RICARDO DARíN: 25 AñOS DE POLICIALES
› Por Mariano Kairuz
El tema es recurrente, las pruebas están a la vista una vez más: la carrera de Ricardo Darín está inexorablemente cruzada por el policial. De El desquite, de Desanzo, más de 25 años atrás, a El secreto de sus ojos, pasando por Perdido por perdido, de Alberto Lecchi, sus dos colaboraciones con Fabián Bielinsky y su debut en la dirección con La señal, que heredó de Eduardo Mignogna. Hay algo en Darín, una capacidad para generar una incómoda ambigüedad moral –entre la hijaputez y la seducción, o la seducción a pesar de la hijaputez–, que lo vuelve perfecto para el género. El cretino que no puede dejar de seducir a su público. “Sí, es una cagada”, dice Darín. “No sé si eso no hablará de cierta incapacidad mía como actor. Yo creo que acá se produce un fenómeno que no creo que pase en el exterior –salvo ahora, un poco, en España–, en países donde el tipito Ricardo Darín no sea conocido, donde no se conoce nada de su intimidad, su forma de ser. Si acá es cierto que un tipo como mi personaje en Nueve reinas, que en un momento entrega a su hermana para ver si cobra una guita y baja unos conceptos que son deleznables, puede generar de todos modos cierta empatía en el público, no creo que cause el mismo efecto con el público de afuera. Tal vez acá haya una intoxicación de familiaridad con la persona detrás del personaje: hace tanto que laburo, desde tan chico, que, sobre todo entre la gente grande –no tanto los chicos, que no me conocen o me conocen de ahora–, muchos pueden estar intoxicados de mi persona. A veces pienso en tomarme y proponerles un descanso de mí. Creo que la gente valora en mí –y que por esto estoy sobreestimado como actor– que con variaciones mínimas puedo componer distintos personajes, porque en el fondo saben que el que está detrás siempre es el mismo. El tipo al que conocen y que saben cómo piensan, qué opina, cómo se mueve.”
A la vez, como señala Trapero en estas páginas, esta ambivalencia que es característica en Darín puede ser crucial para una película como la que estrenan este jueves. “Con Carancho todavía no tomé la distancia suficiente, pero creo que mi personaje tiene una bipolarización que permite creer que tal vez no está tan mal, o que al menos no es fácilmente juzgable”, especula Darín. “A pesar de tener repartida su moral entre lo que pretende para su vida y lo que de hecho está haciendo de ella. Tal vez Sosa genere cierta empatía con el público en el momento en el que tiene una reacción que aun el más hijo de puta de la Tierra podría tener, que es cuando le tocan a la mina. Pero finalmente sí es cierto eso de que la doble moral, o la moral desdibujada, o bipolar, es útil para el policial. Si uno lo primero que hace con su personaje es juzgarlo, se queda sólo con una parte y minimiza su enfoque. Me gusta más el proceso contrario: tratar de buscar adentro mío cuáles son los posibles puntos en común con el personaje aunque sea un tipo completamente diferente. De esta manera me asocio un poco con esta bipolaridad. Si no, corrés el riesgo de la sobreactuación, del trazo grueso, que a veces sí es funcional al policial, pero no sirve cuando la historia tiene connotaciones con la realidad, como en Carancho, con personajes que nos cruzamos a diario, que normalmente no vienen con un cartel de hijo de puta en la frente.”
A Bielinsky no le gustaba la idea de que el protagonista de El aura fuera visto como un buen tipo amparado en que, en última instancia, robar un banco no está tan mal. Decía que verlo así era una postura “muy argentina”.
–Esa fantasía de El aura forma parte de nuestras propias deformaciones culturales, en función de cómo nos vamos reconociendo a nosotros mismos a través de la historia y vamos modificando parámetros: llegamos a creer que un tipo es un bueno si nos caga poco. Yo escuchaba de pibe aquello de que “roban pero hacen” de boca de gente instruida, profesionales con títulos, y es increíble. Vamos modificando nuestros ángulos de enfoque, en función de este movimiento oscilatorio que permanentemente tenemos para analizarnos a nosotros mismos, y a lo mejor en el cine yo soy un resultado de la falta de definición argentina. La otra vez leí que un tipo decía que yo era como el ejemplo del ciudadano argentino que podía moverse un poco para acá, un poco para allá, y no terminaba de ser ninguna cosa. En el momento lo sentí como una ofensa, pero es probable que esté identificado con esa indefinición nacional.
¿Discutís los aspectos ideológicos y morales de tus personajes con los directores?
