La vida está en otra parte
Cómo funciona el zoológico invisible
Por D. L.
“Los jardines zoológicos son, por definición, parques públicos en los que se exhiben animales cautivos, principalmente para recreación y educación. El cautiverio de animales salvajes data de la antigüedad. Hace 3000 años, el emperador chino Wen Wang hizo construir un gran Parque de la Sabiduría, donde exhibía rinocerontes, tigres, ciervos, antílopes, aves y serpientes”, cuentan Juan J. Morrone y Adrián Fortino de la Universidad Nacional de La Plata. En todos los lugares del mundo, tan pronto como abandonaron la vida nómada, los pueblos organizaron alguna forma de jardín zoológico. En la América prehispánica, Moctezuma Xocoyotzin, hijo de Azcayatl y nieto de Moctezuma Ichuicamina, en la Gran Tenochtitlán, mandó construir el primer zoológico de América y uno de los primeros del mundo. Esa Casa de las Fieras, para solaz del emperador y su corte, contaba con una gran cantidad de especies silvestres, organizadas en cuatro departamentos: cuadrúpedos feroces de Anahuac (lobos, coyotes, jaguares), aves de rapiña, serpientes y otros reptiles, y anfibios. Había además estanques para aves acuáticas y recintos para ciervos y antílopes y una espléndida colección de pájaros de América Central (quetzales, cardenales, chachalacas, codornices). En 1519, los españoles descubren el gran Palacio de Moctezuma, que arrasarán sin piedad poco después.
El oro de los tigres
Creados en principio como monumentos que celebran la victoria humana sobre la Naturaleza, los jardines zoológicos se han transformado en los últimos treinta años en instituciones educativas donde la gente aprende rudimentos de corrección política: lo que hoy sabemos es que la victoria sobre la Naturaleza se traduce en la inminente aniquilación de la diversidad de lo viviente, y esa victoria pírrica es el signo de los zoológicos contemporáneos, cuya mayor preocupación es precisamente garantizar la reproducción de las especies (y formar grupos reproductivos antes que completar la colección).
Si antes podía pensarse que los zoológicos eran un símbolo del poder del hombre sobre las bestias, o de las metrópolis sobre sus colonias (y abominar, por lo tanto, de ellos), hoy funcionan primordialmente como centros de conservación de fauna en peligro de extinción. Y salvo el caso de los animales que funcionan como materia prima, herramientas o mascotas (o los que se convierten en plagas), en peligro de extinción está toda la fauna silvestre del planeta. Como gustan de recordarnos los biólogos: “Cada tres minutos una especie silvestre desaparece del planeta y seis hectáreas de selva tropical se desmontan para uso humano”.
El cóndor pasa
Llevado lo viviente a un umbral de transformación sin precedentes, los zoológicos son la única herramienta que las culturas modernas tienen a su alcance para preservar algo del desastre que la misma modernidad ha desencadenado. “La importancia de un zoológico se mide hoy no tanto por la cantidad de especies y ejemplares que albergue sino por la cantidad de proyectos de conservación que desarrolle”, señala Adrián Sestelo, biólogo del zoológico palermitano.
El Zoo de Buenos Aires, el Zoológico de La Plata y la Fundación Temaikén, por ejemplo, coordinan sus esfuerzos en el Proyecto Cóndor Andino, uno de cuyos objetivos es asistir a la reproducción y conservación del cóndor en Sudamérica. Vanesa Astore es una de las biólogas que trabajan en el Zoo de Buenos Aires y, además, una conservacionista fanática (fundadora de la Fundación BioAndina Argentina). “Sí –confiesa cuando se le pide que repita algún dato–, a veces la gente me pregunta en una fiesta qué hago y yo no puedo parar de hablar.” Lo que ella hace junto con su equipo es asistir a la reproducción de cóndores, criarlos en cautiverio (con diversos dispositivos que involucran el uso de títeres, para que ese carroñero de los Andes no se acostumbre a ver personas) y luego reinsertarlos en su hábitat natural. El procedimiento parece tan sencillo como criar gallinas, pero no lo es. En gran parte de Sudamérica el cóndor se ha extinguido por completo, de modo que además de conseguir material genético e inducir patrones de comportamiento, los biólogos deben realizar un seguimiento del vuelo de cada cóndor liberado para asegurarse de su supervivencia. Y como los cóndores tienen la peculiaridad de volar a alturas de jet, lo que les permite atravesar la cordillera, no hay transmisor de radio que permita seguirlos. Por eso, la NASA participa del Proyecto Cóndor Andino, suministrando las lecturas satelitales de los dispositivos que las aves llevan de aquí para allá. La información se vuelca en mapas, lo que informa no sólo dónde está el cóndor sino también qué está haciendo. Liberado en su hábitat natural, la fiera alada depende, sin embargo, de la tecnología de punta para su supervivencia. Entre los muchos méritos del Proyecto Cóndor Andino se cuentan la liberación de ejemplares en Catamarca, en Chile (pero el animalito cruzó la cordillera y volvió a suelo argentino) y en Venezuela, donde no quedaba un solo ejemplar. Con el tiempo, se entusiasman los biólogos, podrá restituirse el cóndor incluso en el litoral patagónico, de donde se extinguió hace tiempo.
