> POR QUé UN DíA ES UN DISCO úNICO
› Por Diego Fischerman
La música pop, e incluso sus subdivisiones alrededor de la electrónica, se parece a un hormiguero. Cada individuo está ultraespecializado. Su público –a veces una pequeña colonia marginal al Gran Hormiguero– lo clasifica con alguna de las infinitas palabras que designan algún estilo –o miniestilo, o microscópico matiz– en la manera de mezclar los bajos o en el papel asignado al bombo de la batería. Y entonces, cuando aparece alguien que no se ajusta exactamente a ninguna de las categorías existentes, que une a sus antenas de himenóptero pop características insospechadas –un cierto escepticismo en las letras, una sucesión de acordes que escapa a la costumbre, un trabajo tímbrico que mezcla lo que otros no mezclan y desune lo que la mayoría empasta–. entonces el hormiguero se sacude. Algunos saludan alborozados el nuevo bicho. Y otros, tal vez por temor, quizá por simple incapacidad para mirar de otra manera, agitan sus pequeñas patitas y dicen: “Esta no es una hormiga”.
Sería más fácil si Un día, el último disco de Juana Molina, fuera como el anterior. O, mejor, como Rara. Y, también, si no se les pareciera en nada. Pero las cosas no son tan sencillas y, mucho menos, para quien no se resigna a cortar la hojita siempre de la misma manera y llevarla invariablemente en la misma fila y por el mismo camino. Si hay una palabra capaz de explicar, por lo menos en parte, lo que hace Juana Molina –o lo que suena cuando ella lo hace– es superposición. Ella estructura sus piezas por capas. Y algunas de esa capas son reconocibles, es decir se parecen a las casillas corrientes en el pop. Puede aparecer en la voz una melodía que otras voces cantarían; puede asomarse como pie rítmico una manera de acentuar que otros utilizarían. Pero esas capas, puestas unas sobre otras y, sobre ellas, otras más, ya no se parecen a nada. Suele reclamarse, en los artistas, el riesgo estético. Es posible que ése sea el único reclamo que Juana Molina se aviene a satisfacer. Ella desorienta, rara vez entrega exactamente eso que se espera o se esperaba de ella. Si en un disco logra un cierto sonido, una estética, en el siguiente abandonará ese camino, aunque sea en parte, para volver a sentirse incómoda, al filo de sus posibilidades, sin certezas. Un día es un disco de canciones, siempre y cuando se acepte que una canción no necesariamente es una melodía con acompañamiento. Como las canciones de Schubert y las de Fauré, aunque por otros medios, claro, las canciones de Juana Molina no tienen partes prescindibles o intercambiables. Sin las nubes en las que esas melodías se entretejen, todo sonaría absolutamente diferente. No se trata de una tímbrica que podría perderse en una versión en vivo sin que se alterara la esencia de la canción. Esa esencia, en el caso de Juana Molina, es precisamente la coexistencia de partes musicales que, por separado, querrían decir cosas totalmente diferentes. Con una presentación exquisita y un muy buen trabajo de producción en el estudio, Un día es, sencillamente, un disco imaginado afuera del hormiguero.
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