A muchas de sus cartas, Amengual le agregó, después, unos cuentos cortos. Este es el que corresponde a la carta de El incendio.
-¿Toma un café? le dije en español.
El viejo asintió con la cabeza y sonrió. -A un colombiano como yo, eso no se le pregunta, me mantengo vivo a café, pero no se lo diga a mi médico.
En un castellano fluido pronunciado en alemán, el hombre agregó:
-Me dijo mi hijo que usted quiere saber qué pasó.
Yo asentí con la cabeza.
Comenzó a contar.
-SCADTA era la sigla de la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos, era la primera empresa germana establecida en Sud América y respondía a los planes expansivos del nazismo. Volábamos aviones Ford, unos trimotores norteamericanos de lata.
Hizo silencio mientras la camarera apoyaba las tacitas, luego agregó: -Mi jefe Hans
Thom, al comando de su avión bautizado Manizales, esperaba a un costado de la pista, cargado de pasajeros y combustible. Hans era muy bueno jugando al poker, seduciendo señoras y volando trimotores.
-Usted debe haber sido muy joven -interrumpí.
-Tenía apenas 15 años, mentí mi edad para ingresar como aprendíz de mecánico y allí
estaba en Medellín, era un chico deslumbrado por el trópico.
Tomó un sorbo de café y continuó: -El otro avión, el F-31, también un Ford, debía despegar primero. Su piloto y propietario, Ernesto Samper Mendoza, era un pionero de la aviación venezolana pero con poca experiencia en volar trimotores. Estos eran bastante grandes y poco potentes, una verdadera mierda. Lo demás usted lo sabe, está en el informe, la única diferencia es que yo lo ví. El F-31 empezó su carreteo, mientras tomaba velocidad se desvío a la izquierda; Samper lo enderezó, pero luego de un pequeño salto se fue bruscamente a la derecha, hacia donde aguardaba el Manizales. Con el ala ligeramente levantada por el giro iniciado para evitar el choque, lo impactó casi de frente. El ruido llegó después, primero vi la bola de fuego envuelta en humo negro, un incendio
feroz. Grité y corrí, pero el calor no me dejó acercar.
Quedó callado mirando la tacita vacía.
-Y allí murió Gardel, dije.
-Me parece recordar -agregó sin escucharme-, que entre las pocas cosas rescatadas había una partitura con los bordes ennegrecidos por el fuego, era de un tango: "Mala noche".
-¿"Mala noche", no lo conozco; no será
"Mi noche triste"? pregunté.
-¡Sí, ése!
Así me lo contó un muy anciano Konrad Stampa en Berlín, en el Café de los Italianos, bajo uno de los arcos que sostienen las vías de la S-Bahn, al lado de Savigny Platz, cerca de donde nace o termina la calle Kudam.
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