Martes, 5 de febrero de 2008 | Hoy
Sublime malgré lui, mediodía/medianoche constituye para el público rosarino una exposición imperdible en el Museo de Arte Contemporáneo durante lo que resta del mes de febrero.
Por Beatriz Vignoli
Una relación particular entre luz y tiempo, ya desde el título, es el común denominador temático que sutilmente enhebra entre sí a las obras de la muestra global mediodía/medianoche, en el MACRo (anticipada en estas mismas páginas el domingo 13 de enero). "¿Cómo vivir el instante?", pregunta el curador, MarcOlivier Wahler, "¿Cómo hacer existir el presente? Cuando Duchamp realiza un readymade, no crea una obra destinada a durar eternamente, sino por el contrario, una obra que se constituye a la velocidad de la luz, que sólo existe en el tiempo instantáneo de su aprehensión, y que desaparece de ahí en más".
Arte a la velocidad (o a la lentitud) de la luz es lo que promete y brinda el MACRo durante lo que resta de febrero. La sala del primer piso está íntegramente ocupada por una obra de Bruno Peinado (Francia, 1970): un enorme cráneo artificial cubierto de espejos como la bola espejada de una discoteca, que al girar arroja destellos efímeros sobre las paredes. La obra remite en tono festivo al género tradicional de la vanitas, la calavera que le recuerda al espectador su propia mortalidad. El tiempo aludido aquí no es sólo el instante de contemplación de la obra, o una noche de baile, sino la duración de la vida humana.
Esta morfología espacio temporal de puntos sobre el espacio que se desplazan o simulan desplazarse o invitan a ser recorridos en el tiempo, se reitera en varias de las obras, otorgándole a la muestra una sutil coherencia formal. Así, en el segundo piso, Renaud AugusteDormeuil (NeuillysurSeine, 1968) presenta una obra casi imperceptible: "Ecriture nocturne", hojas en braille cuyo contenido textual sólo resultaría accesible para el iniciado que se atreviera a transgredir la prohibición de tocar las obras. Aquí también, AugusteDormeuil trabaja con sus obsesiones: los códigos institucionales, su función de preservar el secreto de lo confidencial, la obra como espacio que habilita la posibilidad de pensarlos críticamente. Pero en el contexto de la muestra, la obra se resignifica. El texto ilegible pasa a constituir la literalidad, y lo que importa es lo visible: el atravesamiento de la materia como revelación del vacío.
El célebre videasta escocés Douglas Gordon (Glasgow, 1966; premio Turner 1996) presenta una obra que abarca toda la sala del tercer piso. Se trata de una instalación confesional. Es una ambientación mínima, a la vez elegante e impactante, que no tiene nada que ver con el video salvo por la temporalidad (lineal) y la iluminación (decisiva): una obra plástica, realizada con concepto de video, y que sólo existe al ser contemplada, no como objeto. Sobre paredes íntegramente pintadas de azul y a la luz de tres bombitas eléctricas, un texto en vinilo blanco y en castellano despliega un catálogo de miedos: "...miedo de dormir... miedo de despertarse... miedo a quedarse dormido y nunca despertarse... miedo a no poder volver a dormir nunca más... miedo a dormir solo... miedo a la soledad... miedo al amor..." y así sucesivamente. Titulada "From God to Nothing" ("Desde Dios hasta la Nada") la obra funciona como dispositivo de interpretación de muchas cosas; entre ellas, la obra videográfica de Douglas Gordon.
En el cuarto piso, ya conviven tres obras. "Tribuna" (2005) del artista suizo Fabrice Gygi (Ginebra, 1965), es precisamente una tribuna hecha de bancos de madera, tubos de acero, sogas (más precisamente, tiras de cuero ajustables) y chapa galvanizada. Mide sus buenos seis metros y medio de largo, dos y medio de alto. Su factura prolija ha dejado margen para una leve y calculada rugosidad de los materiales. El trabajo sensible con la materialidad parece estar previsto para funcionar como un disparador de memoria vivida. Ante un público europeo culto, la obra remitiría vergonzosamente a los multitudinarios actos políticos públicos del nazismo. Al espectador argentino seguramente lo conectará con recuerdos de fútbol, alguna primera visita infantil a la cancha: el aspecto general de la obra es deliberadamente anticuado y humilde, como si todo el objeto monumental hubiera surgido íntegro desde otro tiempo de mayor pobreza e ingenuidad.
También nostálgica y siniestra a la vez es la foto de los años 70 que constituye el material intervenido en "Protección" (2001) del rosarino Carlos Herrera. Otra vez hay puntos que crean tridimensión en un espacio plano. Estos son luminosos y rodean como luciérnagas sobrenaturales a una de las dos niñas de la foto; se trata de una fotografía probablemente tomada por un padre o por una madre. Son ineludibles las asociaciones de peligro político mortal que disparan en los argentinos las fotos de esa época, que además es la del nacimiento del autor.
