reed e Iggy Pop, y muchas más aventuras de las que sólo ellos conocen el secreto. La despedida triunfal entre Bowie y Visconti, luego del elegante y melancólico Scary Monsters, no pudo ser más oportuna. Visconti fue reemplazado por Nile Rodgers, el productor más top y chic de los ochenta.Hoy, el mismo Bowie aprovecha cualquier oportunidad para criticar ese período, en el que su sonido se mimetiza con el mainstream (el multimillonario Let’s Dance (1983), Tonight (1984), con covers de Iggy Pop y Brian Wilson, y Never let me Down (1987) marcan probablemente el punto más bajo de su carrera). Él les echa la culpa a la industria, a su afición por la pintura y a la cocaína. Vaya uno a saber. Lo que sí podemos afirmar es que, si bien sus últimos tres discos son valiosos y lo muestran más inspirado y centrado, hay algo en Heathen muy sutil que hace que el disco sea sumamente disfrutable: el disco fluye, autocomplaciente, reflexivo, clásico y moderno. Para Tony Visconti, lo más importante en una producción musical es la melodía (entre sus créditos figuran los arreglos de Band on the Run de Wings, la banda de Paul McCartney, un melodista consumado si los hay). Y el disco es así: casi una hora girando mágica y misteriosamente a través de los múltiples universos creados por Bowie y Visconti. A esta altura no tiene demasiado sentido esperar transformaciones espectaculares. Quien quiera escuchar novedades deberá buscar por otra parte, en la producción de nuevas generaciones, evitando a todos los pseudoclones de Bowie (para clones de Bowie están los de Bowie). Al igual que Leonard Cohen, Bob Dylan y Neil Young (por nombrar a algunos), David Bowie es un clásico. El hombre que vendió el mundo tiene la cortesía de mantener la generosidad de siempre. El glamour se ha convertido en sabiduría. Los David Bowie que envejecieron mal han sido eliminados. Y lo que queda de David Bowie envejece con elegancia.
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