Lun 25.02.2008
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › "PETROLEO SANGRIENTO", UN MAGNIFICO FILM DE PAUL ANDERSON

Como un taladro en el propio cerebro

› Por Leandro Arteaga

Petróleo sangriento (There Will Be Blood) EE.UU., 2007

Dirección: Paul Thomas Anderson.

Guión: Paul Thomas Anderson, a partir de la novela Oil! de Upton Sinclair.

Fotografía: Robert Elswit.

Música: Johnny Greenwood.

Montaje: Dylan Tichenor.

Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Paul Dano, Ciarán Hinds, Dillon Freasier, Barry Del Sherman, Colleen Foy.

Duración: 158 minutos.

Salas: Monumental, Showcase, Village.

Puntaje: 9 puntos

No resulta desacertado señalar que lo primero que uno ve en Petróleo Sangriento es lo que se escucha. La banda musical condiciona nuestra lectura. Como si fuese un taladro en el propio cerebro. Cada vez más insoportable. Leit-motiv sonoro que acompañará el andar sin pausa de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis). Ensordecedoramente. Como exteriorización de ese rostro curtido en la soledad y la ambición.

El film de Paul Thomas Anderson (Juegos de placer, Magnolia) tiene la virtud de recurrir a elementos narrativos justos. Sólo basta la tarea de Plainview, con su pico y empecinamiento, para introducirnos en su espíritu. Los minutos iniciales no necesitan palabras. Sólo la piedra encontrada para metaforizar la explosión argumental posterior. Sólo un personaje -Daniel Plainview- para sintetizar la génesis del siglo nuevo. El petróleo brota de la tierra, y de un modo tan incontenible que es posible pisarlo al caminar.

El siglo XX nace bañado de negro, mientras el niño huérfano recibe de éste su bautismo. Su padre muere para que las venas de la tierra sangren. Dando lugar a la mixtura que, de allí en más, correrá a lo largo de todo el film: rojo y negro, sangre y petróleo. Con la ratificación que el mismo título original sentencia: "There will be blood/Habrá sangre".

Todo parece ser posible gracias al petróleo. El magnate negocia las creencias de la sociedad para erigirse como su verdad encarnada. Aunque las ganancias para los colonos sean el precio de codornices muertas. Para disipar la queja está la religión. La Iglesia de la Tercera Revelación se suma a la gesta y solicita beneficios a cambio de bendiciones. Entre pastor y magnate se librará entonces la batalla. Cada cual llevará ovejas para su rebaño. Mientras la fe, el trabajo, el dinero, son los hilos que manipulan y comparten entre ambos.

La narrativa de Paul Thomas Anderson, el realizador, es calma y terrible. Se suceden días y el acompañamiento musical hilvana escenas desde una continuidad única. Las décadas ocurren de la mano de ese encanto mágico que sólo permite el cine. Pero la música es oscura, presagia de modo funesto. Así como ocurría en una de las secuencias finales de Juegos de placer. La tensión nos mantiene alertas y, casi, desesperanzados.

Daniel Plainview es imposible de socavar. Está cegado. Su silueta destella por sobre las demás. Su presencia domina la pantalla, la película. Es abrasador. Pero gélido. El hijo accidentado no le supondrá indecisión. Plainview abre el mapa y elige tierras. Se erige como padre económico y promete escuelas para su drenaje sin fin. No hay modo de imaginar a Plainview sin el rostro de Daniel Day-Lewis, con su caminar levemente encorvado, y con el acento vocal de John Huston. Increíble.

Pero habrá también que destacar la tarea de Paul Dano (quien ya había compartido cartel con Lewis en La balada de Jack y Rose) en la piel de Eli Sunday, ese pastor ávido de codicia celestial, insoportable y monacal, ira de Antiguo Testamento disfrazada de ternura puritana. Más un pueblo que será bautizado en este oro negro y maldito.

Para cuando el hacer de Plainview haya acabado, será entonces tarde. Porque la verdad de la Tercera Revelación será finalmente conocida. El petróleo se termina. Sólo queda la sangre. Junto con el reconocimiento desde los créditos para el fallecido realizador Robert Altman (1925-2006). Un gesto que aún engrandece más a este film magnífico.

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