DEPORTES › EL VIAJE DE LOS HINCHAS
› Por Pablo Fornero
Desde Córdoba
"Vamos Central esta noche", le agitaba un vendedor ambulante a un hincha canaya que mataba la espera recorriendo una de las tantas peatonales del centro de la ciudad de Córdoba. Así se le ganaba a la ansiedad, se miraban vidrieras, se comía algo al paso y se recorría el circuito histórico de la cabecera provincial. Eso sí, había que portar al menos una prenda con los colores del auriazul. Así se identificaban y retroalimentaban los rosarinos. Cada vez que se cruzaban grupos por alguna calle, de manera automática nacía un grito de cancha.
La caravana canaya partió en las primeras horas del miércoles. Algunos pocos, con muchísima más suerte, lo hicieron el martes. Pero el grueso comenzó a desandar los más de 400 kilómetros que separan a Rosario de Córdoba en la madrugada de ayer. A esa hora arrancaron los particulares desde la Terminal de Omnibus. Más tarde, un par de horas antes del mediodía les tocó a los canayas que salieron desde el Parque Alem, a metros del Gigante de Arroyito. Unos cien colectivos aportaron una postal magnífica de la movilización auriazul. A todos, pero principalmente a los que partieron más tarde les tocó convivir en la autopista y la Ruta 9 con el intenso operativo policial de controles, que demoró la llegada al Estadio Mario Kempes.
La lluvia fue un partenaire de peso durante toda la jornada. El agua comenzó a caer a las 23 del martes y se mantuvo de manera sostenida hasta ayer a la mañana. Dio descanso al mediodía, pero volvió con fuerza a la tarde. A esa hora, cada esquina de Córdoba tenía pintados el azul y amarillo. Con mucho respeto, canayas y xeneizes supieron convivir si mayores incidentes y, desde bien temprano, se armó la caravana de vehículos hacia el estadio Mario Kempes, ubicado a unos diez kilómetros a las afueras de la capital. Los cordobeses no salían de su asombro ante semejante espectáculo.
Las puertas del Chateau Carreras abrieron a las 17.30 y las tribunas canayas se poblaron enseguida, la popular Willington y la platea Ardiles por igual. La organización pensó el partido como un evento, por eso la previa estuvo cargada de propuestas inhabituales. Minutos después de las 19, Banda XXI le puso cuarteto a la fresca noche en un recital que se extendió demasiado. Se retiraron con algunos chiflidos de los hinchas que pretendían ponerle su propio color, el de los cánticos. Mientras el grupo tocaba en vivo al costado del campo, los jugadores de Boca y Central comenzaron a precalentar. Toda una extrañeza, que se acrecentó cuando inició un show de luces y se matizó con música tecno.
Media hora antes del inicio, se encendió definitivamente el Kempes. A cancha llena, ambas hinchadas se trenzaron en un duelo interminable de canciones. Temblaba el cemento de la zona de pupitres de prensa, en un pulmón de la platea canaya. Marco Ruben se llevó una ovación estruendosa cuando fue nombrado por la voz estadio. La banda de la policía se llevó insultos. Eso fue unánime, sin distinciones. Los planteles ingresaron juntos, a la europea, detrás de los árbitros. El cielo se cubrió de fuegos artificiales, sonó el himno y Diego Ceballos pitó para ponerle fin a una larga previa. Restaba lo más importante.
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