Domingo, 2 de septiembre de 2012 | Hoy
Por Lucius Shepard
Me crucé una vez con Neil Armstrong a fines de los ’70. Mi cuñado y yo dirigíamos una empresa de remeras y teníamos un par de modelos que colocábamos en las tiendas de los museos, en congresos de ciencia ficción y lugares así. Regresábamos de un viaje de ventas, manejando a través de Ohio, cuando vimos un cartel anunciando el Museo de Neil Armstrong en algún pueblo en medio de la nada. Por qué no, nos dijimos. Tal vez podamos encajarle algunas remeras, así que cuando llegamos al museo enseguida buscamos al curador, que también era el comprador de artículos para la tienda de regalos, y le presentamos nuestros productos. Teníamos un modelo de remera para chicos que imitaba un traje espacial y el tipo nos compró siete u ocho docenas, junto con otras que tenían mapas de la Luna y de Marte, la gran mancha roja de Júpiter y algunas más. No recuerdo cómo surgió el tema. Pero le pregunté al curador si Neil alguna vez se acercaba al museo, y el tipo respondió: “Por supuesto. Todo el tiempo. Creo que está acá en este momento”. Le pregunté si lo podíamos conocer y me comentó que Neil no era demasiado afecto a conocer gente y, además, probablemente estuviera durmiendo. “Le gusta dormir en el módulo lunar”, dijo. “Pasa mucho tiempo ahí dentro.”
“¿El módulo lunar?”, pregunté.
“Es una réplica”, dijo el curador. “Está en el Cuarto Lunar, en el primer piso.”
“Pueden subir si quieren. Tal vez lo vean.”
Subimos al primer piso. Había un sendero que recorría el edificio, una especie de puente, después un agujero que nos separaba del Cuarto Lunar, que era básicamente un exhibidor de un módulo en tamaño real, apoyado sobre un material que simulaba el aspecto de roca volcánica, y en la distancia algunas paredes estaban pintadas con cráteres, montañas lunares y un cielo oscuro con estrellas. Probablemente lucía bastante real con las luces apagadas, pero estaban encendidas y todo era claramente falso.
Nos quedamos unos cinco minutos por ahí, hasta que abandonamos la idea de ver a Neil.
Bajamos, completamos todo el papeleo y nos tomamos un café con el curador. Dije que me sonaba un poco raro, Neil Armstrong durmiendo en el módulo lunar. El curador dijo que tal vez lo era, pero que él no había pensado mucho en eso.
Antes de irnos volvimos al Cuarto Lunar para tratar de ver a Neil... y lo vimos. Estaba parado en la escalera que conducía a la entrada del módulo. Un tipo con el pelo bien corto fue todo lo que alcancé a ver. Lo saludamos desde lejos y después de uno o dos segundos nos respondió el saludo. Me pareció que estuvo a punto de abandonar el módulo, pero después de saludar subió la escalera y cerró la escotilla detrás suyo.
Eso fue todo. No es lo que se puede llamar un encuentro. Solía pensar en escribir una historia con eso, pero nunca se me ocurrió nada. Sin embargo, me gustaba pensar en Armstrong durmiendo en el módulo, y en la clase de sueños que podría haber tenido ahí. Me hacía verlo como un poco más real que todo eso de “un gran paso para la humanidad”, que alguien escribió para él. Y hace que su muerte sea menos dolorosa imaginarlo acurrucado en ese pequeño espacio, en camino a un lugar donde nunca nadie había estado.
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