Dom 24.01.2010
radar

Navegar es preciso

› Por Martin Perez

Si de algo puede presumir la nueva escena de cantautores porteños es de una saludable promiscuidad. Todos tocan con todos. O casi. Una costumbre que, a comienzos de la década pasada, se inició con ese antecedente que supo ser el trío integrado por sobrevivientes de la escena alternativa rocker de los ‘90: Flopa, Manza y Minimal. Al descubrir un segundo acto en sus carreras acompañados apenas por una guitarra acústica, el grupo casi se podría decir que inventó una escena, una con actitud rocker pero repertorio ecléctico, abierto a toda clase de influencias. Simplificaron ante la necesidad, digamos. Y con ese movimiento abrieron la puerta para que una nueva generación de cantautores fuese ganando escenarios más despojados, y sin tantas culpas rockeras, entre los que, por ejemplo, se puede mencionar a Gabo Ferro y Lisandro Aristimuño, que lentamente fueron construyendo un fenómeno propio. Dentro de esa escena se puede incluir a los que integran Viajantes: Pablo Dacal, Manuel Onis, Juan Jacinto y Alfonso Barbieri. Tal vez este último sea el más nuevo en el ambiente, ya que –pese a ser porteño– en realidad su carrera musical se desarrolló en Córdoba, primero como parte de un fenómeno local y bien alternativo, proto-Mano Negra, llamado Los Rústicos del Viejo Sueño. Y luego con Los Cocineros, siempre tirando paredes con la vieja canción popular y el cuarteto. Onis, por su parte, responde al retrato de los recién mencionados como antecesores de la escena: fue rocker alternativo en los ’90 con El Hórreo, y se reinventó con la acústica y sus covers de Eduardo Mateo. Juan Jacinto, en cambio, es el benjamín del grupo. El Pedro Aznar de este Seru que quiere ser Viajantes. Baterista de Rosal, Jacinto venía llamando la atención dentro de la escena con unas canciones que colgó online, y recién a fin de año pasado llegó al disco propiamente dicho. Pero Dacal sería quien, de los cuatro, mejor encaja dentro del identikit de esta nueva escena de cantautores porteños. Otrora guitarrista rocker en la banda rosarina de Coki DeBernardis, Pablo devino en Músico de Salón con su compinche Manuloop y más tarde armó una Orquesta ídem, siempre intentando escapar de las sonoridades de su rock. Abrevando en el folklore y el tango, en la canción francesa y latinoamericana, sabiendo mirar el Río de la Plata como un todo (si el rock nacional más popular abrevó en la murga, los cantautores porteños descubrieron a El Príncipe y Fernando Cabrera), Dacal ya se había asociado en un colectivo de solistas junto a sus compañeros de generación Alvy Singer, Pablo Grinjot y Tomi Lebrero. Todos cruzándose libremente entre ellos con sus canciones y colaborando no sólo en los shows sino también en sus discos. Pero si el golpe de horno que termina de cocinar una escena es un cierto fervor popular, eso llegó para esta nueva generación con la aparición de Onda Vaga. Su fenómeno terminó de catalizar ese imaginario, en el que no sólo se cruzan los músicos sino que también lo hace el público. Ahí es cuando se puede hablar, con toda propiedad, de una escena. Y de esa escena es que se podría decir –como varios ya lo han hecho, no sin ironía– que Viajantes es un supergrupo. Ya que une a varios solistas, ninguno de ellos consagrado todavía como solista, detrás de un mismo objetivo. Aún virtual, porque sólo hay disco: no han debutado en vivo. Y no han cruzado sus repertorios, sino que el disco es algo nuevo, un atrevimiento que se celebra. Por un lado, tendiendo un puente desde el escenario colectivo de esta nueva escena hacia otras generaciones para esa fantástica versión de “La hora de los magos”, de escucha obligatoria y canonización inmediata. Y, por el otro, eligiendo, después de tanta búsqueda y exploración hacia fuera del rock, dar un paso hacia el adentro. Porque Viajantes confesamente honra aquel momento en que el llamado rock nacional, a fines de los ‘70 y comienzos de los ‘80, se atrevió a hablar en un lenguaje propio, el del mejor Nebbia, Spinetta y Charly. Una época sobre la que ha pregonado largamente Fito Páez, que no por casualidad ha celebrado la aparición de Onda Vaga y cantado en los discos de Dacal, antes de sumarse al coro de la canción de De La Vega. Pero lo mejor de esta exploración de Viajantes es que incomoda. Los saca de su lugar. Porque si algo venía evadiendo esta última generación de cantautores, es el conflicto. No parece haber drama en sus canciones, sino más bien un refugio, evasión, artificio. Mientras que no hay nada seguro en el disco de Viajantes. Sí, todo de golpe es perfecto, como cantan en “La hora de los magos”. Pero no es casualidad que la primera frase del disco sea: “No me digas no sé, decíselo a ellos”. El que avisa no es traidor, y ellos –aun cuando sus intenciones, por momentos, sean más contundentes que los logros– claro que avisan: “Son los niños asesinos, despacio vienen llegando”. Como supo cantar García, esto no es un juego, loco. Estamos atrapados. Y los Viajantes parecen saber que de todo laberinto se sale por arriba. En vez de correr a una salida que no existe, doblan la apuesta. Bienvenidos sean.

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