En las condoreras argentinas (cuya localización precisa los biólogos guardan como un secreto de alta seguridad biológica, y tienen razón) hay más animales que en el resto de Sudamérica y de ahí el papel rector que los zoológicos locales tienen en la preservación de la especie y el reconocimiento internacional que ha recibido el proyecto.
Pero es sólo una, y las que están amenazadas son tantas que Vanesa Astore se desespera. A ella le gustaría poder trabajar también en la conservación del oso de anteojos (parecido a un mapache, se lo puede ver en Temaikén) o el aguará guazú (como un perro, pero con las patas demasiado largas, que tiene recinto propio en el Zoo de Buenos Aires), especies ambas prácticamente condenadas a la desaparición. Cuando cae el sol, cuenta Vanesa, ella juega con el aguará en su jaula (la noche y los días de lluvia son los que el seudo perro, originario de los pantanos de la Mesopotamia, más disfruta).
Cita con Rama
¿Y qué animales de los que ahora carecen querrían tener los biólogos que trabajan en el Zoo? Porque, por ejemplo, oso anteojudo en Buenos Aires no hay. “Sí que hay –salta Luis Jácome, director general del proyecto ARCA (Asistencia a la Reproducción y Conservación Animal)–, está en los termos.” Además del zoológico visible hay otro invisible, donde descansa el material genético de las especies en peligro de extinción. “A lo mejor dentro de ciento cincuenta años se puede hacer algo para recuperarlos”, dice Jácome.
Suena a conspiración científica, suena a “Colotordoc”, pero lo cierto es que los biólogos del mundo, conscientes de que el diluvio ya fue y está siendo (no bajo la forma de la lluvia sin fin, sino de la tala indiscriminada, la desertificación, las modificaciones climáticas y las matanzas), se dedican a recolectar material genético de aquí y de allí (los zoológicos trabajan en redes, responden a pautas globales, realizan diagnósticos y acciones en conjunto) y a enfriarlo con nitrógeno líquido a la espera de... ¿de qué? “A la espera de que cuando pase el `diluvio’ que hemos desatado, exista alguna forma de devolver las especies a la naturaleza”, dicen los científicos con total seriedad y confianza que tal vez muchos no compartan.
Para Jácome, “la extinción de especies animales y vegetales es uno de los síntomas más preocupantes del deterioro ambiental en el mundo, ya que constituye un proceso irreversible que nos priva para siempre de un material genético único e irreemplazable y pone en riesgo la supervivencia misma de la especie humana. Frente a este nuevo diluvio universal, el hombre debe ensayar soluciones y provocar cambios culturales que permitan asegurar la continuidad de la vida en la Tierra. En la actualidad los esfuerzos de conservación de vida silvestre se llevan a cabo, principalmente, a través de dos estrategias básicas: la conservación in situ y la conservación ex situ. La primera involucra todas las acciones desarrolladas en ambientes naturales, basada principalmente en la creación y manejo de áreas protegidas, como son los parques y reservas naturales. En tanto que la conservación ex situ involucra todas las acciones que se pueden desarrollar para apoyar la supervivencia de las especies silvestres, fuera de su lugar de origen, principalmente a través de Zoológicos y criaderos”.
