CULTURA / ESPECTáCULOS › "LOS NUEVE PUNTOS DE MI PADRE" UNA GRAN REALIZACION DE PABLO ROMANO
El film muestra un juego de relaciones, desde la figura del padre ya fallecido en el recuerdo de sus seres más allegados
› Por Emilio A. Bellon
Entonces uno cree que puede distanciarse, acercarse a la máquina de escribir y comenzar a bosquejar la nota para el día siguiente. Pero reconozco que esta distancia que me pide mi oficio aún no se ha hecho presente, ya que frente a mi y seguramente de tantos otros, aun laten en tiempo presente las pulsaciones de este film que hemos visto el sábado, en una de las salas del Centro Cultural Parque España y que lleva por título -por cierto, enigmático pero no caprichoso-, Los nueve puntos de mi padre. En tal caso, y desde el título, estoy todavía tratando de unir esos puntos desde ese lugar que aquel acertijo que el padre de Pablo Romano, el realizador de este film, le proponía a su hijo.
En más de una oportunidad Pablo Romano, a quien ya conocemos por una serie de films anteriores, reconocidos y galardonados en festivales y muestras nacionales y extranjeras, entre ellos Apuntes del natural y Una mancha en el agua, ha afirmado en estos días que lo que íbamos a ver era un film inconcluso, aun no terminado, todavía sin algunas secuencias resueltas. Una obra como esta no creo que encuentre en algún momento un punto definitivo, final, porque cada nueva observación, cada nueva mirada, cada próximo punto de vista resignificaría todo lo enunciado, abriría nuevas puertas; porque en definitiva se trata de reconstruir una fragmentaria identidad, ya que el termino biografía podría prestarse a equívocos. Pero antes que nada, y sobre todo, el film de Romano despierta a un juego de relaciones, desde la figura de su padre ya fallecido, en el recuerdo de sus seres más allegados.
Pero toda vida humana ofrece lugares, rendijas que solo quienes las transcurre las conoce, y aún a medias. Y el film se propone como exploración e itinerario, como un periplo en el cual las voces de quienes estuvieron a su lado, se llegan a escuchar asordinadas y suspendidas en un territorio neblinoso. Desde el presente, los recuerdos pujan por asomar y reconocerse en cada vocablo e igualmente resisten.
Desde una primera apreciación, y tal vez para localizar al film de manera inmediata Los nueve... se anuncia como un film documental, como un borrador -¿acaso la vida misma no lo es?-, que en algunos lugares establecidos responde, parcialmente al nombre de "work in progress"; nombre por otra parte que resulta más que molesto y que lleva a pensar sobre por qué fijar con un nombre lo que circula de manera tan vital y accidentada en el relato. Desde este lugar, además surgen otras preguntas: ¿Cuáles son los limites del cine documental? ¿Cómo sostener esta invención cuando ya hay todo un cine que se ha propuesto borrar esas normativas y en muchos casos paralizantes términos?
Mientras escribo esta nota, escucho las voces que me hacen llegar momentos de una vida. Su padre, un reconocido profesional de la salud mental, será visitado en el film por miradas que tratan de reconstruir los últimos días por parlamentos que si bien construyen esta otra ficción se refugian en el intimismo de una casa familiar. Y una casita para pájaros es el objeto que circula por algunos momentos del film para alcanzar a posicionarse en un lugar de espera y trascendencia, en el momento en que la imagen de tres generaciones, aunque uno ya este ausente, puedan estrechar sus manos.
Ante un film como Los nueve puntos de mi padre caben preguntas acerca del límite entre lo público y lo privado. Audaz explorador de las posibilidades del cine, Pablo Romano ha construido un guión que mantiene en su calibrado transcurrir esos lugares en los que una voz, un gesto, permite un cierto distanciamiento. Y de manera paralela, esa historia familiar esta recorrida por secuencias de clásicos del cine, que despiertan interrogantes existenciales. Son las imágenes de Dovhzenko, Carl T. Dreyer, John Ford las que van extendiendo las fronteras de los territorios particulares al dominio de lo propio de la condición humana.
Reconozco que en algunos momentos del film sentí un excesivo pudor que me llevaba a no querer seguir escuchando. Pero allí esta ese corte, esa operación de montaje -nombre con los que Pier Paolo Pasolini nombraba a la muerte- que me ubicaban en otra línea de pensamiento, que me señalaban que allí funcionaba otro registro. De manera directa, los familiares testimonios de quienes estuvieron cerca de su padre van trazando grafismos sobre una hoja en blanco, como la que sostiene la mano del hijo, que en diferentes momentos, con lápiz de mano, intenta reconstruir aquel enigmático juego que le sugería su padre. Unir los nueve puntos..y una consigna. Tal vez la que su realizador nos propone.
Sobre el dolor y la ausencia, -y pienso en aquellos primeros planos de la obra de Bergman-, Los nueve... se ubica frente a nuestra mirada como un espacio a recorrer, el de nuestras propias vidas. En torno a esos relatos de antes y después, muchas veces sin marca precisa, la figura de un hombre, su estatura pero igualmente la sombra que arroja sobre los otros, el film de Pablo Romano nos deja como a otro personaje, a un tercer hijo en un umbral de espera. Las mismas preguntas de su realizador abren un lugar en el que se hacen presentes planteos morales. Hay zonas de silencio, vacilación, e imágenes que aun no se habían revelado.
En una atmósfera familiar, en lugares reconocibles, los actores de esta novela familiar, como nosotros mismos, tratan de recordar y sostener el recuerdo a través de nuevas preguntas. El realizador se acerca a la agenda de su padre que presenta reproducciones de Van Gogh y observa que muchas páginas están en blanco. Muchas de ellas. Tal vez este film intenta reconstruir aquello que aún no había sido dicho, escrito, escuchado.
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