Una retrospectiva de Iván Zulueta, perfecta para acercarse al director detrás del mito, con su primer largo, cortometrajes, apariciones televisivas y, por supuesto, el clásico de culto Arrebato.
En varias de las imágenes más recientes que llegaron a conocerse de él, antes de su muerte en diciembre del año pasado, Iván Zulueta se parecía un poco –ayudado voluntariamente por el gesto– al abominable Doctor Phibes de Vincent Price. Lo cual le calza perfecto a este vampiro del cine que se fue de este mundo sin la oportunidad de concretar ninguno de los muchos proyectos que abrigó por años, durante las tres décadas posteriores al estreno, fracaso de público y transfiguración en film de culto archi-maldito de Arrebato (1979). La mayoría de los interesados en su historia ya sabrán que Zulueta formó parte de la movida madrileña de principios de los ’80 con, entre otros, Pedro Almodóvar (para quien diseñó varios afiches); así como de su adicción a la heroína y de cómo sus años de tratamiento con metadona le impidieron despegar y reinventarse en alguno de sus ídolos: en un personaje capaz de filmar una película como alguna de sus favoritas del momento (según las pocas entrevistas que dio), que podía ser Psicosis, El ángel exterminador o sencillamente alguna de las fascinantes secuencias de créditos diseñadas por Saúl Bass. Es decir, artefactos tan hipnóticos como el que él mismo construyó en Arrebato. Y unos cuantos habrán podido ver ya esta película protagonizada por unos muy jóvenes Eusebio Poncela y Cecilia Roth, en su ya lejana proyección en el Bafici, o en alguna copia rippeada en Internet o importada en dvd, por lo que el mayor aporte de la retrospectiva que se le dedica este año sea acaso otro: la posibilidad de ver todo lo otro que sí llegó a hacer el autor del film español maldito por excelencia. Esos cortos (títulos como Kinkong, Frank Stein, Mi ego está en babia, A malgam A, El mensaje es facial, Leo es pardo; de principios de los ’60 a principios de los ’90); un compilado de sus participaciones en el programa televisivo Ultimo grito (en 1968, descripto como un intento por ofrecer “una aproximación a la cultura joven” española de su época), y su primer largometraje, una parodia del festival Eurovisión, cercana en forma a las películas de Richard Lester, que se llamó Un, dos, tres, al escondite inglés. Es decir, un conjunto de bizarradas poco vistas, perfectas para acercarse al director detrás del mito, al verdadero artista que existió más allá de su film más citado, al que pudo ser si no hubiera quedado condenado por ese honor tantas veces fatal que es convertirse en objeto de culto.
Más información en www.mardelplatafilmfest.com
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