–Sí, mucho. Con Juan José Campanella tuvimos una larga discusión sobre aspectos del final de El secreto de sus ojos. Yo sostenía que el personaje de Pablo Rago, en lugar de decir: “Usted dijo cadena perpetua”, debía decir “La ley dice cadena perpetua”. Discutimos esa frase mucho tiempo. Yo le decía a Juan que la diferencia era muy grande, y él me respondía que para el personaje de Rago, mi personaje era la representación de la ley. Yo insistí en que no: que no podía serlo, porque ya había sido la representación de la ley años antes, y se dio cuenta de que había fracasado; o sea que hoy ya no podía representar a la ley. Pero es una película que dio lugar a muchas discusiones. Creo que una de las habilidades de la historia es la de producirte incomodidades permanentes para provocarte una gran incomodidad final que es no saber si estás a favor o en contra de lo que el tipo decide hacer. Juan esgrimió una defensa muy hábil del final: el personaje de Rago no encarceló al tipo, sino que él mismo se encarceló con el tipo. Uno le produjo al otro el daño que le produjo, y el otro decide inmolar su vida junto con el asesino y se encierra en una vida de tortura para siempre. Ahí hay todo un campo de discusión ética.
(A propósito de El secreto de sus ojos, mejor no hablar del Oscar. Darín dice que como el tema surge inevitablemente en cualquier conversación al menos una vez al día, ya se encuentra cambiando de opinión al respecto todo el tiempo, “porque me aburrí de mí mismo”.)
¿Alguna vez rechazaste un personaje por discrepancias morales?
–Sí. Me da un poco de pudor decirlo porque parece que me estuviera haciendo el fantástico, pero hace unos años me llamaron para hacer una película de Tony Scott con Denzel Washington y Christopher Walken, dos tipos que me cago encima de lo que los admiro. Y dije que no porque querían que hiciera un narco mexicano. Ese concepto americano de que los narcos son todos hispanoparlantes me hincha las pelotas. Pero volvieron a ofrecérmelo con una insistencia pertinaz, no aceptaban un no como respuesta, que cómo podía decir que no sin leer el libro, y que si era un problema de dinero. Al final mi personaje (la película es Hombre en llamas) lo hizo Giancarlo Giannini, un tipo al que tengo en el olimpo, a pesar de haber hecho esa película. Y ahora acabo de leer un libro que voy a rechazar también por una cuestión ética.
Carancho le dio a Darín la posibilidad de volver a explorar los dobleces del antihéroe policial. “Los momentos en que a Sosa lo vemos más seductor caen dentro de la órbita de lo personal, de lo íntimo. Lo que da por tierra con el preconcepto de que los hijos de puta son hijos de puta todo el tiempo. Porque a los hijos de puta no los vemos venir, si no sería una gloria. Pero los peores son siempre los más seductores. A la vez, buscamos que Sosa no hiciera un alarde de energía personal, sino mostrarlo más bien cascoteado y cansado de esos ejercicios de prestidigitación que hacen los tipos como él. No investigué caranchos reales para componerlo, ése fue un trabajo que hicieron Pablo y los guionistas, pero ya conocía a estos tipos, dando vueltas por ahí, y no necesitaba más información; porque siempre hice foco sobre un aspecto del personaje, en el punto de encuentro con el personaje de Luján. Hay actores que deciden construir sus personajes de afuera hacia adentro y éste era un caso propicio: si yo a este personaje te lo hago un poquito rengo decís “qué hijo de puta mirá la construcción que hizo”. Pero evité el estereotipo porque lo que me parece es que estos señores están instalados en la sociedad y se mueven con facilidad porque están absolutamente enmascarados, normalizados. Esto les permite asumir su rol cuando lo necesitan y desprenderse de él cuando les resulta incómodo. Ni siquiera deben tener un honesto y profundo juicio sobre sí mismos: no me los imagino a la mañana afeitándose y pensando: “Estoy afeitando a un terrible hijo de puta”. Creo que hay un lugar en el que creen que lo que hacen es necesario. En un momento de la película, Pico, el personaje del ambulanciero que hace con Luján todas las guardias, esboza una especie de justificación de por qué existen esos tipos. Si vos te comés una piña a las cuatro de la mañana, quedás tirado en medio de la ruta y no hay nadie, aparece uno de estos tipos y te salva la vida. De eso se agarran para justificarse a sí mismos. Por eso cuando se afeitan a la mañana no rompen el espejo de un mazazo. Y la afeitada es bien prolija, limpia. Pensar cómo este tipo no se da cuenta de que es un hijo de puta, sería limitar nuestras herramientas de trabajo”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux