Domingo, 22 de noviembre de 2015 | Hoy
SANTA FE › SE VENTILA EN JUICIO ORAL LA OPERACIóN MILITAR EN CALLE CASTELLI AL 4500, EN FEBRERO DE 1977.
Rosario/12 accedió a las fotos de época y las publica por primera vez para graficar cómo fue el ataque militar según el relato de ocho testigos que reconstruyeron un bombardeo por "error", el asesinato de los padres de Carolina y el ataque desalmado contra seis chicos. También el saqueo de las viviendas en Santa Fe.
Por Juan Carlos Tizziani
Desde Santa Fe.
Las fotos históricas -que se publican por primera vez en este diario- y el relato de ocho testigos revelaron esta semana ante el Tribunal Oral de Santa Fe cómo fue la operación militar en calle Castelli al 4500, el 11 de febrero de 1977. La reconstrucción judicial dejó a cielo abierto, después de 38 años, la saga de crímenes del Ejército. El bombardeo de dos casas en la misma vereda y a 80 metros de distancia, el saqueo y la rapiña en una de ellas, el secuestro y desaparición de dos cuadros políticos de Montoneros: Enrique Cortassa y Emilio Feresín (Pablo), el asesinato de otras dos militantes: Cristina Ziccardi (Leda) y Blanca Zapata (Cuca), quien agonizó doce días embarazada a término y un tiro de gracia en la frente; la muerte de la criatura por nacer y el ataque desalmado contra seis chicos que sobrevivieron: María Carolina Guallane que es Paula Cortassa y perdió su familia y su identidad al año y dos meses; los hermanos Ramón y Hernán Ziccardi (de cuatro y un año) y Gabriela Maciel, que tenía 15 y sus hermanos 10 y 7, cuando salieron vivos del bombardeo a su casa, que fue el primer blanco de las "fuerzas conjuntas".
Enrique Cortassa, su esposa Blanca Zapata y su hija Paula vivían en la casa de Castelli desde poco antes de la masacre. Los Maciel alquilaban otra casa sobre la misma vereda, a 80 metros hacia el oeste, más cerca de la avenida Blas Parera. La dirección de los Cortassa era Castelli 4531 y la de los Maciel, Castelli 4571. Eran construcciones modestas, pero los Cortassa tenía patio con salida a la callecita de atrás, el pasaje Boedo, donde -en frente- vivían Luis y Susana Villalba, testigos de la devastación de sus vecinos.
La masacre de calle Castelli se ventiló en el juicio por la megacausa al terrorismo de estado en las dos audiencias de esta semana. El jueves, arrancó con el testimonio de Carolina, que declaró tres horas. Siguieron, Silvia Galizzi, los Villalba y Gabriela Maciel. Y el viernes, cerraron Anatilde Bugna, el ex juez Julio César Rogiano y el abogado Jorge Daniel Pedraza.
Galizzi y Bugna explicaron cómo fue el traslado de Cristina Ziccardi y de sus hijos Ramón y Hernan a la casa de los Cortassa, unos días antes del 11 de febrero. Anatilde dijo que el responsable de esa mudanza era Emilio Feresín, que está desaparecido desde entonces.
Gabriela Maciel relató por primera vez ante un tribunal- el bombardeo que destruyó su casa. Un fuego a discreción con fusiles y artillería "durante 45 minutos". Y reconoció las huellas de los impactos, que se publican en esta edición.
Los Villalba recordaron el ataque a los Cortassa, donde vieron que a Enrique lo sacaron caminando, a Blanca en camilla, pero sin herida en la frente y a Paula, la tuvieron casi dos horas, la bañaron, la cambiaron y se la entregaron al Ejército. Al caer la tarde, fueron testigos del saqueo de la vivienda en un camión militar. "Se llevaron hasta el bombeador", dijo Luis que al pedir explicaciones le dijeron que era "para la ranchada". En la casa, cayó Cristina Ziccardi con un disparo en la cabeza y sobrevivieron sus hijos.
