Domingo, 11 de enero de 2009 | Hoy
Por Jaime Roos
“Mírenlo volar por el sendero / Bien vestido y bien de nuevo / Salúdenlo”
“Nombre de bienes”, Eduardo Mateo
Mateo se le arrima a la mujer del paraguas y le pregunta “no le tenés miedo a las palmeras” mientras Hugo Fattoruso, desde la otra punta de la cámara de eco, al ser interrogado sobre Jobim, responde “las pirámides”.
Mateo me contó que el Hugo antes de Los Shakers dijo que se venían unos ritmos modernos y cuadrados, “cuadrados como los ojos de Bette Davis”, agregó Mateo, “que cuando los miro me hacen cosquillas”. Y en pleno tomate con orégano, un lugar de Malvín, largó Cuerpo y alma en el casetero defectuoso de rigor. A duras penas recordé una definición del Rey de la Síntesis (entre otras cosas), Hugo Fattoruso, que al ser reporteado sobre Mateo hace dos años usó tres palabras: “cincuenta-años-adelante”.
Fueron ocho años de silencio discográfico. ¿Terminará su disco? Mucha gente en esa, porque, aunque parezca mentira, mucha gente sabe quién es Mateo. Más allá de los músicos y de los satélites del ambiente, mucha gente se da cuenta que los triunfos y derrotas de Mateo ante la vida ciudadana no son el tema que Mateo inspira. El hombre que le dijo a Carlos Píriz (mientras grababan el primigenio Mateo solo bien se lame en Bs. As.) “me voy a tomar un café” y se fue a Montevideo, concluyó en su ciudad natal Cuerpo y alma. El hombre que es considerado por los que no se animan a ser sus detractores como un “precursor” más (aburrido eso de precursor) se vengó no sé de quién con este disco. Para empezar destila amor, comprensión y piedad, ¡en esta época! Por si fuera poco su canto, sus ritmos, sus armonías y sus letras son “nuevos”. Y entonces, señor lector, ¿qué pasa? A usted, ¿qué le importa que esto sea “nuevo”? ¿Le gusta o no? ¿Es bueno o no? A mí me da vergüenza decir que esto es bueno. Es un problema típicamente oriental eso de la discreción. Pero aún así, visto y considerando que en cierta forma debo escribir algo, anoto que Mateo nos da trozos de belleza pura en sus canciones.
Le informo además desde mi individual punto de vista que: Mateo personifica sus cantos dependiendo de la intención de la canción, a diferencia de la enorme mayoría de la ingenua “canzonetta” latinoamericana (a ver si me entiende). Que es el único blanco que tocando el tambor no suena como tal ni como negro. ¿Quizás como árabe? Que sus letras, además de increíblemente poéticas, tienen el vuelo y la mística ausente en la mayoría de los textos uruguayos, cuyos aleteos no sobrepasan al ombú (como la perdiz, ¿vio?).
Y el vuelo y la mística son características notoriamente humanas. Continuando con el informe, dado su sonido netamente tercermundista, ideológicamente incuestionable (a pesar de que él nunca se dedicó a denunciar la situación del pueblo, ni de él mismo), es difícil de escuchar por el gran público, acostumbrado a un sonido más estándar y clishé. Mateo, además, no es lo que se dice un arreglador, no es ese su punto fuerte. Arma los temas para pocos instrumentos. Algún fanático como yo agregará: no precisa más.
Pero usted, señor lector, que no está –ni tiene por qué– en el tecnicismo de los músicos, me dirá: “Suena medio raro”. Yo lo único que puedo decirle es “por favor escuche dos o tres veces cada tema”, y después hablamos. Si no le gusta no le gustó. Cada loco con su tema. Hubo un tal Felisberto Hernández que no ganó ni siquiera los concursos del Banco de Seguros del Estado.
Vamos Mateo. Mucha gente en el planeta se emocionará con tus notas: herejes en Amsterdam, musicólogos en París, bailarines en Las Vegas, malvivientes en Madrid. Y aquí unos cuantos boquiabiertos.
John Lennon dijo una vez: “Antes de Elvis la Nada”. Y otro día agregó: “Se murió y se fue al Infierno”. De Mateo, salvando las distancias, con humildad y respeto, dejando aparte nuestro folklore urbano y campero, digo: “Antes de Mateo (1966), la Nada”. Y agrego que se está abriendo camino, velozmente, hacia el Paraíso de los músicos.
Escrito con motivo de la aparición de Cuerpo y alma. Publicada originalmente en la edición 18 del semanario Jaque (Montevideo) el 6 de abril de 1984.
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