La Estrategia Mundial de la Conservación en Zoológicos, iniciativa de la Unión Internacional de Directores de Parques (Iudzg), la Organización Mundial de Zoológicos y el Grupo de Especialistas de Cría en Cautiverio (CBSG) de la Unión Mundial de la Conservación (IUCN), que son los organismos líderes de los que los zoológicos del mundo participan (La Plata, Buenos Aires y Temaikén siguen puntualmente sus recomendaciones) reconocen que el uso de las técnicas para la reproducción artificial puede mejorar el manejo ex situ de las poblaciones silvestres y puede ayudar a la retención de la máxima variabilidad genética.
En ese contexto, el Zoo de Buenos Aires creó en 1996 el Proyecto Arca, cuyo más espectacular desarrollo es el frozen zoo que guarda las especies a 195,8 grados centígrados bajo cero en estado de animación suspendida.
Miro a Vanesa Astore como si fuera un personaje de Jurassic Park y se lo digo. “Para nada”, contesta, y agrega: “El conservacionismo está en contra de la clonación y la manipulación genética, dado que a los fines del Proyecto ARCA lo que interesa conservar es la diversidad genética original de las especies silvestres”.
De modo que en algún lugar del Zoo de Buenos Aires y de otros zoológicos del mundo (también por razones de seguridad los emplazamientos son secretos y la información que coleccionan se duplica), los biólogos han comenzado a guardar en termos con nitrógeno líquido un Banco de Recursos Genéticos, tal como sucedía en la fantasía futurista de Arthur Clarke, Cita con Rama (una nave-arca alienígena que atravesaba el espacio repleta de material genético en animación suspendida).
Jácome continúa explicando: “Las ventajas del Banco son evidentes, en él es posible almacenar un alto número de células reproductivas y somáticas, de variadas especies silvestres, que resultan significativas para asegurar la variabilidad genética de las mismas. Además, cada ejemplar, genéticamente único e irrepetible, puede sobrevivir en el tiempo en formaindefinida, aumentando la cantidad de descendencia que él mismo puede dar, aún después de muerto. Así mismo el Banco maximiza el uso del espacio, que siempre resulta ser una limitante importante en las acciones de conservación ex situ, dando cabida a un gran número de especies e individuos. Y por último, resulta más práctico y seguro transportar el material reproductivo en termos de nitrógeno, que a los ejemplares silvestres a través de grandes distancias para realizar intercambios genéticos”.
Ya no hablamos de especies vivientes, hablamos de material genético, y es de su supervivencia de lo que se ocupan los zoológicos actuales. “Además –agrega Vanesa Astore–, en el caso de muchas especies el material genético está tan deteriorado que no vale la pena continuar con esfuerzos de reproducción. Es el caso del guepardo. La endogamia (todos los animales en cautiverio son más o menos parientes) impide obtener material genético usable. Cuando examinamos los espermatozoides tienen tres cabezas o no tienen cola...”
Más que de conservación, hoy conviene hablar de crioconservación (laboratorio a cargo de Adrián Sestelo), y es por eso que el Zoo de Buenos Aires puede jactarse de tener en su colección hasta ejemplares de animales que no pueden mirarse: el venado de las pampas, el oso de anteojos, el yaguareté, el ciervo del Padre David (extinto en China, de donde es oriundo), el pudú, el mono araña negro, el mono carayá, el mono caí, el tigre, el chimpancé, la cabra africana, el ciervo dama (en sus variedades albino, melánico y pintado), la llama, la corzuela parda, el ciervo colorado, el ciervo japonés, el aruí, el muflón, el lince, el mono patas, el aguará guazú, tucanes, iguanas, hienas.
Ya no hay vida silvestre y dentro de poco (por la resistencia o la incapacidad de las especies animales para reproducirse en cautiverio) tampoco quedará más vida en los zoológicos que la que guardan los tubos de ensayo. Una vida latente, en suspenso, hipotética. Marx decía que el capitalismo destruye la fuerza de trabajo. Hoy sabemos que es mucho más siniestro porque destruye (porque ha destruido) las condiciones de posibilidad de lo viviente. Es probable que nuestra cultura no consiga sobrevivir como tal sin el enigma de la diferencia y la diversidad, dramáticamente encarnada en el espejo vacío que son los animales para nosotros. En el ara sacrificial del progreso hemos perdido la Naturaleza, los mitos y toda posibilidad no utilitaria de relacionarnos con los animales. La transformación actual de las Casas de Fieras en Laboratorios de Alta Tecnología Biológica instala en otro nivel lo que ya había señalado John Berger: los animales siguen sin devolvernos la mirada, pero ahora ya ni siquiera podemos verlos.
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