El ex juez Roggiano aportó un dato revelador: dijo que la casa de los Cortassa fue ocupada por parientes de la modista de la mujer del coronel Juan Orlando Rolón, que era el máximo mando del Ejército en Santa Fe y jefe del Area 212. "Rolón les dio las llaves", dijo. Y el abogado Pedraza ratificó que Cortassa era un cuadro político de Montoneros que estaba perseguido desde 1975. "Era blanco de la Inteligencia militar".
Persecución y torturas
El 19 de enero de 1977, en la masacre de Ituzaingó y Las Heras, cayeron los principales dirigentes de Montoneros en Santa Fe, entre ellos el jefe de la columna, Osvaldo Pascual Ziccardi ("Cholo"). Desde el asesinato de su esposo, Cristina buscó refugio con sus hijos, primero en el departamento de Ana María Cámara, luego en la casa de Silvia Galizzi y al final, en la de los Cortassa. Hasta allí, Bugna le llevó los chiquitos, se los entregó en la puerta, donde pudo ver "a una señora y a su beba". La mujer era Blanca y la niña, Paula. "Tratamos de ayudarla todo lo que pudimos", dijo Anatilde. Y reveló que Cristina tenía otra nena de 12 años, Nora, pero no sabe qué pasó con ella.
Anatilde dijo que el responsable del amparo a Cristina y a sus hijos era Feresin. "Cuando cayó la casa de Castelli nos dimos cuenta que Pablo había caído porque a esa casa sólo la conocíamos él y yo", recordó Bugna.
Feresín había sido secuestrado el 10 de febrero de 1977 y el día de la masacre de calle Castelli, 11 de febrero, cayó su compañera, María Eugenia Saint Girons, en una sala de partos del hospital San Roque de Paraná, donde la amenazaban con matar a su recién nacido. Saint Girons sufrió otros tormentos, cuando le hacían escuchar grabaciones en cautiverio de la voz debilitada de Feresín.
Un mes y medio después, el 23 de marzo de 1977, diez militantes de la Juventud Peronista fueron secuestradas por grupos de tareas. A Bugna la buscaron en su casa, pasó por la comisaría 4 y la torturaron en "La Casita", un centro clandestino de detención en la zona de Santo Tomé, que aún no fue localizado. Allí, Anatilde dijo que su esposo Juan José Perassolo y otro compañero, Daniel Gatti, reconocieron en la sala de tormentos a Feresin. "Escuchamos movimientos y voces que decían: "Se nos va, se nos muere". "De ese chupadero salimos todos, menos Pablo", dijo. Y reveló que uno de los imputados en el juicio, Juan Calixto Perizzotti, "sabe dónde queda 'La Casita' porque él me fue a buscar".
Bombardeo por error
El jueves, Gabriela Maciel relató por primera vez ante un tribunal el bombardeo de su casa, el 11 de febrero de 1977. Ella tenía 15 años, un hermano de 10 y otro de 7. Le cuesta nombrar el hecho, ponerlo en palabras. Lo señala como "lo que pasó en casa", sugiere que durante años "no fue tema de conversación" en la familia, pero acepta que el pasado es presente. "Para mi esto sucedió hace tres días".
Era viernes a la siesta, Gabriela y sus hermanos estaban solos. Su padre Mariano Maciel había ido a la Casa Gris y su mamá, a un velorio. Maciel era funcionario de carrera: director general de Movilidad de la Gobernación y responsable de la flota de vehículos oficiales.
Escucharon una explosión y vidrios rotos. Gabriela se asomó y vio que la puerta del frente había volado. Siguieron más disparos. Los tres se refugiaron en el dormitorio del fondo, debajo de un colchón para atenuar los estruendos. A los 20 minutos, cesó el fuego. Escucharon voces, pero no alcanzaron a comprender qué decían. Volvieron a disparar, "sentíamos que se caía el techo, que se rajaban las paredes", dijo Maciel. Después, uno de los jefes del operativo preguntó si había alguien en la casa. "Tiene que haber sido a los 45 minutos", recordó. Salieron entre los escombros, con las manos en la nuca y en schock. Le apuntaba un semicírculo de fusiles. Los palparon para saber si tenían armas. Uno le preguntó quiénes eran y ella le contestó que su padre trabajaba en la Casa de Gobierno, los militares se miraron entre ellos y se sonrieron. "Nos equivocamos", dijeron.
Le preguntaron sobre la cantidad de atacantes y dijo que podían ser más de 50 de uniformes y otros de civil, disfrazados con pelucas. "Era tal el shock que no pude ver más. La casa estaba destruida.", dijo.
El padre llegó a los diez minutos y la madre a la tardecita. Los Maciel pasaron esa noche en territorio minado. Al día siguiente, Gabriela dijo que sacaron del jardín una bomba que no explotó y una granada. "Era una tristeza, una angustia terrible".
Mariano Maciel guardó un secreto ante su familia durante 23 años, hasta 2003, cuando les dijo a sus hijos que esa tarde del bombardeo había ido a ver a Rolón. Fue armado y como se movía en un auto oficial no lo revisaron. Llegó al despacho del coronel, que le dijo que el ataque a su casa había sido un "error imperdonable". Maciel sacó el revólver calibre '38 que tenía en la cintura y apuntó: "Mire si yo me equivoco ahora como se equivocó usted. ¿Va a ser un error?". Rolón le pidió que se tranquilizara porque a "ése que nos hizo equivocar ya le dimos su merecido", le dijo. Gabriela comentó el hecho ante el Tribunal, ella cree en el relato familiar, pero el fiscal Martín Suárez Faisal deslizó ciertas dudas, a partir de que Rolón era el dueño de la muerte.
¿Quién apuntó con el arma?, preguntó Suárez Faisal.
-Mi papá- contestó Gabriela.
-¿Y tuvo consecuencias?
-No, ninguna- aclaró Maciel.
Ese relato de Rolón sobre el supuesto culpable del "error". "Ese que nos hizo equivocar" y al que "ya le dimos su merecido" según el relato de los Maciel- incrimina al Ejército sobre el destino final de Feresín, a quien sus compañeros, Juan José Perassolo y Daniel Gatti, vieron con vida en La Casita, en marzo de 1977, según el testimonio de Anatilde Bugna.
El exterminio
El segundo ataque fue a la casa de los Cortassa. Luis Villalba dijo que vio como un represor de civil con campera marrón arrojó dos granadas desde un techo vecino. No hubo disparos desde el interior. Siguió el copamiento y al rato, Luis dijo que sacaron "a los golpes a un hombre", que era Cortassa.
-¿Saló con vida?- le preguntó la abogada querellante Zulema Rivera.
-Sí lo llevaron hasta la esquina (de Aguado)- respondió. Allí había vehículos militares y un Falcon verde.
Después, sacaron en una camilla "a la mujer", que era Blanca Zapata. Observó "una mancha de sangre en la panza", pero no en la cabeza. Las preguntas sobre las heridas fueron insistentes porque Blanca agonizó doce días, hasta el 23 de febrero de 1977. ¿Quién le disparó el tiro de gracia y dónde?
Los Villalba ampararon a Paula en su casa, donde la bañaron y le pusieron ropa de varón, de uno de sus hijos, hasta que un oficial del Ejército vino a buscarla y se la llevó.
Al final del día, vieron a los mismos soldados del operativo llegar en un camión del Ejército y vaciar la casa de los Cortassa. "Se llevaron hasta el bombeador". "Pregunté y me contestaron que era para la ranchada", dijo Villalba. Su tío, Angel Arias, que vivía en la esquina, también cayó esa tarde por una protesta en voz alta, preguntó si "creían que con bombas iban a arreglar todo". "Lo fue a buscar la Policía y estuvo preso cuatro meses. Mi tía le llevaba comida a la seccional 14º, se la aceptaban y resulta que él estaba en la Guardia de Infantería Reforzada", concluyó Luis.
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