Dom 17.08.2008
radar

A la cabeza

› Por Mariano Kairuz

Rojo y blanco y negro, como en la imagen del taco aguja letal de Tacones lejanos, o el nene sobre esa especie de sol naciente de La mala educación. Una silueta recortada, quizá todavía más hipnótica que la que flota frente a la máquina de escribir en el afiche de La flor de mi secreto, y un enjambre de rulos para perderse dentro como era posible perderse en el corazón de rosas de aquel mismo melodrama almodovariano con Marisa Paredes. La cabeza del afiche de La mujer sin cabeza está directamente emparentada con los increíbles diseños de Juan Gatti para tantas películas de Almodóvar, pero además tiene un magnetismo raro e indefinible, como de ciencia ficción –o de estado mental; de algo que pasa dentro y alrededor de esa cabeza que, nos dice el título, está y no está–; parecido a lo que pasa en las películas de su directora Lucrecia Martel. Es el afiche que resulta imposible dejar de ver entre todos los avisos de próximos estrenos que saturan los halls y las carteleras de los complejos de cines (es la cabeza de los complejos), incluso entre los que son más grandes o tridimensionales o evidentemente millonarios. Gatti (Buenos Aires, 1950) fue a principios de los ’70 el gran tapista del rock nacional (con discos de Spinetta, Pappo, Charly, Billy Bond, Javier Martínez), pero a principios de los ’80 se fue a Madrid, donde se sumergió en la “movida” que de este lado del mundo conocemos antes que nada a través de las películas de Almodóvar, y allá logró a lo largo de dos décadas una fórmula química perfecta justamente con el cineasta manchego, de la que salieron todos esos posters inolvidables –entre infinidad de trabajos para las revistas Vogue española e italiana, la Vanity Fair norteamericana, otras tapas de otros discos, del primer Miguel Bosé a la reciente Las Nancys Rubias, y clientes como Christian Dior, Loewe y Chloé–. Siempre creando algo propio a partir no del plato retro del día, sino volviendo a las mismas referencias que lo obsesionaron toda su vida: las viejas y estilizadas revistas de gráfica, la moda de los ’40, ’50, ’60, el mismo melodrama cinematográfico desbordante del que se nutrió Almodóvar.

De cómo Gatti terminó haciendo el arte de La mujer sin cabeza (que Almodóvar coproduce a través de El Deseo), cuenta Lucrecia Martel: “Justo Juan estaba acá en Argentina y nos juntamos y charlamos sobre la película. Le mostré un primer corte y hablamos sobre cosas que a él le habían llamado la atención de mis películas, sobre la insistencia en ciertos encuadres, y en este caso, sobre el pelo, sobre comentarios que se hacen sobre el pelo de la protagonista, sobre si se lo tiñe. Que fue algo que le hizo gracia y le pareció importante, y por lo que en torno a eso me mandó como 17 sugerencias, una mejor que la otra, todas geniales. Finalmente, buscando cuál podía ser más llamativo, elegimos una que por suerte también era la que más le gustaba a él. Esa es básicamente la manera de trabajar con alguien talentoso y ocurrente como Gatti: es cosa nada más de mostrarle la película y que él proponga”.

Los rulos en blanco y negro sobre rojo furioso hipnotizan además porque se recortan solos en el apagado universo del afiche del cine argentino. “Es la primera vez que hacemos esta búsqueda en la etapa del afiche”, dice Martel: “Antes era más simple, por ahí era buscar una foto y nada más. Pero creo que es algo que está pasando y que tiene que ver con la madurez poquito a poco de la industria; la confianza en la promoción de la película, en desapegarse de ideas tradicionales como que la imagen de los actores es lo único que vende. Hay muchos chicos –está el afiche de la nueva de Albertina Carri, la de Burman, o el de La mujer rota, de Faena– que están dándole una vuelta nueva”.

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