› Por Elisabeth Badinter
Hoy las mujeres occidentales están de luto. No sólo las millones de lectoras de El segundo sexo sino todas las otras que se han beneficiado sin saberlo de sus análisis revolucionarios y su encarnado combate por la igualdad de sexos.
Teníamos 15 o 16 cuando algunas chicas jóvenes, muy formales y de nuestra clase nos hicieron descubrir El segundo sexo. Yo no creo que exista ningún otro libro que hayamos comentado y admirado tanto como ése. Contando la historia de la opresión de las mujeres, y haciendo estallar en pedazos el concepto de naturaleza femenina, Simone de Beauvoir nos ha liberado de una picota milenaria. Yo me acuerdo de que leyéndola sentía efectivamente que tenía alas. El mensaje tan claro y tan justo ha sido entendido por toda mi generación. Hagan como yo, decía ella, no tengan miedo. Salgan a conquistar el mundo: es de ustedes.
Esa lección se nos aparece como una evidencia de la que jamás podremos ya volver. De un golpe de varita mágica, Simone de Beauvoir ponía fin al dogma milenario de la sacrosanta división sexual del trabajo y, por eso mismo, a uno de los fundamentos del patriarcado. Los conservadores más obedientes podían sublevarse en lo sucesivo, pero ya nunca podrían convencernos de que el hogar era nuestro reino, las tareas domésticas y la maternidad nuestro obligado destino. Con sus escritos y sus actos, Simone de Beauvoir daba prueba de lo contrario.
Con toda naturalidad se convirtió en un modelo para sus lectoras. Soñábamos con tener su audacia, su coraje y su libertad. Militantes o no, nos hicimos feministas para denunciar públicamente o en la intimidad las múltiples opresiones de las cuales ella nos había vuelto conscientes. Eso hacía que no fuéramos sólo sus portavoces: nosotras nos sentíamos también sus hijas espirituales. Si Pierre Mendès France y Sartre encarnaron el ideal de justicia –notablemente por su combate contra el colonialismo–, Simone de Beauvoir está sentada en el trono junto a ellos, en nuestro panteón, por su lucha contra el sexismo. A nuestros ojos, ella encarna la hermosa idea de justicia, porque nos ha abierto los caminos de la libertad.
¡Qué paradoja, pero qué victoria también, que esta mujer que nunca quiso tener hijos se haya vuelto efectivamente la madre espiritual de millones de hijas en el mundo! Por eso mismo, si alguna de esas hijas ha tomado una distancia, saben bien que De Beauvoir es una parte esencial de ellas que llevan consigo. La tierra fértil que nos ha permitido ser lo que somos.
Algunos no dejarán de subrayar que los obsequios de Simone de Beauvoir son también los del feminismo. Pero, si así fuera, no es un motivo para la tristeza. Eso significa, simplemente, que ha llevado a su término todas las luchas ideológicas y que, a fin de cuentas, ha vuelto posible todas las victorias.
Querida conquistadora de tierras desconocidas, y todavía no totalmente conquistadas: descanse en paz. Sus hijas no la olvidaremos.
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