Quiénes son los autores detrás de esta nueva ola en Hollywood
› Por Mariana Enriquez
No es posible hablar de un desgaste de los superhéroes en Hollywood. De hecho, Batman inicia fue un éxito, le va muy bien a la saga de El hombre araña, y se vienen Superman y X-Men 3. Pero, en el afán de seguir explotando la cantera de adaptar comics a la pantalla grande, las producciones eligen cada vez más esos otros comics para adultos, que suelen llamarse novelas gráficas, o incluso recurren al comic underground.
Lo que sucedió en el mundo del comic es mucho menos un fenómeno que un pasaje, o una convivencia. La renovación fue sutil, alternativa. Como hito, se puede citar la aparición pionera de Maus, de Art Spiegelman: no fue exactamente popular, pero le demostró a la industria editorial norteamericana que la historieta no era sólo para chicos. Porque en los años ’40 y ’50, bajo la censura, los comics de superhéroes se convirtieron en entretenimiento liviano, exclusivo para público infantil o juvenil. Y quedaron atrapados en ese limbo. Pero algo pasó en los años ’80. Por un lado, había que renovar a los superhéroes (esos que Marvel había psicologizado un poco, es cierto, al ritmo de los contestatarios ’60), y por otro, apostar a un filón de lectores adultos que seguramente estaba allí.
Una explicación sería la aparición de lo que luego se llamó la Ola Británica: DC Comics abrió el sello Vértigo, y allí tanteó con autores que se ocupaban de revitalizar a los avejentados superhéroes agregando oscuridad a las tramas y algo más de psicología –sin sacarlos del todo de la banalidad, no obstante– mientras, en paralelo, probaban con sus propias obras. Lo curioso es que no sólo introducían tramas complejas, sino política, sexo, ocultismo; británicos en su mayoría, comenzaron a escribir durante el thatcherismo, y su principal obsesión fue crear personajes con vidas al margen y moral propia, como contraposición al totalitarismo. El ejemplo más evidente es, por supuesto, V for Vendetta del autor central de esta camada, Alan Moore. Es imposible entender a Moore sin mencionar que sus influencias son el Joseph Conrad de El agente secreto, los visionarios británicos como William Blake y Arthur Machen y, entre sus contemporáneos, autores del género fantástico que piensan en un futuro próximo que se retroalimenta de los mitos de una Inglaterra oculta, como Iain Sinclair, Michael Moorcok o M. John Harrison. Ese Londres construido sobre ruinas celtas, la Inglaterra de Arturo, Stonehenge, Aleister Crowley, Golden Dawn, Jack el Destripador, el Hombre Elefante; Moore, como Sinclair, equipara la época victoriana con el thatcherismo, considerando ambos momentos históricos de darwinismo o higiene social. Expulsado del colegio a los 17 años por vender LSD, Moore se movió en el mundo del comic británico –allí publicó, de hecho, Vendetta–; su trabajo llamó la atención de DC en EE.UU., que lo contrató para revitalizar La cosa del pantano, uno de los títulos menos vendidos del sello. Moore no sólo lo hizo, sino que inventó un personaje menor llamado John Constantine: un ocultista rockero, mago, perdedor y galán, con algo de detective y algo de demonio, que años después tuvo su propio comic, y otro éxito de DC: Hellblazer. Moore no se encargó de su personaje, pero tuvo la oportunidad de elegir quién iba a escribirlo, y se lo legó a Jamie Delano, otro inglés menos reconocido que Moore, pero muy talentoso, y tan excéntrico como su amigo (hoy en día, Moore es mago; Delano vive en un barco). Los otros hitos de Moore son From Hell (Desde el infierno), una apoteósica novela gráfica sobre los crímenes de Jack el Destripador guiada por la hipótesis del complot de la corona, y Watchmen, en el que imaginaba un mundo donde los superhéroes existían de verdad: amenazados por la guerra nuclear, los héroes o trabajan para el gobierno o están en la clandestinidad. No lineal, con varios puntos de vista y neurosis varias de los personajes, se lo consideró la gran revitalización del medio.Un camino parecido al de Alan Moore es el de Grant Morrison. Escocés, ocultista, practicante de la Magia del Caos, empezó su trabajo en EE.UU. revitalizando Animal Man y luego Doon Patrol, donde se atrevió no sólo a deconstruir el superhéroe, sino a citar el dadaísmo. Poco después, en 1989, escribió Arkham Asylum: A Serious House on Serious Earth con ilustraciones del prestigioso Dave McKean, una novela gráfica de Batman, que usaba un simbolismo desconocido para el comic hasta el momento. Su hito, de todos modos, es Los Invisibles, un trabajo en tres volúmenes que, según Morrison, le fue dictado por “una experiencia sobrenatural en Katmandú”; combina política, referencias pop y de subculturas, tensión de fin de milenio más influencias de Timothy Leary y la Magia del Caos.
La gran estrella británica, sin embargo, es Neil Gaiman, el autor de Sandman, que sigue siendo el mayor éxito de Vertigo, en todo sentido. Sandman merece nota propia; pero puede decirse que, en los años ’90, quizá no haya existido un trabajo que tan claramente creara una nueva mitología, apelando a Borges, Chesterton, Lewis Carroll, Shakespeare y Gene Wolfe, por citar algunos, con una prosa bellísima y la mirada puesta sobre las sub-culturas urbanas, en ese juego de pasado-presente que tan bien ejecutan los autores de comic ingleses.
En otro sentido, es notable el trabajo del irlandés Garth Ennis, que después de un impresionante paso como guionista de Hellblazer lanzó Preacher, violento comic sobre un predicador fuera de la ley, hombre de Dios pistolero, que apuntaba directo al fanatismo religioso del Medioeste y su –hoy evidente– peligrosidad.
Los norteamericanos que trabajan para los grandes sellos están un paso más atrás de esta renovación. Frank Miller, la gran estrella y autor de Sin City (en su propio sello indie) y Elektra –fue quien revitalizó al superhéroe Daredevil– es además dibujante, y su contribución es sobre todo visual: sus comics usan la estética del film-noir; pero las tramas son mucho más convencionales, plagadas de duros y mujeres voluptuosas. Pero entre los que trabajan en el underground hay autores inclasificables como Daniel Clowes (Ghost World, llevada al cine por Terry Zwiggoff, el director de Crumb) y Peter Bagge (Hate), ambos del sello de Seattle Fantagraphics. El primero usa tramas vagamente surrealistas; Bagge, en cambio, hace en Hate una especie de diario, porque se trata de una serie autobiográfica. Probablemente, ellos jamás esperarían que sus extraños trabajos llegaran al cine. Pero la crisis de guión actual los busca. Los resultados pueden ser logrados o bochornosos. Pero éste es su momento.
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