CULTURA / ESPECTáCULOS › LILIANA HEER Y EL LENGUAJE CUANDO ES TOMADO COMO EXPERIENCIA
La escritora santafesina acaba de publicar Neón, su última novela. La lectura de este libro implica entregarse a una experiencia que propone a la vez distanciamiento y participación, en la medida en que indaga un "reino paralelo y sombrío".
› Por Sonia Scarabelli
Neón es el título de la última novela de la escritora santafesina Liliana Heer, recientemente publicada por Paradiso ediciones, en la que la autora vuelve a dejar sentado que "su arte de narrar no se limita a la circunstancia de contar historias" sino que trabaja con "la propia materia literaria, la decisión que implica el lenguaje tomado como experiencia".
Heer, psicoanalista y crítica literaria, nacida en Esperanza, en 1943, cuenta con una obra narrativa por la que ha recibido importantes reconocimientos, entre ellos, el premio Boris Vian por su novela Bloyd (1984). Parte de su producción, que incluye relatos (Dejarse llevar, 1980), novela (La tercera mitad, 1988; Frescos de amor, 1995; Angeles de vidrio, 1998; Pretexto Mozart, 2004), Poesía en prosa (Verano Rojo, 1997) y ficción crítica (Giacomo-El texto secreto de Joyce, 1992, en coautoría con J.C. Martini Real) se encuentra reunida en Ex--crituras profanas, antología personal publicada por la Editorial Fundación Ross en 2007.
Leer Neón es entregarse a una experiencia que propone a la vez distanciamiento y participación, en la medida en que indaga un "reino paralelo y sombrío" en el que "no hay cortinas que velen la imaginación" a través de una vía regia, la de la palabra, sí, la del lenguaje, pero no como maneras del nombre o la comunicación, sino más bien como manifestaciones o evidencias del secreto. Ya que el decir de Neón se presenta ante todo como un decir esquivo respecto del 'carácter figurativo', por así llamarlo, que la trama tiende a ofrecer en el campo de la novela. De hecho, en Neón, los límites genéricos aparecen trastocados y sujetos a continua mutación, al punto de que la distribución misma de la frase opera con movimientos que desatienden su fluir convencional para entregarse a cortes y descensos que imprimen a la prosa un carácter estocástico, una suerte de rigor de lo azaroso. Así, la condición inquietante de lo narrado no se funda en la anécdota -la relación entre dos hombres y una mujer en una penitenciaría-, que tiende aquí a dispersarse, a convertirse en rastro, huella que invita constantemente a la reconstrucción de la historia y a su abandono, sino más precisamente en "una ilusión: seguir la secuencia, el vibratum de la voz", porque "más allá de cualquier pretensión, la historia no tiene principio ni fin".
Del mismo modo, los cuatro personajes de Neón están muy lejos de obedecer al principio de una identidad unívoca; ni el Viajante ni el Tutor ni la Costurera ni el Narrador se dejan ceñir bajo un solo signo; por el contrario, mutan, son acción en sí mismos, se expanden -aún más, recrudecen- y por eso: "Quizás todos sean dos y no uno,/ o más de dos". También en ellos la tensión hacia el límite o hacia la lucha con el límite pone a la vista, paradójicamente, lo que pareciera ser uno de los nervios motores de este libro: "Llevar el secreto a un estado de máxima crispación".
Es decir, llevar lo no dicho, que no se confunde con lo no sabido, al punto en que se torna visible y opera sobre la naturaleza del arte mismo de narrar, de modo que el Narrador ya no destila palabras sino "colores prodigiosos"; trabaja en el espacio literario como el pintor sobre el lienzo, actúa, sobre el telón de fondo de la penitenciaría, contra la lógica lineal -y vivida ella misma como carcelaria- del sintagma.
Las "proliferaciones" y los "doblajes" no ocurren, por lo tanto, en Neón, en relación con un único aspecto; también el horror del mundo oscuro de la prisión aparece "doblado", es decir, hablado en más de un sentido, y penetra la materia del relato tanto como a los "personajes" -y al lector mismo- de un modo que recuerda la acción de la máquina kafkiana de "En la colonia penitenciaria", que escribe sobre el cuerpo del condenado quien no conoce su sentencia ni sabe que ha sido condenado una ley que penetra el cuerpo hasta matar.
Es así que la ironía, otro modo de lo "doble", juega aquí un papel fundamental como marca que recorre la escritura de Heer dotándola de una extraña impasibilidad, la misma que le permite, como señala Leónidas Lamborghini, "ver antes que mirar; decir antes que gritar; garantizar la fluencia, hacer sentir su pulso y su ritmo", aun cuando con cada página, pero sin poder detenerse, el lector se sienta tentado a hacer suyas aquellas palabras del Narrador: "¡Cuídate de las moradas subterráneas! Hay pasadizos ciegos".
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