Dom 11.02.2007
radar

El oído y la furia

› Por Boris Muñoz

Conocer a Kapuscinski producía un gran impacto. No sólo por el tamaño de su figura como periodista, puesto que era uno de los más importantes del siglo, sino por la manera en que se desenvolvía y entendía el oficio como una síntesis de su persona. Asumía el periodismo como un apostolado en función de los otros. Eso no está desprendido de su bagaje personal de haber padecido el imperialismo soviético y la Segunda Guerra Mundial, junto a todos sus viajes en los que experimentaba con la otredad.

El taller de la FNPI en México, en el que también participaron Gabriel García Márquez y Carlos Monsiváis, era el reencuentro de Kapuscinski con América latina luego de casi 20 años y todos teníamos muchas expectativas. Esperábamos que nos entregara algo así como unas reglas escritas en mármol sobre el periodismo. En su lugar, nos encontramos con alguien a quien lo que más le importaba era escuchar la visión que teníamos sobre el hecho periodístico y cómo se acercaba cada uno a la realidad. El solía decir que había que escuchar a la gente, que gran parte de los conflictos se basan en los malentendidos. Muchas veces las personas andaban tras lo mismo pero no podían entenderse. Entonces, el periodismo debía tratar el asunto y traducirlo para ambas partes.

Pasamos varios días escuchándonos a nosotros mismos, sin que él abriera prácticamente la boca. De no haber sido por una emboscada que le tendimos, no hubiéramos entrado a su taller de escritor. Fue en ese momento cuando nos reveló la gran angustia que precedió la escritura de su libro seminal, El Emperador, y que, según su confesión –no es un vocablo exagerado–- casi lo llevó al suicidio. Por eso, me pareció que de los cinco sentidos del periodista, el oído era el que más servía para entrar en el mundo de las personas sobre las que escribimos.

García Márquez contó que cuando agarraba un libro de Kapuscinski lo daba vuelta como un guante para ver dónde estaba la magia. Afirmó que era el escritor que más lo había marcado luego de William Faulkner, lo que demuestra la fascinación que un maestro le profesaba a otro maestro.

* Periodista e investigador.

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