Jueves, 27 de noviembre de 2014 | Hoy
DEPORTES › TRISTEZA EN SAN JUAN Y UN PORRóN FRESCO PARA PALIAR LOS 30 GRADOS
Por Horacio Vargas
Desde San Juan
"Queremos la copa". Se escucha la voz de un pibe en short, camiseta de Central atada a su cintura, el torso desnudo para enfrentar los 30 grados de calor sanjuanino, árido, seco, y el porrón aferrado a la mano izquierda. Su voz rompe la monotonía del centro de la ciudad, en el momento de la siesta reparadora y sagrada en Cuyo. Pero no está solo. Otros miles de rosarinos han llegado hasta esta ciudad en colectivos, pequeños micros, autos, aviones, para exteriorizar el grito sagrado: Central Campeón, después de 19 años.
El Estadio San Juan del Bicentenario se levanta a unos 15 kilómetros del centro en una zona recortada por una montaña, en el departamento Pocitos, inaugurado en 2011 y tiene una capacidad para 25 mil espectadores.
"Hay un resurgimiento litúrgico, generaciones de hinchas están acá, en los alrededores, han viajado 12 horas", dice, emocionado, un periodista deportivo de la ciudad mientras ve ingresar a los primeros hinchas de Central a las tribunas. Han pasado más de 19 años de la obtención del último título. En Arroyito ante Mineiro por la Copa Conmebol, cuando Carbonari metió el penal redentor.
Ingresar a una cancha prácticamente desnuda varias horas antes del partido tiene una química especial. Las voces de los hinchas, sus insultos contra el rival, las cargadas, la desesperación por haber quién grita más fuerte, se escuchan claramente.
-Sos igualito a ñulsolboy gritan los canayas.
-Rosarino, come gato responden los de Parque Patricios.
"Cómo estás", me pregunta mi hijo más chico desde Rosario que maldice por no haber conseguido entrada para viajar.
-Con el calor del desierto en mi frente- exagero.
-No te quejés, gordito- me responde desde wassap.
Levanto la vista y desde el ventanal del palco de prensa veo, leo, los primeros trapos colgados de Central: "Te necesito para vivir", dice uno, ubicado en el centro de la cancha; "Todo lo demás no es nada", dice otro. "Peña Fontanarrosa", se lee. El Negro siempre está. ¿Por qué no está más el logo Soy Canaya estampado en la camiseta?, me pregunto.
Llevé a mi hijo mayor a la final con Santos, en el Gigante de Arroyito, en el invierno de 1998. Empatamos y la copa se fue a Brasil. Durante el regreso a casa, mi hijo, con su banderita de Central llevada con hidalguía en la fría noche rosarina, me preguntó con sus ocho años: "Papá, ¿cuándo voy a ver campeón a Central?". No hubo respuesta. Sólo el silencio y la resignación a esperar otros buenos tiempos. Pero vino el descenso, la catástrofe, la depresión, el carné roto... hasta anoche. Entonces me acordé de mi padre Lito, quien como hincha de Lanús me subió al tren y bajamos en Retiro, para ver a Central ganarle a Ñuls la semifinal en el Monumental o cenando en un restaurante de calle San Luis, acompañado por un vino servido en una jarra Pingüino para celebrar el título del 73.
La noche en San Juan trae el lamento por lo que no pudo ser. La tristeza se refleja en la cara de los hinchas de Central que hicieron más de mil kilómetros. Yo, sigo sin darle respuesta a la pregunta de mis hijos.
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