CULTURA / ESPECTáCULOS › TODO SUCEDE EN ELIZABETHTOWN, DE CAMERON CROWE
› Por L.A.
Todo sucede en Elizabethtown
(Elizabethtown)
EEUU, 2005
Dirección y guión: Cameron Crowe.
Fotografía: John Toll.
Música: Nancy Wilson.
Montaje: Mark Livolsi, David Moritz.
Intérpretes: Orlando Bloom, Kirsten Dunst, Susan Sarandon, Alec Baldwin, Bruce McGill, Judy Greer, Jessica Biel.
Duración: 123 minutos.
Salas: Village, Monumental.
Puntos: 3 (tres)
No es arriesgado sostener que Cameron Crowe es uno de los portavoces más desagradables y moralistas del cinematográfico "modo de vida americano". Su tierra de oportunidades y de música rock desprovista de aristas peligrosas, se alimenta de films como Jerry Maguire y Casi famosos. También es responsable de Vanilla Sky, una remake espantosa de la española Abre los ojos, de Alejandro Amenábar. El tándem que conforma con el actor Tom Cruise, vuelve a repetirse en Todo sucede en Elizabethtown, aunque aquí Cruise oficie de productor y sea sustituido en la pantalla por el anodino Orlando Bloom, quien debe afrontar la burocracia que supone la muerte de su padre, junto con sus propios deseos suicidas.
No queda muy claro hacia dónde apunta el film: por un lado, Bloom quiere terminar con su vida ante el fiasco que supuso el lanzamiento de la zapatilla por él diseñada; por el otro, se supone que el film es una "relectura" en clave "cómica" del tema de la muerte; pero también, hay una historia de amor que es la que hace surgir el personaje de la azafata Kirsten Dunst (una buena actriz que aquí es reducida a primeros planos con sonrisas y sonrisas). En el medio de todo ello, se percibe una relación familiar bastante confusa, con una madre que vive la muerte de su marido aprendiendo cocina y baile tap (lamentablemente, en la piel de Susan Sarandon). Tampoco se sabe muy bien por qué era el padre tan bueno y popular, tal como lo atestigua este pueblo de "ensueño" que es Elizabethtown, todo lleno de banderas con barras y estrellas. Sí, podemos decir, aportan en este sentido información sus viejas fotografías como uniformado militar.
El afecto que entre Bloom y Dunst se gesta es, quizá, uno de los monumentos más incomprensibles para lo que se entiende como verosímil de relato: una conversación telefónica de, más o menos, 20 horas, más un viaje pautado con mapas y música que ella le regala para esparcir -"poéticamente"- las cenizas del padre muerto por distintos lugares. Ella lo ayudará a redescubrir el gusto por vivir, sin menguar por ello el modelo ideal que el film propone tanto desde la primacía de las grandes corporaciones, como desde l a familia unida y apegada. Desde luego, y esto es algo que el Código Hays supo imponer claramente desde los años 30, la relación entre ellos será el resultado de un juego "limpio", ambos deberán haber resuelto sus particulares problemas de pareja para, así, llegar al beso que les permita pensar en un futuro digno, sea tanto para su tranquilidad moral como también para la del espectador.
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