Dom 20.01.2013
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> TARANTINO CON TUCO: LOS SPAGHETTI FAVORITOS DEL DIRECTOR DE DJANGO SIN CADENAS

Bastardos con gloria

› Por Quentin Tarantino

Después de Bastardos sin gloria pasé un tiempo escribiendo sobre el tipo de western que hacía Sergio Corbucci para un libro de escritos críticos sobre cine. Llegó un punto en el que pensé: la verdad es que no sé si Corbucci pensaba en todas estas cosas que estoy escribiendo sobre sus películas, pero yo las estoy pensando, así que puedo ponerlas en una mía. Creo que estoy trabajando en un terreno casi virgen: lo más cercano que existe a Django sin cadenas son esas películas sobre el indio renegado que ya aguantó demasiado y la emprende contra sus opresores. Particularmente en los años ’50, que fue cuando la gente empezó a lidiar con el conflicto entre indios y blancos en los westerns, una manera de empezar a desarrollar una conciencia social. No podían representar la situación de los negros en el cine de esa época, así que lo hicieron de facto con los indios.

Una de las grandes características de los films de Corbucci es que parece que está abordando el tema del fascismo: son los villanos los que dirigen la historia. Sus héroes no pueden ser llamados héroes. En un western de otro director, lo que para él son los héroes, serían los malos. A medida que pasó el tiempo, Corbucci fue restándole énfasis al rol del héroe. En una de sus películas, The Hellbenders, no hay nadie a quien alentar: hay tipos malos y víctimas y eso es todo. En El gran silencio –que tiene grandes secuencias en la nieve que inspiraron las de mi película– Klaus Kinski interpreta a un villano, un cazador de recompensas. No soy un gran fan de Kinski, pero está sorprendente en esta película. El héroe es Jean–Louis Trintignant, que hace de mudo. Al quitarle la voz al héroe, lo reduce a nada. La película tiene uno de los finales más nihilistas de la historia del género: Trintignant sale a enfrentar a los malos y es asesinado. Los malos ganan, matan a todos en el pueblo, se van cabalgando y así termina. Al día de hoy es estremecedor. El famosamente crudo Day of the Outlaw (La pandilla maldita, 1958) de André De Toth, parece un musical en comparación.

En Django (1966) Franco Nero entraba a un pueblo sin ley llevando una ametralladora en un ataúd, para vengar la muerte de su esposa. Los malos son una suerte de versión surrealista de los KKK: una organización secreta con capuchas rojas que matan mexicanos. Luego, en Navajo Joe (El navajo), otro Corbucci del ‘66, los despellejadores que matan a los indios por su cuero cabelludo son tan salvajes como la familia Manson. Esa es una de las más grandes películas de venganza de todos los tiempos: Burt Reynolds es el protagonista, un tornado de un solo hombre entregado a una matanza sin límites. Hasta La pandilla salvaje, fue la película más violenta que haya llevado un logo de un estudio de Hollywood.

Django inspiró tres decenas de falsas secuelas que llevaban su nombre en el título. Estoy orgulloso de haber hecho un aporte a esa lista.

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