“Todo lo que cuento en este libro, sobre pasear a mi hijo en su carrito por las calles de Rangún, me volvió a suceder con mi hija en Jerusalén, pero decidí no volver a contarlo. Es verdad, es posible que no haya mayor antihéroe en la historia de la historieta que yo paseando a mi hijo en su carrito. A diferencia de Pyongyang, donde estuve sólo dos meses, en Birmania estuvimos un año, y eso lo cambia todo. Es lo que más me gusta de este libro, la posibilidad de contar cosas que sólo pueden suceder cuando uno pasa tanto tiempo en un mismo lugar, porque detesto ser un turista. Además, en Birmania estuve rodeado de gente que me explicaba todo lo que necesitaba saber del país cada vez que lo necesitaba, era algo fascinante. Aún sigo en contacto con gente que conocí ahí.”
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