CULTURA / ESPECTáCULOS › BALANCE DE CUATRO NOCHES DEL IX FESTIVAL DE JAZZ ROSARIO
Si algo quedó en claro luego de la novena edición del encuentro jazzístico, que terminó el domingo último, es que, a partir de su vinculación con otras músicas, el género goza de plena salud.
› Por Edgardo Pérez Castillo
Es cierto que los puristas poco habrán disfrutado de las cuatro noches de la programación en el teatro del Parque de España de un encuentro que, de antemano, ofrecía una grilla en la que la diversidad se imponía por sobre los convencionalismos. De esa manera, el jazz fue más un concepto, una excusa o bien una actitud desde la cual abordar al rock, el tango, el folclore o la canción. En paralelo, sobre el total de las obras que se esparcieron por los repertorios de las dieciséis propuestas, los standards fueron porcentaje minoritario, evidenciándose allí la saludable actualidad de un movimiento que, con sus diversificaciones, se va enriqueciendo con la aparición de nuevos autores y arregladores que, lejos de posicionarse como una corriente alternativa, hoy comparten proyectos con aquellos músicos consagrados que por virtudes propias, y gracias a un trabajo sostenido durante años, son figuras inevitables del Festival.
Es probable que el ejemplo más lúcido de esa conjunción generacional se encuentre en Labigband_deacá, conformada por los históricos Chivo González, Julio Kobryn, Leonel Lúquez, Ricardo Marino y Claudio Lanzini y que, entre otros, tiene además como figuras destacadas al trompetista Mariano Loiácono (quien asumió el rol de director) y al saxofonista Leonardo Piantino, que demostró en el masivo conjunto sus grandes condiciones de arreglador. La agrupación ya evidenció síntomas de crecimiento a partir de la incorporación de composiciones originales a su repertorio, en lo que se presume como el ingreso a un camino de consolidación que le permitiría a la ciudad volver a contar con una big band de primer nivel. El Dúo Olivera--Lúquez se mostró renovado, profundizando su investigación en la fusión de tango y jazz abordando con su voz personal a un repertorio ya más ligado a los clásicos, en un nuevo giro expresivo luego de su exitosa incursión en el hálito piazzolleano. Correcta en su desempeño, Magnetical Taryet fue una de las pocas propuestas que se concentró en un repertorio de neto corte jazzero, en lo que sería la antesala a la aparición del particular trío que conformaron los hermanos Luis y Mariano Suárez junto al guitarrista Fernando Kabusacki. Kabusacki perdió brillo al focalizarse reiteradamente en la utilización de recursos electrónicos, dejando en un segundo plano a la guitarra y proponiendo sólo los climas y bases sobre las que se dispararon las incursiones free de los metales.
El viernes Cinegraf salió a escena con un sonido más visceral, girando un poco más hacia el rock pero sin perder de vista la esencia jazzera que desde un primer momento impregna al grupo de Ades--Fioretti--Marozzi. El segundo en hacer su aparición fue Sergio Santi, un proyecto de fusión entre el jazz y ciertas reminiscencias folclóricas. San Telmo Lounge pisó el escenario para marcar uno de los puntos polémicos de la novena edición. Generador de críticas de parte de los tradicionalistas, el cuarteto dejó en claro su horizonte a partir de una propuesta posible de fragmentar en tres tercios que, aunque bien delimitados, cruza las fronteras genéricas con total soltura. Porque si bien desde sus teclados Lucas Polichiso es el responsable de disparar el colchón electrónico sobre el que se tejen las composiciones del grupo, sus esporádicas intervenciones en solo están cargadas por la misma genética del jazz que marca los permanentes fraseos de Martín Delgado. Aunque las fallas de sonido (aquí exacerbadas) ratificaron en este segmento los vaivenes de calidad reflejados a lo largo de la programación central. Como consecuencia del éxodo de público durante el imprevisto corte que alteró la actuación de STL, y por un nuevo abandono de sala durante el habitual intervalo de diez minutos, Carlos Michelini brindó con su quinteto uno de los picos de calidad más elevados de todo el Festival, convirtiéndose con su propuesta de jazz folclórico en un auténtico lujo para pocos.
Ajustándose en un primer momento al formato de asociaciones artísticas que da vida a su último disco, Dúos/Tríos, el guitarrista Carlos Casazza fue el constructor de otra de las perlas del encuentro, cuando en la noche del sábado plantó en escena un quinteto inesperado que contó con la participación de Leonel Lúquez en piano, Julio Kobryn en saxo y clarinete, Mariano Braun en acordeón y Gastón Bozzano en contrabajo. Frente a esa peculiar formación, los músicos coincidieron en las sutilezas para hacer brillar a cada componente en medio de un saludable proyecto. Más despojada de matices, la oferta del Jaic Meloi Trío se centró en el free jazz.
Instalándose como una de las apariciones más celebradas del Festival, la dupla González--Polichiso fue la base desde la que, a partir de la incorporación de los miembros de La Cofradía, se construyó un atractivo octeto que incluyó a Pau Ansaldi y Claudio Lanzini, a los santafesinos Pedro Casís en trompeta y Mariano Ferrando en contrabajo, más una de las dos únicas presencias femeninas de todo el segmento central: la cantante Mercedes González, que con solvencia prestó voz a una dupla de standards. Paula Shocron estrenó el cuarteto que co--lidera junto al guitarrista Marcelo Gutfraind. Demostrando una búsqueda común en sus respectivas composiciones, la dupla se anuncia como la cabeza de un cuarteto en el que se destacan la solvencia del baterista Carto Brandán y el ya reconocido virtuosismo de la pianista rosarina, en medio de un repertorio con un anclaje visible dentro del jazz pero con algunos escapes hacia lo folclórico y ciudadano.
Tan arriesgada como desprejuiciada, la propuesta de La Mujer Barbuda volvió a colocar al bajista Franco Fontanarrosa como un artista focalizado en romper los convencionalismos. El músico diagramó una única interpretación marcada por una concepción free pero interpretada mediante loops y distorsiones propias del hard rock. El Sebastián Mamet Quinteto presentó un listado de originales que ratificó la ligazón del proyecto con el hard bop. Construyéndose sobre las sólidas bases de Mamet y el contrabajista Mariano Sayago, las obras se disparan en los fraseos compartidos por los saxos altos y tenor de Piantino y Kobryn, o en las solitarias intervenciones de cada uno de los componentes de un proyecto que cuenta con el pianista Juan Grandi con uno de sus principales compositores. Lejos del bebop, según el pertinente anuncio del guitarrista Claudio Bolzani, Rumble Fish --Bozzano en contrabajo, Tuti Branchesi en batería y Manuel Cerrudo en guitarra-- no se corrió de sus canciones al momento de diagramar su repertorio, repasándolas con el mismo encanto que las impregna en Del mar hallado, último disco del cuarteto. Poniéndole el cierre al festival, el bajista porteño Alejandro Herrera se rodeó de Richard Nant (trompeta), Gustavo Cámara (saxo), Hernán Jacinto (piano) y Fernando Martínez (batería) para recorrer sus climáticas composiciones, ésas que navegaron dentro de los amplios márgenes del jazz, el género que, en esta novena edición del Festival, fue más vía navegable que puerto de llegada.
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