En diciembre del año pasado, Stephen King hizo una rara aparición pública en la Universidad de Massachusetts Lowell. Habló con estudiantes y fans, respondió preguntas y leyó partes de su nueva novela. Aquí, algunos momentos de esa charla.
› Por Stephen King
Recuerdo la primera vez que vi a un escritor verdadero en vivo. Estaba en primer año en la universidad, en Maine, y Joseph Heller vino a hablar de Catch 22. Recuerdo estar pensando: “Estoy respirando el mismo aire que el tipo que inventó a Yossarian y Major-Major (personajes de Trampa 22). Yo estaba enamorado de la lectura. Estaba enamorado de mi novia, pero había ocasiones en las que si me hubieran dicho que podía quedarme con una cosa, o mis libros o mi novia, me hubiera sentado a pensarlo. Yo estaba estupefacto, y ahí estaba él, vistiendo este traje realmente bueno. También recuerdo que pensé que no parecía un escritor sino un tipo de Wall Street. Habló durante un rato y eventualmente me di cuenta de que es tan sólo un tipo, como cualquiera. Y así soy yo: soy sólo un tipo y estoy acá para contestar a sus preguntas y hablar de lo que quieran hablar.
En cuanto al proceso de escritura, quiero hablar de la novela que estoy escribiendo actualmente. Llevo unos tres cuartos y si tengo mucha suerte voy a terminarla para fin de año. Normalmente lo hago rápido, pero muchas veces no sé si un libro va a terminarse hasta que se termina, porque no hago un esquema del argumento de antemano, ni hago muchas anotaciones, supongo que porque estoy más viejo. Una vez hacía un trabajo con John Irving y me dijo una de las cosas más raras que escuché: que lo primero que hace cuando empieza a escribir un libro es escribir la última línea. Pensé: por Dios, eso es como comerse el glaseado y después la torta. El sabe todo lo que va a pasar. Yo no sé un carajo de lo que va a pasar, pero así es como funciona para mí: el año pasado, cuando conducía de regreso desde Florida a Maine, paré en un motel de Carolina del Sur. Nunca hay mucho que hacer en estos lugares, más que prender la tele, recostarse y ver las noticias locales. Y ahí estaba, viendo las noticias locales, cuando pasan la cobertura de un suceso del día. Esto fue un año y pico atrás, cuando la economía estaba realmente destrozada. McDonald’s anunció que abriría varios puestos de trabajo, y se presentaron mil personas a la solicitud. Entre toda esta gente había una mujer que el día anterior se había peleado con otra. Aquella otra mujer había encontrado en la cama con su marido a la mujer que ahora estaba en la fila para buscar trabajo, y decidió que iba a hacerle frente y de ser posible, arrancarle la cabeza. Cuando se enteró de que la amante de su marido iba a estar buscando trabajo, condujo su auto hasta ella, la encontró, se abrió paso entre la gente, la agarró y comenzó a sacudirla. La mujer consiguió huir, pero entonces la otra se volvió a subir al auto, y avanzó entre la gente, hasta que la alcanzó. Tras golpearla, se subió al auto y arrancó marcha atrás, nuevamente sobre la multitud. Fue un desastre, dos personas murieron. Y yo pensé: quiero escribir sobre esto. No sabía por qué. Sólo sabía que quería hacerlo.
A menudo me preguntan si llevo un anotador. Creo que un anotador es la mejor manera de que un escritor realice sus malas ideas. Mi idea sobre las buenas ideas es que una buena idea es la que permanece. La idea original para Under the Dome la tuve en 1973, cuando tenía veintipico y daba clases en un colegio secundario. Era un tema muy grande para mí, y yo era muy joven para el tema aún. Escribí unas 25 páginas y lo dejé de lado, pero el principio del libro sigue siendo parte de aquello que escribí. Lo reescribí de memoria, porque lo bueno se queda.
Mi método para empezar cualquier historia consiste en contármela a mí mismo por la noche, cuando me acuesto. Me lo cuento a mí mismo. Hay que darle tiempo, con tiempo, si tomaste un trozo de carbón se puede convertir en un diamante.
Muchas veces la gente viene a verme para ver si estoy realmente jodido de la cabeza. En muchas entrevistas me preguntan cómo fue mi infancia. Yo sé que lo que quieren saber es qué es lo que me traumatizó tanto que escribo esta cosa terrorífica. Pero no hay nada que yo recuerde. Aunque, por supuesto, si lo hubiera no se los contaría.
¿Cómo compararía su experiencia escribiendo novelas y escribiendo guiones?