En perfecta sintonía con el tono deliberadamente "tonto" de obras más recientes de Herrera, los suizos Peter Fischli y David Weiss (firman Fischli & Weiss) muestran un video de 6 minutos y medio de duración donde lo único que se ve es un gato que toma leche. A través de varias tomas frontales cámara en mano, con imperfecciones propias del video casero, con una luz cenital de mediodía que proviene de una grieta del techo y le traza como un collar de luz en el pelaje blanco, el animal se siente observado, se inquieta, se abstrae en lamer vorazmente su plato, lo termina, se relame y fin. Ni siquiera es el tierno cachorro de algún primoroso almanaque kitsch, sino un gatazo cabezón, común y silvestre. Salvo por su intención estética, la imagen es casi tan abrumadoramente banal como cualquier exhibición de mascotas en YouTube: aquí no se ve nada de lo que normalmente se espera encontrar en una obra de arte. Ni pensamientos profundos, ni sentimientos sublimes. La obra establece así una relación negativa con las tradiciones altas y bajas del arte europeo moderno y clásico, negatividad que la emparienta con la tradición de la vanguardia histórica dadaísta.
En el quinto piso hay una obra de Jorge Macchi, otra de Philippe Parreno, cuatro de Mathieu Mercier y tres de Tatiana Trouvé. Jorge Macchi (Buenos Aires, 1963) viene realizando desde hace años residencias y exposiciones en Francia, España, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Brasil y Argentina (galería Ruth Benzacar). Formó parte del envío argentino a la edición 2005 de la Bienal de Venecia. Trabaja con materiales cotidianos a los que modifica, organiza e interviene. La luz y el tiempo son temas recurrentes en algunas de sus obras, como el video de 24 horas "Tiempo real" (2007; ver jorgemacchi.com). Presenta aquí un mapa de Buenos Aires, calado: un recorrido vuelto imposible, una filigrana de vacíos que proyecta su sombra. Otra vez, huecos que abren espacios. También trajina los materiales cotidianos el plástico, cineasta y crítico Philippe Parreno (Orán, Argelia, 1964), cuya "Serpiente AC/DC" se confunde a primera vista con unos cables que se hubieran dejado tirados por el piso en un descuido; de cerca, presenta una disparatada expresividad.
Tatiana Trouvé (Cosenza, Italia, 1968; premio Marcel Duchamp 2007) explora en tres virtuosos dibujos en grafito, intervenidos con vinilo, los inquietantes espacios vacíos de los lugares de trabajo. Oficinas habitadas por helechos, sillas, aspiradoras y posiblemente por fantasmas, son el resultado de sus complejas composiciones, sólo aparentemente simples, que trastocan el punto de vista único tradicional sin abandonar del todo los cánones de representación del realismo. Mathieu Mercier (ConflansSainteHonorine, 1970) presenta la obra más intensamente sensible de toda la muestra. La densidad, la contundente materialidad, la rugosidad, la perturbadora familiaridad con el cuerpo humano de sus pequeños objetos, son cualidades que sólo pueden apreciarse ante la obra original: se pierden en las fotografías. Así, sus máscaras de metal y cuero son exhibidas como artefactos rituales de alguna cultura perdida, mientras que su carro de herramientas titulado "Bricomobile" (1998) le debe toda su potencia precisamente a que es producción en potencia.
Forma y sentido estallan en el sexto piso, donde la narración curatorial cierra sus hilos. Como en una buena novela policial, recién al final aparece "el autor" que fue obvio durante todo el camino: quién sino Lucio Fontana (Rosario, 1899; Italia, 1968). Su "Concepto espacial" (1951, colección Castagnino Macro) es a donde apuntaba toda la "evidencia" desparramada en los otros cinco pisos. Y la sala acompaña, redondea y conmueve. En su otro extremo, el impactante mural en blanco y negro de Philippe Decrauzat (Suiza, 1974) titulado "After DM Explosed" remite al mito cosmogónico secular del siglo XX, el Big Bang. En su centro no hay ningún rostro divino sino el vacío. Tanto esta como la obra del fundador del Espacialismo, que prometía una utopía espacio temporal superadora de la composición tradicional, amplían la noción inicial de tiempo hasta abarcarlo todo: desde el origen del universo hasta el futuro inagotable. Y entre las dos, la luz pura que arrojan los tubos fluorescentes de Jon M. Armleder (Ginebra, 1948, ex integrante del grupo Fluxus) proclama al unísono la trivialidad material del Arte Contemporáneo y la imposibilidad de contemplar cara a cara el rostro terrible de lo Absoluto.
Sublime malgré lui, mediodía/medianoche constituye para el público rosarino una exposición imperdible. Es coherente hasta en el horario, que los jueves 7 y 21 se extenderá desde, justamente, mediodía a medianoche. Para esos días están previstas actividades especiales como proyecciones de videos, producción e intercambio de dibujos por el Club del Dibujo, e intervenciones sobre el paisaje a cargo de Fase, Doma y Atypica.
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