En Barcelona de España, su ciudad de adopción, tiene la admiración de todos, incluso de los simpatizantes del Espanyol, clásico rival del mejor equipo de mundo. Es mimado por sus compañeros de equipo, protegido por los dirigentes, adorado por las autoridades del ayuntamiento y distinguido como un genuino exponente "catalán". Pero sus orígenes están en la ciudad, donde nació y a la cual vuelve cada doce meses para hacer lo que en Europa le falta: salir con amigos. Lionel Messi disfruta su estadía mostrándose próximo a sus fans, como ayer, cuando a solo un día de ser víctima de un intento de agresión pasó la tarde en el bar VIP, que atiende uno de sus hermanos, donde volvió a sonreír ante cada foto y garabateó su firma a cuanto papel le pusieron adelante.

Para los rosarinos, Messi es un vecino más. Así se muestra la estrella del fútbol mundial. Afable y dispuesto a enfrentar sus apariciones públicas con la espontaneidad que reacciona cuando le pasan la pelota en la cancha.

La policía montó ayer un operativo de seguridad singular alrededor del establecimiento escolar de Pellegrini al 1300 donde concurre el joven que intentó agredirlo el jueves por la tarde. La figura de la Selección no tomó nota del episodio polémico. Relativizó la situación en su Facebook y por si no le creían, ayer Messi se hizo ver en el bar de Avenida Belgrano y Rioja, propiedad de su hermano. Llegó al mediodía, pasó la tarde y el barrio se convulsionó.

Para llegar a Messi no hay que sortear custodia ni hacer largas vigilias. Apenas tener paciencia para esperar la oportunidad. Como ayer en el VIP, donde incluso ocasionales comensales con distintivos de Central tuvieron el autógrafo del diez. Se negó hacer declaraciones a la prensa que acudió a buscar su palabra. Todo el tiempo se lo dedicó a satisfacer a sus admiradores, hasta que el revuelo inicial se disipó y Messi volvió a acompañar a su hermano en las obligaciones cotidianas del comercio.