–Antes no me tomaba muy en serio lo de los guiones. En una entrevista incluso dije que los guiones son un trabajo de idiotas; y créanme que he visto muchos guiones, escritos por idiotas, gente que no puede redactar una oración. Algunos ganan mucho dinero; la diferencia está en que todo en una película se encuentra en la superficie. Esto lo dice alguien que ama las películas. Creo que una razón por la que tantos de mis libros fueron llevados al cine es porque mi sentido creativo fue formado por una imaginería visual antes que por los libros. Hoy esto es así para todo el mundo, pero yo soy el primero de los escritores de mi generación que vio Bambi y muchas películas en televisión antes de empezar a leer. Aprendí primero ese medio visual, pero cuando me enamoré de los libros fue un amor total, y durante un tiempo pensé que las películas eran un medio menor. No es suficiente haber visto muchas películas en tu vida, hay que escribir un par de guiones para aprender. Cuando llevaba un año y medio escribiendo novelas a tiempo completo, conseguí un libro para aprender a escribir películas. El libro era una estupidez, pero al final incluía como ejemplo un guión de La dimensión desconocida, y eso no era una estupidez. Entonces tomé el libro de Bradbury Something Wicked this Way Comes y escribí una adaptación, lo hice sólo para mí, para aprender. Y luego escribí mi tercer libro, El resplandor; conseguí los derechos contractuales para escribir el primer boceto de guión para adaptarlo al cine y lo hice, escribí una primera versión. Pero luego me enteré de que Kubrick, que había conseguido los derechos a través de Warner Bros., había decidido que él y la escritora Diane Johnson se iban a hacer cargo del guión. Básicamente dijeron: “Esto no sirve”, e hicieron lo que querían hacer, lo cual no me enojó, porque antes de instalarse uno recibe cientos de rechazos y se acostumbra, es parte del juego. Uno aprende.
¿Cómo le hace sentir saber que asustó a tanta gente?
–Me encanta asustar a la gente. A veces me preguntan si me molesta que me llamen “escritor de terror”, y yo digo: llámenme como quieran mientras yo pueda seguir haciendo lo que hago y mantener a mi familia con ello. Lo que importa es escribir libros que puedan aguantar dos lecturas. Yo soy un escritor confrontativo, quiero crearte un impacto directo, entrar en tu zona de intimidad, ponerme a la distancia de un beso, un abrazo, un golpe. Quiero toda tu atención. El primer libro que me volvió loco fue El señor de las moscas, de William Golding. Lo leí a los 13 o 14 años y durante tres días se convirtió en la cosa más importante de mi vida, más allá de si ese chico Jack de la novela iba a sobrevivir o no en la isla. Hasta que lo terminé fue todo para mí. No importaban ni las comidas ni los juegos con amigos, tenía que saber qué iba a pasar: cuando uno lee de ese modo no está intelectualizándolo, no está analizando para una clase, ni nada por el estilo. Cada tanto me mandan una carta en la que alguien se queja de que en una escuela no permiten dar mis libros en clase, y yo digo: buenísimo; andá a leer mis libros por vos mismo, hacé tu propio análisis fuera de clase. Al final del libro, los chicos del coro han descendido al salvajismo, y persiguen al chico que no ha abrazado el programa, para matarlo ritualmente. Pero entonces aparece un submarino y los marineros de la armada británica salvan a los chicos a último momento. En el posfacio, Golding se pregunta: los marineros salvan a los chicos, ¿pero quién salvará a los marineros? Esto es lo que viene después de una guerra nuclear, así que hay otra novela entera, y una vez que Jack se salvó pude volver a leerla con mayor frialdad, con mi cerebro, y apreciarla en un nivel intelectual. Cualquier buen libro puede leerse dos veces: la primera vez quiero tu atención total, emocionado, no analizando ni pensando el lenguaje; no me veas a mí, no quiero ser parte de la experiencia. Pero si volvés a leerme, quiero creer que hay algo más que la montaña rusa emocional. A El resplandor le dediqué un año entero de mi vida, así que más vale que trate sobre algo.
¿Y qué le da miedo?
–Todo me da miedo, las arañas, las serpientes, la muerte, mi suegra.
¿Le parece que la cultura audiovisual está acabando con la lectura?
–Se sigue leyendo. La cuestión es qué es lo que se lee. La saga Crepúsculo es un éxito enorme, y esos malditos libros de 50 sombras de Grey... Leí el primer libro, me llevó como tres meses. Y lo gracioso es que las mejores partes son las escenas sexuales, creo que son muy buenas, pero Ana, como personaje, sólo tiene dos posiciones por defecto: cuando algo la complace, dice “Oh, my...”; y cuando algo es malo, dice “Oh, Dios...”, y eso ocurre una y otra y otra vez. Lo cierto es que estas cosas vendieron el 16 por ciento de los libros de tapa dura vendidos el año pasado, así que alguien está leyendo a estos cachorritos. Mucha gente lee los Harry Potter, muchos leen Los juegos del hambre, muchos leen a James Patterson, y muchos leen mis libros, aunque no digo que estén en ese nivel. Pero es cierto que esos libros no son necesariamente literatura: son cosas que están en el medio, donde uno puede ir para un lado o para otro. A veces pienso que la gente no se desafía a sí misma lo suficiente, como para leer cosas que tengan más textura, y a veces veo que la gente que siente que tiene que defender que los libros sean “literatura”, cree que hay que ignorar un libro si alcanza más de 750 lectores. Pero yo no tengo duda de que se va a seguir leyendo.
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